Capítulo 1 - El Libro

La historia de cómo conocí a las Brujas de la Noche es larga y turbulenta. Contarla de forma que todos entiendan implica explicar este mundo paralelo al nuestro, que la mayor parte de la gente no sabe que existe. Como tal, voy a empezar por lo que, para mí, fue el inicio: el evento que me dio a conocer este mundo.

Desde joven que tengo interés por la exploración urbana. A los trece años, me incorporé al grupo de Braga y, durante los años que siguieron, exploré las ruinas de solares, fábricas, monasterios y muchos otros edificios interesantes. Sin embargo, sólo cuando ya estaba cerca de mis treinta años, es que me atreví a hacer una exploración sólo.

Fue a una casa en la parroquia de Palmeira, en las afueras de Braga. Yo la había descubierto durante una de las muchas visitas al Palacio de la Dueña Chica que el grupo organizaba. A pesar que la casa me llamó la atención, más nadie mostró interés en la explorar. Era una casa pequeña, sólo con planta baja, y con nada que la distinga de las que la rodeaban. Pero algo en ella me llamaba. Tal vez porque me recordaba a la casa de mi bisabuela, o porque era antigua y sabía que podía contener testimonios de la vida de antaño, que no se encuentran en ninguna casa moderna.

Así, en una tarde de domingo lloviznosa, cuando mi mujer había ido a visitar a sus padres con nuestra hija, conducí hasta la vieja casa. Tomando cuidado para que los vecinos no me vieran, entré por una ventana cuyos vidrios y persianas habían sido vandalizados.

Del otro lado, encontré lo que era de esperar: una sala llena de vidrios rotos, jeringas y muebles destruidos. Todo lo que tuviera algún valor, ya había sido saqueado hace mucho. Aún así, no me rendí. Con cuidado, temiendo encontrar a alguna persona no recomendable, comencé a explorar la casa.

Entré en el pasillo, que daba acceso a dos divisiones más. Pasando por encima de los restos rotos de puertas, entré en la habitación, donde el escenario no era mejor que en la sala. En la ventana, agitados por el viento, bailaban los trapos que habían quedado de unas cortinas de ganchillo. Montones de ropa cubrían casi todo el suelo, de vestidos negros a sombreros de fieltro, claramente sacados del armario putrefacto y descartados por no tener ningún valor. Curiosamente, y a pesar del interés que los historiadores suelen tener en tales piezas, una cama de hierro, cuya pintura blanca ya había sido casi completamente reemplazada por roya, aún se encontraba en la división, pero boca abajo y arrojada a un rincón. El colchón había sido retirado y puesto en el suelo, apoyado en la pared. Estaba cubierto de manchas rojas, amarillas y blancas; sentí un escalofrío al pensar en todo lo que podía haber allí sucedido.

Me dirigí, entonces, a la división que quedaba: la cocina. El suelo estaba cubierto de vajilla rota, y los armarios, abiertos y vacíos. Todo lo demás, se lo habían llevado.

Desanimado, me preparé para volver a casa. Allí no había nada de interés. Los otros del grupo de exploradores urbanos tenían razón.

Iba a dejar la cocina, cuando un brillo metálico llamó mi atención hacia la pequeña despensa. Allí, por entre los estantes partidos y restos nauseabundos de comida podrida, encontré una puerta. El brillo pertenecía a una primitiva de cerradura de gatillo. La abrí inmediatamente. Del otro lado, encontré una escalera de piedra que descendía hacia la oscuridad. Como era mi costumbre cuando exploraba una estructura, me había llevado una linterna. La luz reveló un sótano en el fondo de las escaleras que, al parecer, no había sido visitado por los vándalos. Tal vez la falta de luz natural los mantuvo alejados.

Peldaño a peldaño, ya que no sabía lo que me esperaba y no tenía certezas en cuanto a la robustez de las escaleras, bajé. En el fondo, me encontré con una verdadera cápsula del tiempo del Portugal de mediados del siglo pasado.

En una esquina, vi a una antigua máquina de coser manual, aún con el pedal y la correa que transmitía el movimiento hasta la aguja. En una mesa justo al lado, descansaba una plancha a carbón. Casi podía ver el humo saliendo de su pequeña chimenea.

En el otro lado del sótano, junto a un sofá de tela podrido, encontré un armario que contenía un radio de válvulas, su carcasa amarillenta testamento de su antigüedad.

Encima de todas las superficies, había testimonios de tiempos pasados: lámparas de petróleo, losas de pizarra, frascos de tinta, etc. Sin embargo, mi mirada recayó principalmente en un cofre de madera agusanada, posado en el suelo al lado de las escaleras. Curioso, lo abrí. No estaba cerrado. Dentro, encontré álbumes con fotografías, algunas de más de cien años. Era triste ver esas fotos de grupos animados, de parejas bailando, de fiestas y pensar que la mayoría de esas personas, si no todas, ya habían partido.

En medio de los álbumes, sin embargo, encontré un pequeño cuaderno. Lo abrí y descubrí que se trataba de un diario. Normalmente, nunca retiro nada de los lugares que exploro, ni creo que algún explorador urbano lo debería hacer, pero tener en las manos el relato de una vida de los tiempos de antaño era demasiado tentador, y mi curiosidad ganó la batalla, como siempre.

Salí de la casa con el libro en el bolsillo. Quería leerlo justo allí en el coche, pero la hora de la cena se acercaba.

Cuando llegué a casa, dejé el libro y me fui a preparar la comida con el resto de mi familia. A pesar de sentirme curioso acerca de su contenido, cené con calma y ayudé a mi hija con los trabajos de casa.

Entonces, me senté al escritorio y empecé a leer. Las historias en el diario eran, de hecho, interesantes, hasta fantásticas, pero de una manera que no había esperado. Mencionaban lugares ocultos en las ciudades, montañas y hasta en el fondo del mar, y encuentros con hadas, vampiros, brujas, duendes y otros seres mitológicos e imaginarios.

¿Sería aquello una obra de ficción, o los desvaríos de un loco? En ese momento, no podía considerar otra opción. Sin embargo, también no podía dejar de leer, porque muchas de las historias se situaban en, o cerca, de sitios que conocía.

Cuando por fin me fui a la cama, ya eran casi las dos de la mañana, y sólo me acosté porque tenía que trabajar al día siguiente. Aún así, con mucho esfuerzo conseguí alejar el libro de mi mente el tiempo suficiente para dormir.

2: Capítulo 2 - El Bar de las Hadas
Capítulo 2 - El Bar de las Hadas
El día después de haber encontrado el diario, las historias que este contenía no me salían de la cabeza. Después de salir del trabajo, mi curiosidad tomó el volante, como era habitual, y decidí visitar un lugar llamado en el libro de Bar de las Hadas, que no quedaba muy lejos de mi oficina. Según lo que había leído, este se situaba junto al Arco de la Puerta Nueva, en Braga, debajo de una tienda que ya había albergado a varios negocios y que ahora era una pastelería. A primera vista, era similar a todos los otros negocios de su tipo, con una pequeña terraza en la calle, una vitrina llena de pasteles y otros dulces y un balcón con una máquina de café y otra parafernalia que se encontraba en cualquier snack bar. Entré, me senté en una de las mesas, entre otros tres clientes, y pedí un café y un pastel. Quería ganar tiempo para estudiar el lugar más detenidamente y ver si había un fondo de verdad en lo que tenía leído en el diario. De hecho, la puerta que supuestamente daba acceso al Bar de las Hadas estaba en el sitio esperado, pero podía haber sido sólo una coincidencia o simplemente se inspiraron en ella. Durante el tiempo que estuve allí sentado, no pasó nada de extraordinario. Me pareció, en todo, una pastelería normal. Por fin, impaciente, pagué y me dirigí al baño, que quedaba junto a la puerta misteriosa. Sin embargo, al pasar junto a esta, hice caso omiso a la señal roja que decía "Acceso Restringido" y la abrí. Del otro lado, encontré una escalera que descendía hasta perderse en la oscuridad. No entré de inmediato. Estaba esperando a que alguien me llamara la atención, que me dijera que no podía estar allí. Sin embargo, nadie lo hizo, y empecé a bajar. Unos diez escalones después, la puerta se cerró detrás de mí, dejándome a oscuras. No había planeado aquello, por lo que no tenía conmigo mi fiel linterna. Tuve que recurrir a la del móvil. Bajé durante lo que me parecieron largos minutos. Finalmente, llegué al fondo, donde encontré una segunda puerta. Esta en poco difería de la primera. Hasta tenía una señal roja que decía "Acceso Restringido". Una vez más, hice caso omiso y abrí la puerta. Ese instante fue el más importante de toda mi vida. En aquel momento no lo sabía, pero mi mundo, mi universo, nunca más sería el mismo, ya que fue entonces que me di cuenta que todo lo que estaba en el cuaderno que había encontrado era verdad. Del otro lado de la puerta, había un bar, como había leído. La decoración era moderna, con sillas y mesas de metal y vidrio y paredes blancas, lisas y limpias. Sin embargo, era allí donde terminaban las similitudes con los bares de la superficie. Su clientela estaba formada por extraños seres, algunos de los cuales ni en mis sueños más surreales me los había imaginado. Muchos eran humanoides, aunque los más bajos ni me llegaban a las rodillas y los más altos tenían el doble de mi estatura, con tonos de piel que variaban del blanco más puro hasta el negro más oscuro, pasando por el gris y el morado. Garras y cuernos también eran comunes. Luego, había otros que eran casi imposibles de describir. Masas de tentáculos con un pequeño cuerpo esférico entre ellos; mezclas de diversos animales; cuerpos largos con múltiples patas. En grupos, los clientes hablaban y consumían el contenido de tazas en forma de lágrima, que consistía exclusivamente en un líquido claro como el agua. El nombre Bar de las Hadas debía haber sido creado por el autor del diario, ya que la mayoría de esas criaturas no se adaptaba a la imagen popular de las hadas (aunque había allí algunos seres humanoides diminutos con alas de insecto). Por lo que había leído, mi predecesor no se había quedado mucho tiempo en el bar ni había intentado hablar con los clientes. Mi curiosidad, sin embargo, era más fuerte que la suya. Aprensivo, pasé a través del bar hasta el balcón. Como el resto de los muebles, este estaba hecho de metal y vidrio, sin embargo, detrás de él, no había estantes con filas de botellas, como estaba acostumbrado a ver. De hecho, toda la bebida parecía tener un solo origen: del techo, brotaba un hilo de agua que caía en una conducta de piedra, sobre el balcón, que la llevaba hasta cerca del empleado. Me senté en un taburete y miré de nuevo alrededor. Nadie parecía haber reparado en mí, o, por lo menos, no me dieron importancia. El empleado poso un vaso delante de mí, lleno de la extraña agua. No dijo nada, ni siquiera me preguntó lo que quería; tampoco había muchas opciones A pesar de que era una criatura intimidante, con pequeños cuernos coronándole la cabeza e incisivos que no le cabían totalmente en la boca, intenté iniciar una conversación: - ¿Esto suele estar siempre tan lleno? No me respondió. Simplemente me volvió la espalda y se fue a servir a otro cliente. - Miguel no es muy hablador - dijo una voz femenina a mi lado. Miré hacia allá y vi a una mujer muy pálida, con el pelo blanco y varios anillos de plata en las orejas y en la cara. Tenía un cuello largo, con el doble o el triple del tamaño del de un humano, decorado con un torque de oro. Sus ojos eran grandes y felinos, pero tenía una nariz pequeña y discreta. - ¿Miguel? - pregunté. - ¿Así es como se llama? - ¿Qué esperabas? - respondió ella. - ¿Gorash o otro de esos nombres ridículos que dais a los de nuestras razas en vuestras historias? Confieso que no sabía qué responder. Me sentí hasta un poco de avergonzado. Afortunadamente, ella cambió de tema. - No se ven muchos de tu raza por aquí. - No lo sabía. Es la primera vez que vengo acá. Ella posó una mano en mi antebrazo. - Sabes, siempre sentí curiosidad por tu raza. - Y yo tengo curiosidad en las vuestras. - Puedo responder a cualquier pregunta que tengas - ella me ronroneó al oído. Sus intenciones eran claras, sin embargo, no podía dejar escapar la oportunidad de empezar a entender aquel mundo que acabara de descubrir. - Me llamo Alice. Le dije mi nombre. - Es curioso que nadie haya extrañado mi presencia, si no aparecen muchos de mi raza por aquí. Ella sonrió. - No aparecen muchos, pero aparecen algunos. Por lo menos, nosotros vemos más de vosotros, que vosotros de nosotros. - ¿Por qué? ¿Cuál es la razón para que vosotros se oculten de nosotros? ¿Porque no viven abiertamente con nosotros? - Para ser honesta, no tengo ni idea. Creo que es una cosa cultural. Siempre nos hemos mantenido alejados de los humanos. Y vuestra Organización también no ayuda. - ¿Organización? - Sí. Siempre que uno de nosotros aparece en vuestro mundo, por accidente o no, o siempre que un ser humano que nos conoce intenta revelar nuestra existencia, la Organización aparece para ocultar y encubrir todo. Juro que, a veces, parece que tienen más miedo que los humanos descubran nuestra existencia que nosotros. Fue una revelación interesante. Había una organización que se dedicaba a evitar que el público en general tomara conocimiento de aquel mundo que yo acabara de descubrir. Sin embargo, su existencia revelaba que había muchas más intersecciones entre los dos mundos y humanos que conocían estas criaturas de las que yo pensaba . - ¿No bebes? - me preguntó ella, apuntando al vaso de la extraña agua frente a mí. Con la conversación, me había olvidado por completo de mi bebida. Con cuidado, bebí un sorbo. No me pareció especialmente buena. Tenía el mismo gusto del agua. Temiendo que me estuviera escapando algo, bebí el resto del vaso, pero el sabor seguía siendo el mismo, y no sentí ningún efecto adicional. Alice notó mi decepción. - Creo que tienes que ser uno de nosotros para sentir el efecto del agua. Viene de una fuente muy antigua, con propiedades especiales. Un sólo trago nos pone más tranquilos y desinhibidos. Es por eso que me puedes encontrar aquí todos los días. Si lo que quisieras. Una vez más, me tocó en el brazo. - ¿Y si vamos a un sitio más privado aclarar mis curiosidades sobre tu raza? No vivo muy lejos. Confieso que me sentí tentado, pero no por las razones más obvias. Quería saber más acerca de aquellos seres y de la sociedad en que vivían. Además, durante la conversación, había reparado en varias otras puertas similares aquella por donde había entrado, y cada una parecía dar acceso a un túnel. Debía ser en ellos que aquellas criaturas vivían, y el explorador urbano en mí quería desesperadamente investigarlos. Sin embargo, tenía de pensar que era un hombre casado y con una hija. Era mejor no ponerme en el camino de la tentación. Además, ya había descubierto tanto en aquel día, que no sabía si podía aguantar más emociones. Dejar mis sentimientos en cuanto a aquel mundo reposar y después volver me pareció mejor idea. Después de todo, el simple hecho de estar allí rodeado de seres que no deberían existir era suficiente para hacerme cuestionar todo lo que creía y sabía sobre el Mundo y la vida. Para sorpresa de Alice, me disculpé que se estaba haciendo tarde y que tenía a mi mujer esperando. Al principio, insistió para que fuera con ella, pero acabó por dejarme ir. Volví a la pastelería a la superficie y a las calles de Braga. No fui a casa inmediatamente. Estaba demasiado entusiasmado con lo que acababa de descubrir. Durante más de una hora, vagué por la ciudad pensando en aquel nuevo mundo, en todas las cuestiones que su existencia levantaba y en futuras exploraciones a otros sitios mencionados en el diario. Ahora, lamento no haberme controlado, no haber simplemente olvidado lo que había visto y seguido con mi vida normal. 3: Capítulo 3 - La Procesión de las Almas
Capítulo 3 - La Procesión de las Almas
Después de mi descubrimiento del Bar de las Hadas y tener confirmado que el relato en el diario que había encontrado no era sólo ficción, no podía dejar de pensar en ello. Mi mujer, mis amigos, mis compañeros de trabajo, repararon que yo estaba más distraído. Sin embargo, yo había decidido no contar nada a nadie. En ese momento, no estaba seguro de cómo ese conocimiento nos podía afectar y, además, temía que los pudiera poner en peligro. Como tal, tuve que esperar algún tiempo hasta que tuviese una oportunidad de ir en otra exploración sin levantar sospechas. Esta surgió cuando mi suegra enfermó y mi mujer, junto con nuestra hija, fue a cuidar de ella. Después del encuentro con Alice, quise dejar pasar algún tiempo antes de volver al Bar de las Hadas, por lo que decidí explorar otro lugar. Después de releer una vez más algunas de las entradas del diario, decidí viajar hasta el Gerês para visitar una aldea abandonada en la sierra donde, supuestamente, durante la noche, los muertos se levantan del cementerio y salen en procesión por las laderas y valles. Salí de casa aún de día, sin embargo, cuando entré en el camino que subía la montaña, el Sol ya se había puesto. Aunque en las laderas de Gerês no había muchos árboles, en la oscuridad se hacía difícil encontrar la aldea, incluso con la ayuda de un GPS. Finalmente, decidí parar en un pequeño espacio en el borde de la carretera, junto al punto donde el pueblo supuestamente quedaba. Salí del coche y empecé a buscar a pie. Con la ayuda de la linterna más potente que tenía, encontré las ruinas que buscaba, situadas un poco por debajo de donde había aparcado. Los tejados ya se encontraban raídos, así como muchas paredes y suelos de madera. Por todo el lado, vigas caídas se erguían hacia el cielo nocturno, como costillas de gigantescos animales. Con la ayuda de mi linterna, busqué la mejor manera de bajar. No había propiamente un carril, pero, entre las rocas y los matorrales de silvas, me las arreglé para encontrar un pasaje. Después de varios tropezones y resbalones, evitando, por poco, algunas caídas, llegué a la aldea abandonada. Sus calles de tierra, ya de por sí estrechas y cegadas con rocas, estaban cubiertas de escombros, maleza y hierba, haciendo el avance bastante difícil. El silencio de la noche sólo era interrumpido por el crol de los animales y el ulular de las lechuzas que se refugiaban en las ruinas. Finalmente, llegué a lo que quedaba de la iglesia local. La parte superior de la torre del campanario ya había caído, así como el tejado. Sin embargo, la fachada parecía intacta, aunque un nicho vacío en la puerta me hizo sospechar que hubiera existido allí la estatua de un santo, ahora desaparecida. Habría sido, sin duda, robada por alguien para luego revenderla. Al lado de la iglesia, rodeado por una baja pared de piedras sueltas, encontré el lugar que buscaba: el cementerio. Según el diario, era de allí que los espíritus de los muertos salían en su procesión nocturna. Lápidas de piedra partidas y gastadas ocupaban el lugar, junto con trozos de madera podrida que, en otros tiempos, habrían sido cruces. Me senté del lado de fuera, recostado en el muro, y esperé a la media noche, la hora en la que mi predecesor registró haber comenzado a ver los fantasmas. Estábamos en el fin del Otoño, por lo que el frío ya era intenso en las montañas; en parte agradecí al frío, ya que sin él, el sueño me hubiera vencido. Cuando la hora, por fin, llegó, no me encontré decepcionado. En el preciso instante en que el reloj de mi teléfono marcó la medianoche, miré hacia las campas. Sobre estas, se comenzaron a formar figuras. Al principio, eran prácticamente invisibles, pero, poco a poco, comenzaron a tomar una forma blanca y translúcida. Se trataban de personas engendrando versiones fantasmales de la ropa, sombreros y pañuelos típicos de aquella región hasta muy recientemente. Conforme iban tomando sus formas finales, los espíritus salían del cementerio y empezaban a descender la ladera, mientras que, sobre las tumbas, nuevas figuras se formaban. Dejé que todos se juntasen a la procesión, antes de empezar a seguirlos. Bajé la ladera por un sendero, pasé a través de un viejo puente de piedra y hasta recorrí una estrada romana. Los fantasmas recorrieron kilómetros de terreno, durante casi dos horas. De súbito, al norte, vi una fila blanca que descendía de otra ladera como una gigantesca serpiente albina. No tardé a darme cuenta de que se trataba de otra procesión de almas. Tres más surgieron poco después, salidas de valles y montañas, y, una a una, se unieron, sin dejar de avanzar hacia el este. Más que una procesión, ahora parecía a una columna militar. Entonces, para mi sorpresa, los muertos comenzaron a volver al suelo. Poco a poco, fueron desapareciendo debajo de la tierra, hasta que ninguno se encontraba a la superficie. Yo estaba de nuevo solo, en la oscuridad de las montañas, con mi linterna. Me acerqué del lugar donde los fantasmas habían desaparecido y busqué, sin mucha esperanza, por alguna manera de seguirlos. Después de casi media hora, me encontré con un agujero en el suelo, suficientemente grande para yo poder pasar. Apunté la linterna hacia allá. No era particularmente profundo, sólo tenía unos cinco metros, y me pareció ver una cueva que partía de él en dirección al oeste. No tenía conmigo equipo de escalada, pero la pared del agujero tenía apoyos suficientes para conseguir bajar sin grandes dificultades. En pocos minutos, llegué al fondo y confirmé que, realmente, había una cueva. Apunté la linterna hacia su interior y vi que se prolongaba por un centenar de metros, hasta llegar a una curva y cambiar de dirección. Cuidadosamente, pues no sabía cómo los muertos iban a reaccionar caso me encontrasen allí, entré en la cueva. Llegué a la curva sin ningún percance, sin embargo, una vez que la doblé, me topé con dos fantasmas. A pesar de mi cuidado, ellos me vieron inmediatamente. Después de todo, sin la luz de la linterna, no podía ver nada, pero esta me delataba claramente. Miré hacia atrás, pensando en huir, pero no podía subir a la superficie antes de que me alcanzasen. Los fantasmas se acercaron lentamente y con cuidado, como si no quisieran asustarme. A pesar de que estaba desconfiado, esperé por ellos. No parecían agresivos. Uno de ellos sostenía una vela, que extendió en mi dirección cuando llegó junto a mí. Temeroso, la tomé. En el instante en que la agarré, se convirtió en una tíbia humana. Sorprendido, la dejé caer y di algunos pasos atrás. Los dos fantasmas comenzaron a reír a carcajadas. - Su cara - dijo uno de los espíritus. Durante unos instantes, me quedé mirándolos, atónito. - Disculpa, amigo, pero no pude resistir - me dijo el fantasma que me había dado la vela. - ¿Quiénes son ustedes? - pregunté. - Los espíritus de los muertos, por supuesto. No todos tenemos la suerte de descansar en paz. Parecían amistosos, por lo que decidí continuar a hacer preguntas: - ¿Por qué vienen aquí? ¿Porque no se quedan en vuestros cementerios? - Porque, en el fondo de este túnel, se encuentra nuestra ciudad. Nosotros sólo nos quedamos atrás porque te vimos a seguirnos y decidimos divertirnos un poco - dijo el fantasma de la vela, sonriendo. - ¡¿Ciudad?! - dije admirado. - ¿Los muertos tienen una ciudad? - Por supuesto - respondió el otro fantasma. – Nos vamos a quedar aquí para siempre. Necesitamos un sitio donde alejar el aburrimiento. Anda, te la mostramos, como compensación por el susto. Los seguí a través del túnel durante unos quinientos metros, pasando por diversas curvas. Por fin, llegamos a una cueva enorme, más grande que cualquier otra que yo había visto antes. Estábamos en uno saliente en una de las paredes, pero la cueva descendía varios cientos de metros. El fondo sólo era visible gracias a la pálida luminosidad emitida por los fantasmas. Había muchos más salientes en las paredes, además de aquel donde me encontraba. En las mayores, se erigían edificios de todos los períodos históricos de Portugal. Asombrado, vi casas circulares castrenses, villas romanas, chabolas medievales, casas de campo, edificios pombalinos e, incluso, un gran condominio de varios pisos, entre otros. Nada unía las protuberancias unas a las otras, ya que los fantasmas flotaban entre ellas. Al contrario de lo que había sucedido en el Bar de las Hadas, mi presencia en la Ciudad de los Muertos no pasó desapercibida. Todos los fantasmas que pasaban miraban hacia mí con una mezcla de curiosidad y sorpresa. - Ya hace mucho que no venía por aquí alguien vivo - dijo la criatura que me había dado la vela. - Nunca he oído hablar de que ya hubiera pasado antes - comentó el otro. De repente, desde el fondo de la cueva, surgió otro espíritu, con aire enfadado. - ¿Qué es lo que vosotros, idiotas, hicieron? Traen un vivo aquí, ¿aún con todas estas desapariciones? - Lo siento, señor Presidente - dijeron los dos fantasmas en unísono, mirando hacia el suelo, como dos niños amonestados. - ¿Desapariciones? - pregunté, curioso. - Sí, en los últimos meses han desaparecido algunos fantasmas - dijo el espíritu que me había dado la vela. - Nunca antes había ocurrido - comentó el otro. - Los muertos siempre aumentaron, nunca disminuyeron. - ¡Vosotros no son capaces de estar callados! - gritó el presidente. Se volvió, entonces, para mí. - Y cuanto a ti, sal de aquí mientras puedes. Y ni pienses en volver. Vamos a cambiar la entrada de sitio. El tono del presidente no dejaba espacio a discusión, e hice lo que me dijo. En el camino de regreso al coche y, después, mientras conducía a casa, una pregunta no me salía de la cabeza: ¿cómo podían los muertos desaparecer? Después de mi visita al Bar de las Hadas y de una lectura más atenta del diario que encontré, la existencia de fantasmas, o, incluso, de su increíble ciudad, no me sorprendieron en particular, pero esa pregunta me ponía los pelos de punta. En ese momento, no veía bien por qué, sin embargo, acabaría por descubrirlo. 4: Capítulo 4 - El Rey de los Islotes
Capítulo 4 - El Rey de los Islotes
Como era tradición por la Navidad, mi mujer, mi hija y yo nos fuimos a pasar una semana de vacaciones en casa de mis abuelos, en Viana do Castelo. Algunas de las entradas en el diario que había encontrado ocurrieron en o cerca de esa ciudad, por lo que aproveché la oportunidad para investigar. Una noche, después de cenar, me excusé diciendo que iba a hablar con algunos viejos amigos y me dirigí hasta la orilla del río Lima. La excusa no era una absoluta mentira. Durante la tarde, había llamado a un amigo de infancia para que me prestara un bote, y charlamos durante una hora y media antes de empezar a remar. Estaba allí para investigar unas sombras, siluetas peculiares y extraños movimientos en los juncos que el autor del diario había visto en los islotes cercanos a la desembocadura del río. Como de costumbre, mi predecesor no había investigado el tema a fondo, ni siquiera había salido de la orilla, pero yo estaba decidido a averiguar lo que había allí. Como tal, reme hasta el mayor de los islotes, popularmente conocido como Camalhão, que se encontraba a poco más de un centenar de metros del embarcadero donde mi amigo tenía el barco. Apenas llegué al islote, desembarqué, anclé el bote junto a uno de los grandes terrones que había cerca y me adentré por uno reguero. Como la marea estaba baja, sus márgenes, más los largos juncos, estaban por encima de mi cabeza, por lo que no podía ver nada al alrededor. Sin embargo, después de haber pasado una parte de mi infancia en aquellos islotes, sabía que aquel reguero me llevaría al corazón del Camalhão de forma más rápida que a través de los juncos. Poco después de la primera curva, me encontré con un mal presagio. De una poza en el casi seco reguero, la cabeza cortada de un hombre miraba hacia mí. Estaba hinchada y mostraba signos de putrefacción y de ataques de animales. De hecho, la parte que aún estaba sumergida en el agua, servía de alimento para los camarones del río. Tras el susto inicial, llegué a la conclusión de que no debería haber razón para preocuparme. No era inusual encontrar cuerpos y partes de cuerpos en el río, víctimas de naufragios traídos y depositados por la marea alta. Aquella cabeza no debería tener ninguna relación con las siluetas que yo había ido allí a investigar. Seguí avanzando, tomando una nota mental para más tarde avisar a las autoridades en cuanto a la cabeza. Había recorrido unas pocas decenas de metros, cuando un diminuto bulto negro saltó sobre el reguero, justo a mi frente. De inmediato, me subí la orilla. Cuando llegué a la cima, no lo vi, pero los movimientos de los juncos lo denunciaban, y pude seguirlo. Corrí detrás de él durante varios cientos de metros, las puntas de los juncos me atravesaron los pantalones y me lastimaron las piernas. Finalmente, llegamos a una zona más limpia, cubierta sólo por hierba baja, situada debajo de la llamada Puente Nueva. Fue sólo entonces cuando vi lo que estaba persiguiendo: un pequeño ser humanoide, con poco más de diez centímetros de altura. Este desapareció detrás de un enorme montón de ramas de árbol y envases de plástico, basura ciertamente traída por la corriente y las mareas. Continué a seguirlo, sin embargo, cuando llegué a los residuos, oí una voz grave y pausada venida de un reguero próximo. – ¿Quién eres tú? ¿Que haces en mi reino, y por qué persigues a uno de mis súbditos? Yo iba a responder, pero la criatura que había hablado se levantó y me dejó sin palabras. Se trataba de un enorme ser de casi el doble de mi tamaño. No podía ser apodado de gordo, aunque no fuera propiamente delgado, y, bajo la luz de la luna, parecía tener una piel pálida como el marfil. Sobre la cabeza llevaba una corona hecha de juncos entrelazados, lo que, junto con el hecho de haber hablado de sus súbditos, me llevó a la conclusión de que él era el rey de las criaturas cuyas siluetas mi predecesor había visto. El enorme ser salió del reguero y se acercó al montón de detritos. Me aparté para darle paso, pero no me atreví a tentar huir. Para mi sorpresa, él se sentó sobre la basura, y sólo entonces me di cuenta de que se trataba de un tosco trono. - Dime lo que estás haciendo aquí – insistió la criatura. Le conté sobre las siluetas y como habías ido hasta allí para averiguar lo que eran. – Parece que algunos de mis súbditos tienen que empezar a tener más cuidado – respondió él, en fin. - Sobre todo ahora. - Sobre todo ahora, ¿por qué? – Mis súbditos comenzaron a desaparecer. No sabemos cómo ni por qué. Lo que me lleva a desconfiar de ti. Cómo es que yo sé que no eres tú el raptor. Yo te vi a perseguir a uno de los nuestros. Intenté justificar mi curiosidad. Hasta le conté sobre mis idas a la ciudad de los muertos y al bar de las hadas. Mientras yo hablaba, una extraña criatura emergió de los juncos. Caminaba en cuatro patas, a pesar de que su cuerpo era delgado y se contorsionaba como el de una serpiente, pero tenía un rostro vagamente humano. Se acercó al rey, se levantó de las piernas de atrás y le susurró algo al oído. Después, desapareció otra vez en los juncos. El rey me dejó terminar mi explicación. - Yo creo en ti – dijo, por fin. - Si fueras el responsable por las desapariciones, no habías dejado a mis centinelas verte. Señaló con la cabeza hacia el punto por donde la criatura serpentiforme había desaparecido. Más tranquilo, se me ocurrió que las desapariciones en los islotes tal vez estuvieran relacionados con los de los muertos y le conté al rey lo que había descubierto en el Gerês. – Curioso - respondió él. - Ahora necesito que te vayas. Voy a juntar mi pueblo aquí para hablar con él. No esperé a que me dijera una segunda vez. Entré en los juncos y me dirigí al barco. Conforme pasaba el Camalhão, vi varias pequeñas sombras en medio del río, en el espacio entre los islotes. Después de mirar más de cerca, me di cuenta de que se trataban de troncos y hasta de pequeñas hojas de árbol cargando varias de las criaturas que yo ahora sabía que vivían allí. Todavía vi las primeras desembarcando en el Camalhão, pero luego retomé la caminata hasta el barco, temiendo que el Rey de los Islotes me echase. O peor. Reme de vuelta a la orilla y, después de devolver el barco, regresé a casa de mis abuelos. Mientras conducía, no podía dejar de pensar en las desapariciones. ¿Habría realmente una relación entre los de los islotes y de los muertos? Aún no sabía lo suficiente acerca de aquel mundo paralelo para responder a estas preguntas, pero iba a seguir investigando. Mi curiosidad nunca me dejaría detenerme. 5: Capítulo 5 - El Culto
Capítulo 5 - El Culto
Aprovechando que iba a pasar las vacaciones de Navidad con mi mujer e hija en la casa de mis abuelos, en Viana do Castelo, decidí explorar otra de las entradas del diario que había encontrado. Esta vez, mi curiosidad se fijó en un lugar importante de mi infancia. Desde pequeño había escuchado a mi padre y a mi abuelo contar historias sobre las ruinas del convento de San Francisco. Entre ellas, destacaba un ya antiguo rumor de que el lugar era utilizado para los extraños rituales popularmente conocidos como macumba. Nunca había encontrado ningunas pruebas de ello, ni siquiera alguien que dijera haberlos visto, hasta que, al leer el diario, encontré una entrada que hablaba de un culto que se reunía en el convento. Como imaginé, la timidez de mi predecesor no le permitió ver todo el ritual, y él sólo asistió a una pequeña parte a través de las rejas de la puerta. Usando de nuevo la excusa de que iba a visitar a un viejo amigo, en la noche del primer lunes después de la Navidad, día de la semana en que el diario decía que el culto se reunía, me dirigí hacia el convento. Cuando yo era niño, este se encontraba en el medio del monte y era preciso una larga caminata para llegar allí, por lo que me quedé sorprendido al ver que ahora había urbanizaciones casi hasta la primera puerta. Me estacioné en la parte trasera de una de estas nuevas casas, encendí mi linterna y me encaminé hacia el monte. Después de pasar una zona de tierra revirada, sin duda un resquicio de la construcción de la urbanización, llegué a la puerta que, en tiempos, protegía el camino que subía hasta el convento. De ello sólo quedaba parte del portal, ya que una de las columnas había caído o sido derribada. Pasé a través de él, me vi rodeado de eucaliptos, acacias y el ocasional pino. El bosque, ahora, tenía allí su inicio. Comencé, entonces, a subir el camino. La tosca calzada, formada por piedras grandes e irregulares, no era fácil de subir, incluso con la ayuda de la linterna. Tropecé varias veces. Afortunadamente, ya no llovía desde hace algún tiempo, o las lisas piedras estarían increíblemente resbaladizas. A la mitad de la subida, poco antes de una curva de casi noventa grados, me encontré con un viejo crucero. Este mostraba señales de cenizas y humo. Si estos se debían al culto que yo estaba allí para investigar o a una causa más mundana, no sé decir. Finalmente, después de la curva, llegué al tramo final de la subida. Poco después, mi linterna iluminó la puerta del convento propiamente dicho. Un arco apoyando a las estatuas de tres santos la albergaban, y una pared con más de dos metros de altura partía de allí. Para un visitante casual, parecería no haber forma de entrar, ya que un candado cerraba la puerta, pero yo no era un visitante casual. Al lado de la puerta, había una subida muy empinada, casi vertical, donde alguien había amontonado piedras y excavado escalones. La subí sin gran dificultad y entré en un estrecho sendero que penetraba la vegetación cerrada. Avancé durante algunas decenas de metros, con la pared del convento a mi derecha. Aquí y allá, había pequeñas fallas, pero ninguna lo suficientemente grande como para yo poder pasar. Finalmente, llegué al lugar que buscaba: una segunda entrada que daba acceso a una escalera que descendía hasta la plaza del convento. En tiempos, allí debía haber existido una puerta, pero este sería anterior a mis primeras visitas. Entré y, por fin, bajé hasta el convento propiamente dicho. Con la linterna, barrí los edificios de alrededor. Empotrados en la pared que separaba el patio del terreno elevado y del sendero, se encontraban dos pequeñas capillas. No tenían puerta y estaban vacías, a no ser por las trepadoras y el mato, y sus techos de piedra estaban partidos y esburacados. En el lado opuesto, se exigían las ruinas de los edificios principales del convento: la iglesia y las áreas de vivienda y trabajo. Sin embargo, no fui hasta allá de inmediato. En primer lugar, me dirigí a la base del crucero en el centro del patio. La cruz ya no se encontraba, pero la base vagamente piramidal formada por cuatro niveles de piedra sí. Según mi predecesor, era en ella que el culto realizaba sus rituales. De hecho, las marcas estaban allí. Había manchas rojas oscuras por todo el lado. Aquí y allí se veían plumas, sin duda pertenecientes a gallinas utilizadas en los sacrificios. Con pruebas tan claras de que realmente pasaba algo allí, entré en las ruinas de los edificios en busca de un lugar para ocultarme y esperar por la aparición de los cultistas. Según el diario, ellos sólo aparecían después de la una de la mañana, por lo que todavía tenía bastante tiempo. Aproveché para visitar el lugar y ver lo que había cambiado desde mi anterior visita, más de veinte años antes. Lo primero que me saltó a la vista fue que los restos del suelo de madera del piso superior habían podrido completamente. De hecho, los único signos de que alguna vez hubiera un piso superior eran las escaleras que no llevaban a parte alguna y las paredes parcialmente ruídas, pero anormalmente altas para un edificio de planta baja. Después de visitar la antigua cocina, con su enorme chimenea y fregadero decorado de piedra caliza, me encaminé hacia la iglesia. Esta ya hacia mucho que había perdido su techo, aunque el oxidado candelero, fijado a las paredes por cables metálicos también corroídos, aún se mantenía en su sitio. Del altar nada quedaba, así como de cualquier otro elemento decorativo. Tuve alguna dificultad en cruzar la iglesia hasta la entrada principal. Las losas tumulares que, cuando yo era niño, cubrían el suelo habían sido arrancadas, dejando enormes huecos difíciles de superar. Cuando llegué al pequeño adro de tierra batida, encontré las losas amontonados en un rincón, algunas enteras, otras partidas, en las cuales aún se podían ver grabados los nombres y las fechas de muerte y nacimiento de los sepultados. Pasé, entonces, para el claustro. Como los suelos de madera ya habían desaparecido, este se encontraba totalmente al descubierto. En su centro, el pequeño espacio reservado para el jardín de los monjes estaba ahora lleno de silvedos. Algunas de las columnas que lo delimitaban y que antes sostenían el techo habían caído, si por acción de los elementos o vandalismo, no sé decirlo. Fue entonces que vi el sitio perfecto para me ocultar: la vieja torre del campanario. Del interior, no había manera de le acceder, ya que la puerta estaba en el segundo piso, junto a un suelo que ya no se encontraba allí. Salí a la parte trasera del convento, donde se encontraban los accesos al monte y a los campos, algunos pequeños edificios de apoyo y, por supuesto, la base de la torre. Después de la circundar, encontré una pequeña entrada secundaria con menos de un metro de altura. Casi me tuve que arrastrar, pero logré entrar. Como había pasado con los suelos de madera, las escaleras se habían desintegrado. Afortunadamente, la torre era estrecha, por lo que, presionando la espalda, las piernas y los brazos contra las paredes, conseguí, con mucho esfuerzo, llegar a la cima. Ahora tenía una visión privilegiada de todo el convento, principalmente de la plaza donde el culto supuestamente se reunía, y dudaba que alguien me encontrase allí. Apagé la linterna. Todavía no era ni siquiera medianoche, pero temía que los cultistas aparecieran más temprano o que vieran mi luz a la distancia. Ya estaba esperando hacia casi dos horas, cuando comencé a escuchar un cántico viniendo del fondo del camino que me había llevado allí. Poco después, detrás de la curva, apareció una luz anaranjada. Me fijé en ella. Sabía que estaba a punto de ver lo que había ido allí a buscar. De detrás de la curva, apareció una fila de personas, todas ellas sosteniendo lámparas. Algunas también traían bolsas de tela, en el interior de las cuales algo se movía. Confieso que quedé sorprendido y hasta algo desilusionado. Tal vez por influencia del cine y de la televisión, esperaba figuras encapuchadas con largas túnicas negras. Sin embargo, se trataban de personas normales envergando ropa del día a día. Los cultistas subieron hasta la puerta y, entonces, tomaron el mismo camino que yo había usado para entrar. Pasado poco tiempo, estaban todos en la plaza, alrededor de la base del crucero. No se oía nada, a no ser lo cántico y el cacarear de las gallinas en las bolsas. De repente, las voces guardaron silencio. Uno de los cultistas, un hombre de pelo largo y despeinado, subió al altar improvisado y comenzó a entonar un cántico nuevo, esta vez a plenos pulmones. Al cabo de algunos minutos, uno de los otros cultistas abrió su bolsa y pasó una gallina al sacerdote. Este, con un cuchillo que sacó de su cinturón, le cortó la garganta al animal y dejó que la sangre se caer sobre las piedras. Esto se repitió durante una media hora, hasta que todas las bolsas se encontraron vacías. Después, los cultistas emitieron un grito al unísono. El suelo empezó a temblar. Poco a poco, una falla se abrió en el suelo delante del altar improvisado. Un brillo de color rojo anaranjado salía de ella. Era como si se tratase de un paso hacia el mismo Infierno. Los cultistas miraron hacia ella, como si hipnotizados, durante algunos momentos, hasta que un gigantesco puño rojo, más grande que una persona, salió de ella. Ante la mirada expectante del culto, la mano se abrió, liberando alrededor de una docena de extraños seres humanoides. Estos eran pequeños, con cerca de medio metro de altura, y estaban cubiertos por un corto pelo negro. Dos pequeños cuernos les coronaban la cabeza, que también presentaba hocicos y dientes afilados. Con gran entusiasmo, los cultistas corrieron detrás de estos diablillos, metiéndolos en las bolsas donde habían traído a las gallinas. Al mismo tiempo, la mano desapareció, volviendo al abismo, y, así que el último diablillo fue capturado, la falla se cerró. Satisfechos, los cultistas volvieron por el mismo camino por donde habían venido, esta vez en total silencio. Ni los diablillos, en las bolsas, hacían ruido. Dejé la luz de las lámparas desaparecer detrás de la curva en el camino y esperé una media hora después de eso antes de bajar de mi escondite y volver a mi coche. A pesar de ser la primera entrada del diario que yo investigaba en el que participaban humanos, fue probablemente una de las que me dejó con más preguntas. ¿Quiénes eran esos cultistas? ¿Qué iban a hacer con los diablillos? ¿A quién pertenecía la mano que los había traído? Pensé en ello en el camino de vuelta a casa y hasta perdí el sueño de esa noche. Las posibilidades me ponían los pelos de punta. Sólo obtendría las respuestas mucho después, pero estas superarían todo lo que podía imaginar. 6: Capítulo 6 - El Gato de Campanhã
Capítulo 6 - El Gato de Campanhã
Como seguidor de la exploración urbana, soy, también, un conocedor del arte urbano. A lo largo de los años, tuve la oportunidad de conocer a varios artistas, con los que me mantuve en contacto. Un día, durante una conversación por chat con uno de ellos, descubrí algo extraño. Quien conoce la Estación de Campanhã, en la ciudad del Porto, sabe que esta está rodeada por una enorme infraestructura de cemento. Lo que la mayoría de la gente desconoce es que hay oculta una enorme red de túneles de servicio, parte de la cual yo ya había tenido la oportunidad de explorar. Como era de esperar, los artistas urbanos consiguieron entrar en algunos de estos túneles y aprovecharon las paredes para practicar su arte. Fue durante una de estas visitas que mi amigo y algunos de sus compañeros se encontraron con algo muy extraño. En uno de los túneles encontraron un gato. Esto no tendría nada de extraordinario, si no fuera por el hecho de que el animal no se movia desde hace meses y repetía constantemente los mismos movimientos. Después de todo lo que había visto desde que había encontrado el diario, no podía dejar de ir a investigar. Escogí una hora con mi amigo y tomé el tren de Braga hasta Campanhã. Cuando llegué, él me llevó directamente al túnel. La puerta metálica se encontraba junto a la línea, a unos trescientos metros de la estación, y estaba abierta, dando fácil acceso al interior. Dentro, las paredes y el techo estaban cubiertos de grafittis de estilo variado. De simples "tags" hasta elaborados murales, se veía allí de todo. Recorrimos el túnel durante varias decenas de metros hasta que llegamos a una parte donde este se abría hacia la derecha. En esa dirección había un ancho pozo, cuyo propósito nadie parecía conocer. – Ahí es donde está el gato - me dijo mi amigo. Apunté la linterna hacia el fondo, unos ocho metros más abajo, y pude ver al animal. Realmente parecía un gato común, gris y blanco. Me quedé mirándolo durante unos minutos. Durante ese tiempo permaneció casi inmóvil, sentado en el suelo, moviéndose sólo de vez en cuando a intervalos que me parecieron regulares para lamer una de sus patas delanteras, siempre la misma. Detrás del animal encontré una puerta de hierro, pero esta estaba oxidada y no parecía que se hubiera usado desde hace años. De hecho, dudaba de que fuera posible siquiera abrirla, al menos no sin destruirla. – Desde que lo descubrimos, hace cuatro meses, está ahí siempre haciendo lo mismo – dijo mi amigo. - Un gato normal ya habría muerto de hambre. Tuve que estar de acuerdo. Aquel gato podía no figurar en el diario que encontré, pero merecía figurar. - He traído una cuerda - le dije, señalando la mochila en mi espalda. – Podemos tratar de verlo mejor. - Me parece bien. En ese momento, otros dos artistas que pintaban junto a nosotros se acercaron y uno de ellos dijo: - ¿Podemos ir con vosotros? También tenemos curiosidad sobre el gato. - Como queráis – respondió mi amigo. Saqué entonces la cuerda de la mochila y la sujeté a una viga de cemento situada casi directamente por encima del pozo. Dejé que cada uno de mis compañeros probara el nudo y, como quedaron satisfechos, empezamos a bajar. El artista que me había llamado allí fue el primero en bajar, seguido por mí y, por último, los dos que nos abordaron. Durante todo esto, el gato se mantuvo tranquilo, lamiendo sólo la pata un par de veces. No se mostraba sólo indiferente a nuestra presencia, era como si no estuviéramos allí. Caminamos alrededor de él, mirándolo atentamente, pero, físicamente, nada lo distinguía de un gato común. No fuera por su extraño comportamiento y el hecho de estar en ese pozo nadie le habría prestado atención. Inspeccioné, también, la puerta oxidada y confirmé que estaba tan encajada que era imposible moverla. Finalmente, la curiosidad llevó a uno de los artistas que se juntó a nosotros a que intentara tocar el animal. Para nuestra sorpresa, su mano atravesó el gato como si no hubiera nada allí, mientras éste permanecía inmóvil, como si nada estuviera pasando. Retrocedimos. No sabíamos lo que era aquella criatura o lo que podía hacer. Después de todo lo que había visto antes, yo era el menos sorprendido de los cuatro. Mis acompañantes parecían aterrorizados. – ¡Es un fantasma! - dijo uno de los hombres que se habían unido a nosotros. Como yo podía dar fe, era una buena posibilidad. Sin embargo, no dije nada. Ellos ya habían sufrido un gran susto, no había necesidad de agravar la situación. - ¿Que hacemos ahora? - preguntó mi amigo. – ¿Se lo decimos a alguien? Antes que respondiésemos, el hombre que había intentado tocar el gato comenzó a gritar desesperadamente. - ¿Qué te pasa? - preguntó su compañero, pero él siguió gritando. Sus gritos eran tan intensos que me hacían doler los oídos. Comenzó, entonces, a correr en círculos alrededor del pozo, como si estuviera tratando de escapar de algo, pero sin saber a dónde ir. Finalmente, intentó subir por la cuerda, pero se cayó al final de un poco más de un metro, quedando sentado en el suelo y apoyado en la pared. Nos arremolinamos en torno a él para tratar de calmarlo y entender lo que pasaba, pero él no paraba de gritar. – ¡Mirad! - dijo mi amigo de repente, señalando a la mano del caído. Parte de esta ya no tenía piel, mostrando los músculos debajo. Ante nuestros ojos, estos desaparecieron, dejando sólo los huesos. Por fin, hasta estos se desvanecieron. El hombre, finalmente, dejó de gritar. - ¿Estás bien? - le preguntó el amigo. Al no obtener respuesta, intentó tocarle, pero contrajo la mano cuando el cuerpo del caído se vació como un globo. Finalmente, desapareció por completo. Lo que quiera que lo hubiera consumido, lo hizo tanto de fuera hacia dentro como de dentro hacia fuera. Presas del pánico, mis dos acompañantes sobrevivientes treparon la cuerda de vuelta al túnel y corrieron hacia el exterior. Con más calma, los seguí, echando un último vistazo al gato, que continuaba como si nada pasase. Solo volví a hablar con mi amigo, días después, por webchat. Él aún no estaba totalmente recuperado de lo que había visto, por lo que sólo le di un poco de consuelo y no le conté sobre las cosas igualmente extrañas que había visto antes y las muchas descritas en el diario que yo había encontrado. Sin embargo, él me contó algo muy interesante. Después de nuestra visita, él intentó visitar de nuevo el túnel, pero descubrió que su entrada había sido sellada con cemento. ¿Quién lo había hecho? ¿Habría sido la organización de la que Alice me había hablado durante mi primera visita al Bar de las Hadas? ¿Y cómo habían descubierto la existencia del gato? Como siempre, una de mis exploraciones había traído más preguntas para atormentarme. Por desgracia, estas solo aumentaban aún más mi insaciable curiosidad, conduciéndome cada vez más en dirección a conocimiento que ningún ser humano debería tener. 7: Capítulo 7 - Los Cerqueira
Capítulo 7 - Los Cerqueira
Un día, después del trabajo, unos meses después de mi primera visita al Bar de las Hadas, decidí volver allí. Debido al trabajo y a compromisos familiares, ya hacia algún tiempo que no tenía la oportunidad de investigar una de las entradas del diario, pero mi curiosidad comenzaba a ser insoportable. El Bar de las Hadas estaba cerca de la oficina donde trabajaba, por lo que era el lugar ideal para una visita rápida. Quién sabe, tal vez encontrase allí a alguien que pudiera responder a algunas de mis preguntas, o hasta tuviera la oportunidad de visitar los túneles ocultos debajo de Braga. Como antes, entré en el bar a través de las escaleras situadas detrás de una puerta en el fondo de una pastelería junto al Arco de la Puerta Nueva. Cuando llegué allí, me encontré con una escena similar a la de mi primera visita. Sólo había una diferencia significativa. Sentado al balcón, se encontraba un hombre. Alice había dicho que era raro que alguien de mi raza apareciese por allí, por lo que me acerqué despacio, observando atentamente para asegurarme de que no era sólo una criatura similar a un humano. Cuando tuve la certeza de que no estaba equivocado, me senté a su lado. Él parecía tan sorprendido como yo al ver allí otro ser humano. Se llamaba Henrique Cerqueira y, aunque tenía conocimiento de ese otro mundo hacía más tiempo que yo, no parecía saber mucho más sobre él. Aun así, intercambiamos conocimientos mientras bebíamos un vaso de esa agua que era la única bebida que existía en aquel bar. Él no solía salir de Braga, por lo que desconocía todo lo que yo había encontrado fuera de la ciudad, pero me habló de otro sitio parecido al Bar de las Hadas en el otro lado de la ciudad, aunque me advirtió de que no era tan bien frecuentado. No había mención de ese lugar en el cuaderno que yo había encontrado, por lo que tomé una nota mental para visitarlo después. Nuestra conversación se vio interrumpida al cabo de poco más de una hora por una llamada telefónica de mi mujer. Tuve, entonces, que irme a casa, pero no antes que Henrique me diese su número de teléfono móvil y me invitara a ir un día a almorzar a su casa. Tal vez por haber finalmente encontrado a alguien con quien podía hablar de aquel mundo que la mayoría de la gente desconoce y en el que probablemente se negaría a creer, me quedé expectante en cuanto a esta visita. Por desgracia, sólo pude aceptar la invitación casi tres semanas después, cuando mi mujer tuvo que salir del país por trabajo y mi hija fue a pasar unos días a casa de una amiga. Me dirigí hasta la antigua parroquia de Dadim, donde se encontraba la casa de Henrique. Esta no fue difícil de encontrar. Siguiendo por el camino que él me había indicado, encontré inmediatamente una casa aislada, un poco por encima de la base de una colina cubierta por un bosque. Al frente de ella, se extendía un valle que nunca hubiera imaginado que existía, pues se encontraba en una depresión que no era visible desde la carretera. Una pared de granito lo delimitaba, junto con la casa, lo que indicaba que todo aquello pertenecía a los Cerqueira. Me dirigí hasta la entrada y toqué el timbre. Una voz preguntó a través del intercomunicador quién era y, cuando respondí, la puerta se abrió. Incluso en coche, aún me llevó unos cinco minutos recorrer el camino de tierra que serpenteaba entre bancales cubiertos de viñedos. Después de una última curva, llegué a la casa. De cerca, era verdaderamente impresionante. Sólo tenía un piso, a excepción de la torre en el lado derecho, que se alzaba un piso más, aunque el ático también aparentaba ser amplio. Toda la parte delantera de la casa estaba ocupada por un enorme porche, cuyo techo se apoyaba en varias columnas de hierro fundido. Detrás de él, ventanas, también de hierro fundido y decoradas con diversas formas, ocupaban casi toda la pared. Detuve el coche frente a la escalera que subía hasta la puerta principal, donde me esperaba Henrique y el resto de la familia Cerqueira. – Bienvenido a la Vila Marta - dijo Henrique con una sonrisa, cuando subí las escaleras. Después, me presentó a su familia. Entre niños y adultos, estaban allí unas veinte personas. De la entrada pasamos al vestíbulo, donde dejé el abrigo, y de allí al comedor. En él se encontraba una gran mesa, con diez sillas de cada lado. Como invitado, me dieron un lugar en el topo de la mesa, frente a Henrique. A nuestra derecha, en la cabeza de la mesa, se sentó la madre de Henrique, la matriarca de la familia, mientras que los otros se sentaron en los restantes lugares, a la izquierda. Pasado poco tiempo, una anciana sirvienta, más vieja que cualquiera de los comensales, comenzó a traer bandejas de la cocina. La conversación se inició con las habituales trivialidades sobre empleo, familia y hasta el clima. Después se dirigió, finalmente, hacia el mundo paralelo al nuestro, del que toda la familia tenía conocimiento. - ¿Cómo encontró el Bar de las Hadas y todos los otros sitios que Henrique me dijo que visitó? - acabó por preguntar a la matriarca. Le conté la historia acerca de cómo había encontrado el cuaderno que me había llevado a aquellos descubrimientos. – En nuestro caso, es una herencia de familia - explicó Henrique. - Nadie sabe a ciencia cierta desde hace cuántas generaciones tenemos ese conocimiento. La conversación pasó, entonces, a ser sobre extrañas criaturas y lugares ocultos de la vista de la mayoría de los hombres. Todos aportaron algo y hasta pude conocer cosas que no figuraban en el diario. El almuerzo se extendió casi hasta las cuatro de la tarde, hora en la que los comensales se comenzaron a levantar. Henrique me llevó hasta la sala de estar, donde nos sentamos a beber un whisky más viejo que yo. A través de las amplias ventanas, se veían los viñedos en frente de la casa. Entre bebidas, Henrique me contó como aquellas viñas eran el origen de la riqueza de su familia desde tiempos inmemoriales. Fue entonces que me di cuenta de algo peculiar. – ¿Dónde están los trabajadores? - le pregunté, echando la falta de movimiento en los campos. - De seguro que necesitan mucha mano de obra para mantener un viñedo tan grande. - Aquí, el trabajo se hace de noche - explicó él. - ¿De noche? - pregunté, confundido. - Ven - me pidió, levantándose de su sillón. Henrique me llevó hacia el pasillo y a través de él, hasta la planta baja de la torre. Allí, apartó una estantería llena de libros, revelando un estrecho túnel que contenía una escalera que descendía, en curva, hasta desaparecer de mi vista. Conducido por mi anfitrión, bajé hasta su fondo, donde nos encontramos con una puerta de madera e hierro que ya debía tener décadas, si no siglos. A pesar de su edad, Henrique la abrió sin ninguna dificultad, dando acceso a un enorme sótano que debía ocupar toda el área de la casa. Cruzamos los estrechos pasillos creados entre bolsas de fertilizante, pipas de vino, botellas vacías y llenas y utensilios agrícolas hasta llegar al lado del sótano opuesto a aquel por donde entramos. Allí, encontramos una pared interrumpida por una gran puerta. Fue hasta ella que Henrique me llevó. Cuando me asomé entre las rejas, me quedé sin saber qué decir. Al otro lado, se encontraba un pequeño cuarto de la cual emanaba un olor penetrante. En el medio del suelo, casi a oscuras, se amontonaban decenas de pequeñas criaturas, que no tendrían más de un metro de altura. Su piel era de color gris azulado, y pelo negro, largo y enmarañado les descendía por la espalda. Garras terminaban sus manos y pies. - No se encuentra mano de obra más barata en ningún lado - dijo Henrique, claramente orgulloso. - Un cubo de carne cocida todas las noches y están listos para trabajar. No sabía cómo responder. Aquellas criaturas no eran humanas, bien lo sé, ni conocía su nivel de inteligencia, pero, de cualquier forma, todo aquello me parecía errado. Enrique se dio cuenta de mis pensamientos y me llevó de nuevo a la sala, para terminar nuestras bebidas. Aún me quedé allí durante casi una hora. Poco hablamos. Por fin, me disculpé porque estaba haciendo tarde y deje la quinta. De camino a casa, no podía ignorar mi decepción. Había encontrado a alguien con quien podía hablar de aquel mundo oculto, pero él usaba ese mundo en provecho propio. Esa noche dormí mal, pues no podía expulsar la imagen de las criaturas atrapadas en aquél sótano de mi cabeza. Incluso en el día siguiente, durante el trabajo, no conseguía olvidarme de ello. Como tal, y a pesar de estar sobrecargado de trabajo, después de la hora de expediente me fui al Bar de las Hadas. Tenía la esperanza de encontrar a Alice para contarle lo que había visto. Abrí la puerta que daba acceso al bar con cuidado. No me quería encontrar con Henrique Cerqueira. Afortunadamente, no había ni señal de él. Por otro lado, Alice estaba sentada en el balcón casi en el mismo sitio donde la vi por primera vez. Me acerqué a ella y me senté en el banco a su lado. - Hola - le dije. - Hola - respondió ella con sarcasmo. Claramente no se había olvidado de mi salida repentina de la última vez. Empecé a contarle lo que había visto en la casa de los Cerqueira. Aunque, al principio, ella no se mostró muy interesada, pronto logré captar su atención. – Por lo que me dices, ellos usan trasgos para trabajar en los campos. No son las criaturas más inteligentes, ni las más agradables, pero no merecen ser tratados así. Vuelve por la noche. Voy a ver si encuentro a alguien para que nos ayude. Asentí con la cabeza. Después de la cena, le dije a mi mujer e hija que tenía que ir a la oficina a trabajar para poder salir sin levantar muchas sospechas. De hecho, no era propiamente una mentira. Yo debería haber ido a trabajar esa noche, pero no podía dejar que los Cerqueira siguieran abusando de esas pobres criaturas. Cuando volví al Bar de las Hadas, este estaba casi vacío. Además de uno u otro cliente solitario, solo allí se encontraba un grupo de cinco criaturas, del cual Alice formaba parte. Ella me llamó y me pidió que dijera a los otros lo que había visto. Mientras contaba, una vez más, qué había visto en la casa de los Cerqueira, observé a mis nuevos compañeros. Uno de ellos, un hombre, debía de ser de la misma raza de Alice, ya que tenía el mismo pelo blanco, cuello largo y ojos felinos que ella. Otro era pequeño, apenas llegándome a la cintura, y tenía piel amarilla y naranja. En contraste, a su lado, se encontraba una mujer muy alta y esbelta, de piel azul y ojos grandes, con varios trazos negros en la cara que no logré discernir si eran naturales o tatuajes. Por fin, en una mesa cercana, se sentaba en una diminuta criatura que se parecía mucho a la imagen popular de un hada. En la espalda, le crecían alas similares a las de una libélula, y pequeñas escamas multicolores le cubrían la parte de atrás del cuello y de los brazos. Cuando terminé mi historia, todos rápidamente se mostraron de acuerdo en ayudar a liberar a los trasgos. A continuación, Alice nos llevó hacia una de las puertas que llevaban a los túneles, donde los de sus razas habitaban. Desde que había descubierto el bar, los quería visitar. Sólo me hubiera gustado que las circunstancias hubieran sido otras. La puerta, después de un corto paso, llevaba a un túnel largo y alto con el suelo calcetado, paredes de granito y techo abovedado. Llamas azules, que parecían no emitir ningún calor, ardían en nichos en las paredes e iluminaban tanto o más que luces eléctricas. Una miríada de puertas despuntaba en ambas paredes. Durante nuestro recorrido, pasamos varias curvas y cruces. Cuanto más avanzamos, mayores se tornaban los túneles y más grande era la multitud que andaba en ellos. En la superficie, sólo durante el verano se veía a tanta gente. Y nunca con aquella diversidad. Perdí la cuenta al número de razas diferentes con los que me crucé. Finalmente, bajamos por una escalera hasta una enorme cámara rectangular. Esta era atravesada en su centro por una zanja que se unía, en ambos extremos, a túneles más grandes que cualquiera por el que habíamos pasado. Junto con otras criaturas, esperamos en aquella plataforma. Unos diez minutos después, una luz apareció en el fondo de uno de los túneles. Poco después, de este salió una gigantesca criatura, tan alta como la zanja, y larga lo suficiente para ocupar todo el largo de la cámara. Se parecía vagamente a una escolopendra, con un cuerpo de color rojo amarronado y una miríada de patas delgadas. Sin embargo, no tenía antenas, y su rostro poseía rasgos humanos. Sobre su espalda, transportaba seis vagones de madera. Usando una tabla, subimos a uno de esos vagones y nos instalamos en un de los bancos de madera e hierro. Poco después, nos pusimos en marcha, entrando en el otro túnel alto que desembocaba en la cámara. Después de todo, Braga tenía un Metro. Los habitantes de la superficie, sin embargo, no lo conocían. Desembarcamos unos quince minutos después en una cámara muy similar a aquella donde entramos. Subimos las escaleras y volvimos al sistema de túneles. Este era mucho más pequeño que aquel junto al Bar de las Hadas, con muchas menos puertas y bifurcaciones. Por fin, llegamos a una puerta de metal guardada por una criatura alta y musculosa, que nos dejó salir. Estábamos, ahora, en una estrecha cueva natural, la cual solo pude recorrer caminando de lado. Instantes después, más adelante, surgió una luz plateada. Después de pasar un bosquecillo, que disfrazaba la entrada, llegamos al exterior. Fue con sorpresa que, bajo la luz de la luna, me di cuenta de que estábamos en el valle de los Cerqueira, junto a la frontera entre este y el monte, no muy lejos de una de las paredes de la quinta. ¿Sería por allí que Henrique accedía al mundo escondido debajo de Braga? Sin perder tiempo, la pequeña hada voló sobre el muro. Regresó unos cinco minutos después. - Los trasgos ya están trabajando - dijo. - Y no están solos. Los Cerqueira tienen ogrons como capataces. - ¿Cuántos? - preguntó Alice. - No estoy segura, pero no muchos. - Entonces, vamos. - Espera - le dije. - ¿Cuál es el plan? - Entrar allí y empatar los capataces mientras los trasgos huyen - respondió Alice, sin parar. - Venid. El muro que circundaba la Vila Marta y sus campos era de granito y tenía más de dos metros de altura. Si fuéramos todos humanos, habríamos tenido alguna dificultad en subir. Por suerte, uno de mis compañeros tenía garras retráctiles, por lo que llegó a la cima con relativa facilidad. Después, nos ayudó a pasar hacia el otro lado. No había iluminación en aquellos bancales, y era una de las últimas noches de cuarto menguante, por lo que estaba muy oscuro. No podía ver nada más allá de siluetas difusas entre los viñedos y los postes que los soportaban. - No veo nada - dije a mis compañeros. - Nos vemos - dijeron el hada y la criatura que nos había ayudado a entrar casi al unísono. - Vamos - dijo Alice. Conmigo siguiendo a los otros ciegamente, subimos hasta el primer bancal. Entonces nos ocultamos detrás de un muro circular, que debía pertenecer a un pozo, y nos quedamos a mirar atentamente hacia arriba. En el bancal siguiente, pudimos ver varias siluetas por entre los viñedos, la mayoría pequeñas, pero una de ellas excepcionalmente grande, probablemente el capataz. Alice posó una mano en mi brazo. - Tú no ves en la oscuridad, por eso vas a ayudarme con aquel capataz. Los otros se encargarán de los bancales más arriba. Agazapados, subimos la rampa de tierra que llevaba al bancal siguiente. Entonces, Alice y yo nos separamos de los otros. Intentamos acercarnos sin ser vistos, utilizando los postes como escondites, sin embargo, la visión nocturna del capataz también debía ser mejor que la mía, pues de inmediato emitió un temible rugido y avanzó hacia nosotros. Alice me agarró por un brazo y, juntos, nos lanzamos contra él. Al principio, el ser resistió a nuestro ataque, pero acabamos por tirarlo al suelo. Mientras manteníamos el capataz atrapado con nuestro peso, Alice gritó, en la dirección de los trasgos: - ¡Huyan! ¡Lárguense de aquí! Las criaturas dudaron por un momento, pero pronto se dieron a la fuga, descendiendo la pared que soportaba el bancal como si fueran gatos. El ogron seguía luchando y gritando. Alice le dio un puñetazo y, cuando esto no funcionó, otro y otro e incluso otro. La criatura seguía moviéndose, por lo que no había perdido la conciencia, pero ya no se resistía. - Creo que ya nos podemos ir - dijo Alice. Cuando llegamos a la rampa por donde habíamos subido, vimos las siluetas de nuestros compañeros correr procedentes de los bancales arriba, acompañados por pequeñas formas que sólo podían ser trasgos. Detrás de ellos, oí la voz de Henrique y de pasos pesados. Habíamos sido descubiertos y estaban por llegar refuerzos. Corrimos de vuelta al muro. Los trasgos, en su ansia de libertad, nos sobrepasaban, y llegaron al exterior antes de que nosotros empezáramos siquiera a subir. Después de dejar el terreno de los Cerqueira, no vimos ni oímos ningún otro signo de persecución. Aun así, sólo paramos de correr cuando entramos en los túneles que llevaban al tren viviente. No sabíamos hacia donde habían huido los trasgos, ni si habíamos conseguido liberar a todos. Tampoco valía la pena pensar en ello. Después de aquella noche, los Cerqueira iban a estar de alerta. Nunca más íbamos a salvar a nadie de su quinta. 8: Capítulo 8 - La Organización
Capítulo 8 - La Organización
Después de mi descubrimiento del diario, había prácticamente abandonado la exploración urbana. Sin embargo, una noticia en un periódico del Miño despertó, de nuevo, este mi interés. Un buque con destino al puerto de Viana do Castelo se había hundido en la desembocadura del río Lima. Curiosamente, éste se hundió de proa, quedando la popa y la mitad de atrás fuera del agua en posición casi vertical. La evidente oportunidad para la exploración no me pasó desapercibida. Justo el fin de semana siguiente, fui hasta Viana. Para mi alivio, esta vez no tuve que mentir ni ocultarle la verdad a mi mujer. Ella estaba muy consciente de mi interés por la exploración urbana. No me gustaba engañarla, y de seguro, ella ya comenzaba a sospechar de algo. Me encontré con un viejo amigo que me prestó un barco (el mismo que yo había usado para explorar el Camalhão y encontrar el Rey de los Islotes) y, cuando oscureció, remé hasta el barco naufragado. Se me ocurrió entonces, que podía haber invitado al resto del grupo de exploración urbana de Braga. Ya estaba tan acostumbrado a hacer las expediciones basadas en el diario solo que, esta vez, ni me acordé de ellos. Tanto mejor, con lo que estaba a punto de descubrir. Ya cerca del buque, con la ayuda de mi linterna, busqué un sitio por donde entrar. No tardé en encontrar un ojo de buey situado justo por encima de la línea de agua. Me acerqué y, con el mango de la linterna, partí el cristal. Tuve alguna dificultad en pasar por la exigua entrada, pero acabé lográndolo. Mal puse los pies en el suelo metálico, apunté la linterna a mi alrededor. Estaba en una cabina. Lo primero que me saltó a la vista fue que ésta no tenía muebles. Sin embargo, ese no era el elemento más extraño de aquella división. Para mi sorpresa, la puerta se encontraba en posición simétrica a mí. Como el barco se había hundido de proa, yo debía de estar sobre una de las paredes. Por lo tanto, era como si aquella cabina estuviera preparada para inclinarse noventa grados. Me acerqué a la puerta y, con cautela, abrí una rendija. Del otro lado solo encontré oscuridad, por lo que abrí la puerta un poco más y apunté la linterna hacia el exterior. Vi, entonces, un pasillo donde se alineaban varias otras puertas. Salí y empecé a abrirlas. Detrás de cada una, encontré solamente cabinas vacías que poco diferían de aquella por donde yo había entrado. Finalmente, después de una curva en el pasillo, vi un brillo a la distancia. Me acerqué y encontré una puerta hermética entreabierta. Detrás de ella, provenía la luz. La abrí, esperando revelar otro corredor, pero lo que encontré fue algo que nunca había imaginado. Frente a mí, estaba ahora un enorme espacio abierto que debía ocupar gran parte de la mitad sumergida del buque. Unas escaleras metálicas llevaban hasta una red de plataformas y pasajes y, por fin, hacia el suelo. Éste estaba formado por tierra fangosa que, a esa profundidad, sólo podía ser el lecho del río. Sobre él y en las plataformas, los hombres, las grúas y las palas mixtas, abrían un enorme agujero. Después de ver gigantescas bisagras y pistones hidráulicos soldados al interior del casco, me di cuenta de que el barco estaba no sólo preparado para girar noventa grados; también se podía abrir la proa para explorar el fondo. Inmediatamente, me pregunté que estarían buscando, pero un golpe en la cabeza me hizo perder los sentidos y me impidió ir luego en busca de la respuesta. Cuando recobré los sentidos, me encontré en una de las cabinas pequeñas y vacías de los niveles superiores. Ésta, sin embargo, no tenía ojos de buey, y la poca iluminación provenía solamente de una luz que entraba por debajo de la puerta. Busqué en mis bolsillos, pero todo lo que tenía en ellos (teléfono móvil, linterna, navaja, cartera, llaves) había desaparecido. No sé cuánto tiempo estuve allí hasta que escuché la puerta siendo desbloqueada. Ésta se abrió poco después, revelando cuatro hombres. Tres de ellos vestían uniformes grises oscuros, incluyendo botas y boinas, y llevaban rifles de asalto. Eran claramente militares, pero no tenían ninguna insignia que su país o servicio. El cuarto hombre, sin embargo, vestía traje y corbata negros y una camisa blanca. Tenía el pelo corto y bien peinado, con algún gel, y no sería mucho más viejo que yo, probablemente en el inicio de los cuarenta. De hecho, parecía uno de los hombres de negocios con los que me cruzo a diario en la empresa. Haciendo señal a los soldados para que permaneciesen en el corredor, el hombre entró en la cabina y se acercó a mí. - Mi nombre es Almeida y soy el encargado de esta investigación - dijo, extendiendo la mano. Por mero hábito, le apreté la mano. Él puso entonces, las manos en los bolsillos de los pantalones. - Yo soy... - empecé a decir. - Yo sé quién eres - me interrumpió Almeida. - ¿Sabes?, tu blog no nos pasó desapercibido. Esa afirmación me cogió de sorpresa. De hecho, yo tenía un blog donde escribía sobre mis exploraciones, pero era poco leído (pueden encontrarlo en www.terceirarealidade.wordpress.com; pero, como verán a continuación, no es una fuente muy fiable). Sin embargo, nunca nadie me había identificado como el autor. - No hay necesidad de estar tan sorprendido. Sus actividades son de gran interés para nosotros. - ¿Por qué? - fue la única cosa que recordé decir. - Los blogs pueden ser una buena herramienta para desacreditar los acontecimientos que son nuestra responsabilidad ocultar. Cuantos más locos escriban sobre estos temas, menos el público cree en ellos. No necesitaba escuchar nada más para darme cuenta de quienes eran aquellos hombres. Se trataba, sin duda, de la organización de la que Alice me había comentado, que se encargaba de ocultar el mundo que existe paralelo al nuestro. - Por cierto, tengo una propuesta para usted - continuó Almeida. - Si estuvier de acuerdo en añadir artículos y cambiar los escritos por usted según nuestras instrucciones, estoy dispuesto a mostrarle lo que hemos encontrado aquí. Si no, recuerde que podemos hacer desaparecer su blog y dificultar mucho su vida y la de su familia. Viendo a los soldados detrás de él y pensando en todos los recursos usados en la excavación del lecho del río, por no hablar del buque en sí, no dudaba de que él fuera capaz de cumplir su amenaza. Además, yo escribía el blog más para pasar el tiempo que para ser leído, por lo que la veracidad de lo que allí estaba escrito no era de gran importancia para mí. Acepté la propuesta de Almeida sin mayor duda. - ¡Excelente! - respondió él. - Venga conmigo. Estamos cerca de encontrar lo que hemos venido a buscar aquí. Él me llevó de vuelta a los pasillos y, a través de ellos, hasta la enorme cámara donde transcurría la excavación. Desde una plataforma, observamos los trabajos. A nuestro lado, una pantalla mostraba lo que sólo podía ser una imagen del subsuelo obtenida por algún tipo de sensor. En ésta, se veía claramente una gran mancha blanca que sólo podía ser lo que aquellos hombres buscaban. Almeida no me dijo de qué se trataba, y yo no le pregunté. Después de todo, a juzgar por la imagen, lo iba a descubrir en breve. Minutos después, algo surgió. Por entre el barro oscuro, se veía, ahora, un punto blanco. Las máquinas se detuvieron, siendo la excavación retomada por hombres con palas. Poco a poco, el misterioso objeto fue revelado. A cada segundo que pasaba, parecía ser de mayor tamaño. A la distancia a la que me encontraba era difícil estar seguro, pero la materia blanca que lo formaba parecía tener una textura extraña, semejante a la de la piel. De hecho, siempre que uno de los trabajadores le tocaba, ésta mostraba una cierta elasticidad. Cuando, al cabo de más de una hora, el objeto quedó totalmente al descubierto, no sabía distinguir muy bien lo que estaba mirando. Por un lado, parecía un animal del tamaño de un cachalote, con la piel cubierta por una sustancia viscosa de origen claramente orgánica. Por otro, tenía una forma triangular con los bordes redondeados, tan regular que no parecía de origen natural. Los hombres de Almeida pacientemente excavaron por debajo del objeto y pasaron correas, que supuse eran de kevlar, de un lado al otro. Después, sostuvieron los dos extremos al gancho de una grúa. Ésta, lenta y cuidadosamente, comenzó a levantar el objeto, teniendo como destino una plataforma no muy lejos de aquella donde nos encontrábamos. Cuando pasó junto a nosotros, su "piel" empezó a moverse, primero ligeramente, y después, violentamente. Parecía que algo estaba intentando salir del interior. Los soldados le apuntaron sus armas. - No disparen - ordenó Almeida. Nuestra sospecha se confirmó segundos después, cuando una mano terminada por garras rompió la superficie. Antes de que alguien lograra reaccionar, del interior del objeto salió una criatura negra vagamente humanoide. Era más grande que un hombre, de unos dos metros de altura, y tenía brazos tan largos que tocarían en el suelo si ella se levantase sobre él. Nos miró con ojos amarillos y después saltó en nuestra dirección. - ¡Disparen! - gritó Almeida. Las balas zumbaron en dirección a la criatura, pasando desconcertantemente cerca de nosotros, pero ninguna parecía herirle. Impulsado por sus poderosas piernas, llegó a nuestra plataforma, me empujó y me tiró al suelo. Tengo de confesar que estar allí a los pies de aquella criatura fue uno de los momentos más terribles de mi vida, al menos, hasta entonces. Aquellas garras y colmillos podían despedazarme en un instante. Afortunadamente, la criatura no se quedó y corrió escaleras arriba. - ¡Detrás de él! - ordenó Almeida. - No lo dejen salir del buque. Los soldados así lo hicieron. Almeida siguió inmediatamente detrás. Cuando logré levantarme y recuperarme, ellos ya habían desaparecido detrás de la puerta estanca que llevaba a los niveles superiores. Corrí detrás de ellos. Siguiendo los ruidos de las botas en las pasarelas de hierro, recorrí los pasillos y subí las escaleras hasta llegar al exterior. Los encontré en lo que sólo puedo llamar la cubierta que se encontraba en la parte de atrás del puente del buque. Estaban asomados sobre la borda, apuntando sus armas hacia el agua. Me uní a ellos. - Él saltó al río - me dijo Almeida. Junto con ellos, empecé a buscar a la criatura entre las aguas. Ella se apareció, momentos después, en las escaleras altas de cemento que sostenían la orilla del río. Con la biblioteca de Viana justo encima, los hombres de la Organización no se atrevieron a disparar, y la criatura desapareció en el interior de una de las callejuelas de la ciudad. - Vamos a tener que perseguirlo por la ciudad - dijo Almeida, más para sí mismo que para los que lo rodeaban. - Pongan el barco en el agua. Después, se volvió hacia mí: - ¿Conoce a Viana? - Crecí aquí - respondí. - Entonces, va a tener que venir con nosotros. Los soldados volvieron al interior del buque por la misma puerta por donde yo salí. Poco después, vi a la pared moviéndose. Una sección entera se deslizó hacia un lado, revelando una bodega con varios botes. Los soldados levantaron uno en peso y lo llevaron hasta la borda. Al presionar de un botón, ésta se inclinó y rodó, formando una rampa a través de la cual el barco fue llevado hasta el agua. Después de abordar, fue una cuestión de poco más de un minuto llegar a la orilla. Desembarcamos aproximadamente en el mismo punto donde la criatura había subido a tierra y la seguimos hacia el interior de la callejuela. Como esperaba, ella ya no se encontraba allá. Los soldados apuntaron las linternas para los otros tres callejones que terminaban allí, pero no vieron ninguna señal de nuestro objetivo. Ellos parecían bastante experimentados en situaciones como aquellas, pues, sin esperar por una orden de Almeida, comenzaron la búsqueda de pistas que indicasen para dónde la criatura podía haber ido. No tardarían en encontrar unas marcas en el estuco medio caído de una casa cercana. Se trataban de agujeros enormes, en espacios más o menos regulares. - Subió a los tejados - dijo Almeida. Miramos todos hacia arriba, pero es claro que la criatura ya no estaba allí. Sin embargo, ahora sabíamos qué señales buscar. En una callejuela adyacente, encontramos fragmentos de tejas que parecían estar allí hacia poco tiempo. En otra, paralela a la segunda, encontramos lo mismo. En una transversal a ésta, una pared mostraba marcas en su parte superior. Siguiendo estas pistas, acabamos por ver un bulto que se movía entre los tejados de la ciudad. Cuando estábamos pasando delante de la Iglesia Matriz, él saltó por encima de nosotros, aterrizando dentro de la torre del campanario. Sin embargo, no se quedó allí mucho tiempo, pues rápidamente saltó hacia el techo de la iglesia y pasó para el edificio de atrás. Almeida y sus hombres comenzaron a bajar la calle, sin duda en busca de un pasaje a través del cual pudieran seguir en la misma dirección de la criatura, pero yo los llamé: - Por aquí. Tomando una callejuela escondida al lado de la iglesia, logramos seguir paralelamente a la criatura. Cuando salimos en una calle mayor, estábamos al frente de ella. Finalmente, llegamos a la plaza situada al lado del antiguo mercado, en el centro de la cual se encontraba la Capilla de las Almas. En un intento por prepararnos para todos los posibles movimientos de la criatura, avanzamos hasta medio camino entre el final de la calle y la capilla. De allí, podíamos seguirla rápidamente, fuera a donde fuera. Por suerte, ella saltó directamente hacia el tejado de la capilla. Con rapidez y precisión militar, los soldados de la Organización rodearon el edificio antes de que ella tuviese tiempo de pasar al siguiente. - Mátenlo - ordenó Almeida, cuando el ser comenzó a ganar balance para un nuevo salto. Las automáticas abrieron fuego. A pesar de que me interesaban las armas, no tenía ni idea de qué modelo eran aquelllas. No hacían casi ningún ruido en el momento de disparar. De cualquier manera, tampoco es que viviese mucha gente en aquella parte de la ciudad para escucharlas. Al ser herida por las primeras balas, la criatura interrumpió el salto e intentó encontrar refugio, pero los soldados cubrían todos los ángulos de aquel tejado. Balas y más balas se alojaron en su cuerpo, hasta que, finalmente, ella cayó del tejado. Aún así, aquello no había terminado. El ser se levantó y, con un gruñido, avanzó en la dirección de uno de los soldados. Almeida sacó una pistola del bolsillo interior de su chaqueta y se unió a sus hombres, rodeando la criatura. Ante el fuego cruzado, ésta no resistió y, por fin, se cayó, quedando inmóvil en el suelo. Con un movimiento casi mecánico, sin vacilar y ni siquiera pensar, uno de los soldados sacó un plástico negro de su mochila, se aproximó al cuerpo y lo cubrió. - Puede ir - me dijo Almeida, guardando la pistola y metiendo las manos en los bolsillos de los pantalones. - Nosotros ahora vamos a proceder a la limpieza. Nos pondremos en contacto con usted para decirle lo que queremos que cambie en su blog. Como es obvio, yo tenía muchas preguntas. ¿Qué era esa criatura? ¿Qué estaba haciendo en el fondo del río? ¿Qué era aquella cosa dentro de la cual se encontraba? ¿Por quién fue creada la Organización? ¿A quién respondía? ¿Quién la financiaba? Sin embargo, no me parecía que Almeida fuese a responder a nada, por lo que salí del local y me fui a recuperar el barco de mi amigo. Una vez más, en el camino de vuelta a casa, mi mente estaba perdida en las posibles explicaciones para lo que había visto. Llegué a casa casi sin percatarme de ello, y sólo cuando la puerta del garaje empezó a abrir fue que me di cuenta de que había estado fuera mucho más tiempo de que lo esperado. ¿Qué excusa le iba a dar a mi mujer? 9: Capítulo 9 - Trasgos Citadinos
Capítulo 9 - Trasgos Citadinos
Una vez más, una noticia en un periódico local despertó mi curiosidad. Esta reportaba una serie de extraños accidentes de auto en la ciudad de Braga. Todos ellos habían ocurrido cerca del lugar donde los coches estaban estacionados durante la noche y mostraban señales de sabotaje, generalmente frenos cortados. Ya había más de una docena de muertes. Según la noticia, la policía creía que los responsables eran uno o varios vándalos, pero aún no había encontrado ninguna pista, indicio o testigo que le ayudara a identificarlos. En otros tiempos, estaría inmediatamente de acuerdo pero, después de todo lo que había visto en los meses anteriores, me pregunté si la causa no sería otra, algo asociado al otro mundo que yo había descubierto. Por lo tanto, una noche en que salí tarde del trabajo, decidí hacer una ronda por la ciudad. Caminando, recorrí todas las calles en las que los coches solían permanecer estacionados durante la noche, atento a cualquier movimiento debajo de ellos. Durante la primera hora, no vi más que uno que otro animal callejero. Sin embargo, cerca de la media noche, vi a un extraño bulto negro debajo de un Ford Fiesta. Si no hubiera visto criaturas extrañas antes, podía haber pensado que se trataba de un gato, pero había algo en la forma de aquella sombra que no parecía animal. Me acerqué. Lentamente, me agaché y, encendiendo rápidamente la linterna, me asomé debajo del coche. Lo que encontré, realmente no fue un gato, sino un trasgo, como los que había ayudado a liberar de la casa de los Cerqueira. Estaba, claramente, intentando romper parte de las tuberías y cableado en la parte de abajo del coche. Alarmado, intentó huir. Lo agarré por un brazo. Si lograra capturarlo, tal vez podría encontrar a alguien que supiera comunicarse con él y descubrir por qué estaba haciendo eso. Sin embargo, el trasgo me mordió la mano, obligándome a soltarlo. Aún así, corrí detrás de él pero, usando sus cuatro extremidades, era mucho más rápido que yo. Lo perdí, por fin, cuando subió la pared del terreno adyacente a una de las torres medievales de la ciudad. Además de ser demasiado alta para yo subir, se trataba de una propiedad privada habitada, que yo no me atrevía a invadir. El encuentro, sin embargo, no fue infructuoso. Cuando agarré el brazo de la criatura, me di cuenta de que éste tenía una marca en forma de círculo con una C invertida grabada en la piel. Decidí, entonces, ir al Bar de las Hadas a buscar a Alice con la esperanza de que ella supiera de qué se trataba y eso me diera alguna pista sobre el origen y objetivos del trasgo. Como esperaba, y como en casi todas mis visitas al Bar de las Hadas, encontré a Alice sentada en el balcón. Me senté a su lado. Después de nuestra aventura en la casa de los Cerqueira, ella ya no parecía tan resentida con nuestro primer encuentro, por lo que no tuve dificultad en iniciar la conversación. Después de los saludos iniciales, le hablé de los accidentes, las muertes, de mi vigilia y de mi encuentro con el trasgo. - He oído hablar de esos accidentes - dijo ella. - Casi todos los coches se estrellaron en sitios habitados por algunas de nuestras razas más pequeñas. El que derribó la pared del Palacio de los Biscainhos destruyó toda una comunidad de hadas que hicieron su casa en el interior hueco. Marta, el hada que nos acompañó a la quinta de los Cerqueira, perdió a toda su familia. Que haya sido un trasgo la causa de los accidentes puede ser una revelación importante. Me quedé en silencio durante un instante, intentando comprender lo que acababa de oír. Las muertes podrían haber sido solamente daños colaterales de alguien tratando de disimular atentados contra las hadas como accidentes. Sin embargo, esto no redujo mi deseo de encontrar al responsable, sino al contrario. Luego le conté a Alice sobre la marca que vi en el brazo del trasgo. Ella me miró con una expresión grave. - Yo ya he visto esa marca antes - dijo ella. - En los trasgos que liberamos de la quinta de los Cerqueira. En ese momento, me quedé pálido. Una, tal vez más, de las criaturas a cuya liberación yo había ayudado, podría ser responsable por más de una decena de muertes. Era difícil no sentir que su sangre estaba en mis manos. - ¿Segura? - pregunté, buscando por dónde escapar a la culpa. Ella sólo asintió con la cabeza, en silencio. Me levanté de inmediato y volví a las calles de la ciudad, más decidido que nunca a descubrir la razón de todas esas muertes. Me dirigí a la calle donde encontré el trasgo. Con suerte, le había interrumpido antes de él terminar su sabotaje y volvería para terminar el trabajo. Esperé, inmóvil, bajo la sombra de un árbol, con la esperanza de que la oscuridad me escondiera. Estuve allí casi una hora antes de que el trasgo volviera, salido de una callejuela cercana. Asumí que era el mismo, ya que se dirigió a lo mismo coche. Esta vez, no interrumpí su trabajo. Quería que terminara para seguirlo y ver a dónde iría después. Allí había algo más, tenía de haberlo, e iba a averiguar lo que era o la culpa sería mía... Más tarde dejaría en el parabrisas un mensaje de advertencia al conductor del coche. La criatura no estuvo ni cinco minutos debajo del vehículo. Corrió hacia la callejuela de donde salió y, esta vez, pude ir detrás de él. Me aseguré de no perderlo como la última vez; afortunadamente, la persecución no fue larga. Lo vi subir por la pared trasera de una casa abandonada en las Carvalheiras - una plaza situada en el otro extremo de la callejuela - y desaparecer en la oscuridad detrás de las rejas que delimitaban el jardín, construido sobre el garaje. Conocía bien aquella casa: ya la había visitado con el grupo de exploración urbana, y sabía cómo entrar. No tenía la agilidad ni las garras del trasgo, sin embargo, subiendo a una caja de electricidad, logré llegar a un espacio entre las rejas lo suficientemente ancho para poder pasar. Como es habitual en casas abandonadas hace mucho tiempo, ésta había sido víctima del vandalismo. La puerta trasera había sido derribada. Entré. Cogí mi linterna, pero no me atrevía a encenderla. No quería asustar a quien allí estuviera, al menos no antes de darme cuenta de lo que pasaba. Aún así, la luz de la luna, de las estrellas y hasta de la iluminación pública que entraba por las ventanas partidas iluminaba el interior lo suficiente como para ver lo que me circundaba. El suelo del vestíbulo estaba lleno de hojas, probablemente traídas por el viento a través de la puerta. Afortunadamente, también estaba cubierto de polvo, en el que se veían claramente varias pequeñas huellas, que asumí eran del trasgo. Las seguí hasta la escalera que llevaba al piso superior, haciendo caso omiso de dos puertas abiertas que, por el poco y polvoriento mobiliario que aún contenían, eran un cuarto de estar y un comedor. Las escaleras de madera chirriantes me llevaron hasta el pasillo del piso superior, donde se alineaban varias puertas abiertas o derribadas. La luz que salía de estas era suficiente para ver lo que me rodeaba. Como en el piso de abajo, el pasillo estaba cubierto de polvo, y en éste continuaban las huellas de trasgo. Las seguí hasta una de las habitaciones. Apenas llegué a la puerta, vi pequeños bultos, sin duda trasgos, correr y desaparecer por la puerta que llevaba al balcón. Ésta, sin embargo, encuadraba una forma mayor, tal vez incluso más alta que yo. No parecía particularmente preocupada por mi presencia, pues no movió un solo músculo cuando entré en la habitación. Una capucha y una capa le cubrían todo el cuerpo, y con la escasa iluminación, me era imposible ver lo que se encontraba debajo. - ¿Quién es usted? - pregunté. - ¿Qué pretende? Aquel bulto solo podía ser quien controlaba los trasgos, por lo que era momento de yo obtener algunas respuestas sobre los accidentes y las muertes. - Vete de aquí - dijo la criatura con una voz femenina y ronca. - Esto no tiene nada que ver contigo ni con los de tu raza. Olvida todo lo que has visto. - Pero... - empecé yo, pero ella me volvió la espalda y avanzó hacia el balcón. Corrí detrás de ella, dispuesto a luchar si fuera preciso, para obtener respuestas. Sin embargo, apenas llegó al exterior, ella comenzó a flotar. La sorpresa me hizo dudar un momento, el tiempo suficiente para la criatura se elevara en el cielo nocturno, muy por encima de la casa. La vi, entonces, a volar en dirección al oeste, desapareciendo poco después detrás de los edificios que ocultaban el horizonte. Frustrado, salí de la casa y volví al Bar de las Hadas. Tal vez Alice supiese quién o qué era aquel ser encapuchado. Ella seguía allí, sentada al balcón en el mismo taburete. Me senté a su lado y, antes de ella tener tiempo de decir algo, le dije lo que acababa de descubrir. Cuando le hablé de la figura encapuchada y de cómo ésta levantó vuelo, una expresión aterrorizada apareció en su cara. - Las Brujas de la Noche - susurró, como si tuviera miedo de decir el nombre en voz alta. - ¿Quiénes son las Brujas de la Noche? - le pregunté, sorprendido con su reacción. - La leyenda de las Brujas de la Noche es muy antigua. Se dice que son criaturas misteriosas que atacan a algunas de nuestras razas. Como es normal en estas cosas, hay varias historias de avistamientos, si bien que últimamente he oído más. Nunca les di mucha importancia. Pero, ahora, con lo que me dijiste... Seguimos conversando sobre las Brujas de la Noche durante un rato más. Por desgracia, las historias que ella conocía no eran muy útiles. A menudo, se contradecían unas a las otras. Pero esa es la naturaleza de las leyendas. Dejé el Bar de las Hadas decidido a encontrar y hacer lo que pudiera para detener a las Brujas de la Noche. Cuando llegué a casa, mi mujer ya se había quedado dormida. La había llamado para decirle que iba a trabajar hasta tarde. Yo no me acosté de inmediato. Me senté en mi escritorio con el diario que había encontrado, buscando por todas las referencias sobre brujas. Mis próximas expediciones iban a centrarse en ellas. 10: Capítulo 10 - Las Brujas de Montalegre
Capítulo 10 - Las Brujas de Montalegre
Como era de esperarse, una de las primeras referencias sobre brujas en el diario que había encontrado estaba asociada a la localidad portuguesa más conocida por éstas: Montalegre. De hecho, todos los viernes trece, el pueblo organiza un evento llamado "Noche de las Brujas" para celebrar esa misma tradición. En una tarde lluviosa de sábado, en que ni mi mujer ni mi hija quisieron salir de casa, fui hasta allá. No había autopistas que llevasen hasta Montalegre, por lo que tuve que usar estradas locales. Durante gran parte del camino, la estrada era amplia y bien cuidada, pero algunas decenas de kilómetros antes de llegar a la villa, se tornó estrecha y llena de curvas. La recorrí despacio y con mucha atención, subiendo y bajando colinas cubiertas de pinos y eucaliptos. Finalmente, después de una última subida, me encontré con Montalegre. Construida sobre una colina que se erguía sobre una extensa meseta vacía y débilmente arbolada, era una visión impresionante, especialmente en un día gris como aquel. En su punto más alto, entre una mezcla de edificios antiguos y nuevos, se erguía el castillo medieval, su masiva torre de homenaje pareciendo capaz de resistir al propio Apocalipsis. Según el diario, las brujas de la región sólo se encontraban después de anochecer. Estábamos casi en invierno, por lo que no tenía que esperar mucho, y decidí hacerlo en un café local. Aproveché la oportunidad para buscar más información sobre el lugar donde el diario decía que las brujas se reunían y direcciones más precisas. El empleado me explicó cómo llegar allí y cómo sería el camino sin hacer preguntas o plantear cualquier dificultad. Sin embargo, un cliente sentado en una mesa cercana, un hombre ya de cierta edad con un sombrero y un bastón colocados en la silla a su lado oyó la conversación y dijo: - ¡No vaya allí! Es el lugar donde las brujas se reúnen de noche. Si saben que alguien estuvo en su lugar de encuentro, le lanzan un hechizo. Si están de buen humor, sólo le dan una cagalera, si no, le dan una enfermedad que lo debilita y lo mata. Así fue como murió un vecino mío. Le dio curiosidad y... La advertencia de aquel señor no me disuadió de ir en busca de las brujas. Por el contrario, sólo me confirmó que estaba en el camino cierto. Pagué y volví a mi coche. Me dirigí, entonces, hacia el este de la villa, entrando en la carretera que atravesaba aquel lado de la meseta. Allí, en aquel día gris, no era difícil ver por qué la región había ganado su reputación de sobrenatural. Una ciénaga flanqueaba la carretera. Aquí y allá, crecía un árbol y, de vez en cuando se veía una laguna, pero contenía sobre todo piedras y maleza, entre las cuales se erguían pequeñas elevaciones. Según el diario, el punto de encuentro de las brujas se escondía detrás de una de éstas. Aparqué junto al inicio de un sendero que, según el empleado de la cafetería, me llevaría hasta allí, y empecé a seguirlo. Casi de inmediato, estuve feliz de haber llevado mis mejores botas de montaña. El camino era irregular, lleno de piedras y barro. Con cualquier otro calzado habría quedado con los pies empapados y doloridos. Me tomó poco más de una hora llegar a la pequeña elevación que buscaba. Detrás de ella, encontré un pequeño arbolado, con media docena de árboles y algunos matorrales. En el espacio vagamente circular entre ellas, encontré las cenizas de una reciente hoguera. No había duda de que estaba en el sitio correcto. El sol ya se encontraba detrás del horizonte, por lo que no debía faltar mucho para que las brujas llegasen para el encuentro de esa noche. Me escondí detrás de un matorral espeso, situado en el lado del claro opuesto al del sendero, y esperé. Pasó otra hora hasta que empecé a oír alguien llegando. La noche ya había caído en pleno, y el cielo estaba nublado, por lo que allí, lejos de cualquier iluminación pública, poco más lograba ver que negro. Oí la persona entrar en el claro venida del sendero, y, poco después, el sonido de troncos de madera a ser arrojados al suelo. De repente, una pequeña llama se encendió y, instantes después, una hoguera ardía vivamente. Junto a ésta, ahora podía ver a una mujer ya de cierta edad. Estaba toda vestida de negro, incluyendo un pañuelo que le cubría la cabeza. Durante unos minutos, se quedó allí de pie, esperando. A continuación, una segunda mujer, más joven, pero envergando ropa similar, surgió venida del sendero. Apenas tuvieron tiempo de intercambiar saludos cuando una tercera y una cuarta se unieron a ellas. Los dos últimos elementos del grupo tardaron un poco más, pero cuando llegaron, las seis formaron un círculo alrededor de la hoguera. Entonces, se quitaron la ropa, y pude verlas bien por primera vez. La más joven tendría poco más de veinte años, mientras que la más vieja hace mucho habría pasado de los ochenta. Al contrario de lo que cuentan algunas leyendas, no vi ninguna marca fuera de lo normal en sus cuerpos. Desnudas, empezaron a danzar alrededor de la hoguera, cantando algo en una lengua que no reconocí. Su danza duró una media hora, sus cuerpos retorciéndose de forma caótica, pero, al mismo tiempo, bella y casi hipnotizante. Hasta las brujas más viejas mostraban una agilidad y flexibilidad extraordinarias, hasta sobrenaturales. Cuando terminaron, se postraron, orientadas hacia la hoguera. De repente, de entre las llamas, saltó una pequeña criatura de piel roja viva. Tenía orejas puntiagudas, entre las cuales crecían dos pequeños cuernos, y un hocico agudo, lleno de dientes como agujas. Pequeñas alas, claramente incapaces de soportar su cuerpo en un vuelo constante, le salían de la espalda. A ella le siguieron, en una rápida sucesión, otras cinco. Inmediatamente, todas ellas se unieron a las brujas y retomaron la danza. No podía imaginarme cuál era el propósito de ese ritual. Había una evidente similitud entre aquellos seres y los evocados por el culto que yo encontrara en el convento de San Francisco, en Viana do Castelo. Sin embargo, en aquel momento no me di cuenta de eso. Estaba demasiado preocupado en averiguar si aquellas eran o no las Brujas de la Noche. Si me hubiese dado cuenta, tal vez algunas muertes que ocurrieron más tarde podrían haber sido evitadas. De repente, una de las criaturas salió del círculo de danza y empezó a olfatear el aire. Pasados unos segundos, se volvió hacia sus compañeros y dijo: - No estamos solos. Un escalofrío subió mi espina dorsal. Claramente estaba hablando de mí. Las brujas y los restantes diablillos interrumpieron su danza y canto. Yo me preparé para escapar, pero era demasiado tarde. - ¡Sal de ahí! - dijo el primer diablillo con una voz estridente, en la dirección del matorral detrás del cual me había escondido. - Y ni pienses en huir. Mis hermanos y yo vemos bien en la oscuridad y somos más rápidos de lo que parecemos. Sin duda te alcanzaremos. Y no te va a gustar lo que vamos a hacer después. La criatura emitió una risa cruel. Con una mezcla de miedo y curiosidad, salí de detrás del matorral, y me acerqué a la hoguera. - Es peligroso andar por aquí después del anochecer - dijo una de las brujas, una de las más jóvenes, con una sonrisa socarrona. - Y más aún mirar nuestros rituales. - ¿Ustedes son las Brujas de la Noche? - le pregunté, yendo directo al grano. Después de todo, qué más podía decir. Al escuchar el nombre, los diablillos roznaron y las brujas escupieron a la hoguera. - No nos confundas con esas zorras - dijo una de las brujas más viejas. - Nosotras somos devotas del Cornudo, el Diablo, Belcebú. Es el que nos da nuestros poderes - explicó una bruja de la mediana edad. - Las Brujas de la Noche salieron de repente de la nada y nadie sabe de dónde viene su poder o a quién sirven. Pero no son como nosotras. - ¡Zorras! - gritó la bruja más vieja. - Aparecen de la nada y se creen mejor que nosotras. No van a los Grandes Conventículos, no respetan a nuestro maestro, ni siquiera nos reconocen como hermanas. - ¿Cuál es tu interés en ellas? - preguntó uno de los diablillos. A pesar de ya estar acostumbrado a hablar con criaturas extrañas, dudé durante un segundo. Había algo inquietante en aquellos seres. Sin embargo, al final les conté la historia de las muertes, de los trasgos y del bulto negro en la casa abandonada. Durante algunos momentos, nadie dijo nada. Creo que no sabían bien cómo reaccionar. Por fin, el diablillo que me interrogó dijo: - Vete de aquí. Y sólo te dejamos ir porque quieres interferir en los planes de las Brujas de la Noche. Pero no vuelvas. Sin decir nada más, así lo hice. Ya en el sendero de vuelta al coche, oí a las brujas y los diablillos a retomar su canto. Durante gran parte del camino, al contrario de lo que era habitual, no pude pensar en lo que acababa de descubrir. Las carreteras estrechas y llenas de curvas requerían toda mi atención en el oscuro. Sin embargo, cuando llegué a carreteras mejores, mi mente comenzó a divagar. Aquellas no eran las Brujas de la Noche, eso estaba claro, pero el desprecio que mostraron por ellas, y el hecho de que las consideraban como una otra ceita fue un descubrimiento importante. Por desgracia, eso no respondía al misterio de quién eran las Brujas de la Noche, lo que pretendían y dónde encontrarlas. Sólo lo adensaba. Cuando llegué a Braga ya era casi hora de la cena. Llamé a mi mujer y a mi hija a preguntar si querían comidas de Burger King. Quería compensarlas por mi ausencia. 11: Capítulo 11 - Brujas Urbanas
Capítulo 11 - Brujas Urbanas
Cuando busqué en el diario por entradas sobre brujas, una en particular me llamó la atención. Cuando pensamos en brujas, por lo menos en Portugal, nos vienen a la cabeza imágenes de mujeres alrededor de una hoguera en un campo abandonado o en un bosque distante, o curanderos y adivinos populares que atienden los clientes en sus casas. Esta entrada, sin embargo, hablaba de un grupo de brujas del Porto que se reunían en un salón de té en el corazón de esta, la cual es la segunda mayor ciudad del país. No es, pues, extraño que, después de la entrada más obvia, la de Montalegre, yo haya decidido investigar esta. Un día que estaba solo en aquella ciudad por motivos de trabajo, aproveché un intervalo de tiempo grande entre mis reuniones de la mañana y de la tarde para visitar el mencionado salón de té. Con la ayuda del GPS de mi teléfono, encontré su ubicación. Surgió, entonces, un problema. La entrada en el diario tenía varios años, y el salón de té ya no existía. En su lugar, había ahora un pequeño centro comercial. Aparqué en un parque cercano y entré. Tal vez pudiera encontrar alguna pista que me indicara cuál era el nuevo punto de encuentro de las brujas. Apenas pasé la puerta, me di cuenta de que aquel no era un centro comercial común. En lugar de tiendas de ropa, bisutería, tecnología y artículos deportivos, como en la mayoría de establecimientos del género, en este había tiendas de esoterismo, maquillaje natural, comida ecológica y artículos culturales. Recorrí los pasillos y subí las escaleras hasta el segundo piso. Fue entonces que encontré lo que buscaba: un salón de té con el mismo nombre de aquel donde las brujas se reunían. Deben haber reabierto en el centro comercial después de este haber sustituido el salón original. Entré y me senté en una mesa. La decoración era muy moderna: sillas blancas ovaladas, sofás de piel, mesas de un solo pie. Hasta los pedidos eran hechos a través de Tablet PCs embebidas en columnas o a través de cualquier Smartphone gracias a los códigos QR impresos en las cajas de madera de las servilletas. Pedí un té y un sándwich de queso fundido, que consumí relajadamente, mientras observaba a los clientes que entraban y salían. Sus edades parecían variar entre los veinte y los cincuenta y, a juzgar por la ropa, eran todas personas de alguna riqueza. En su mayoría eran mujeres, aunque no por mucho. Durante la media hora que estuve allí sentado, me di cuenta de algo que, si no supiera lo que estaba buscando, no hubiera visto. Solas o en pares, siete mujeres en los treinta, todas ellas de tacones altos, bien vestidas y maquilladas y con el cabello meticulosamente cuidado, entraron, y sin dudar, se dirigieron inmediatamente hacia el piso de arriba. Afortunadamente, la señal para el WC apuntaba hacia allí, por lo que tenía la excusa perfecta para subir y confirmar mis sospechas. Subí las escaleras de hierro y madera. En la parte superior, me encontré con una sala en todo similar a la de abajo. De las siete mujeres, sin embargo, no había ni señal. Cuidadosamente, tratando de no llamar demasiado a la atención, pues no sabía si estaba siendo filmado, intenté descubrir a dónde podían haber ido. En el pasillo que llevaba a las casas de baño, me encontré con una tercera puerta con la común señal diciendo “Acceso Restringido”. Era el único lugar donde las posibles brujas se podían haber ocultado. En silencio, puse el oído en la puerta, pero no oí nada. Lentamente, abrí la puerta un poco y me asomé hacia el interior. Así que un poco de luz disipó la oscuridad, vi unas escaleras que llevaban hasta otra puerta, más arriba. Cerré la primera detrás de mí y encendí mi linterna. Teniendo cuidado para no hacer ruido, empecé a subir. Algunos escalones después, oí un cántico. Cuanto más subía, más este se intensificaba. Así que puse el oído en la segunda puerta, me di cuenta de que venía de detrás de ella. Era allí que las brujas se reunían, no había duda. El cántico duró unos quince minutos más. Después de unos momentos de silencio, una voz lejana y aguda preguntó: - ¿Qué quieren de mí? Debía tratarse de algún espíritu o criatura invocada por el ritual. - Tú ves más que cualquiera de nosotras. Te llamamos para responder a nuestras preguntas – dijo una voz femenina, sin duda perteneciente a una de las brujas. Una a una, las mujeres pusieron sus preguntas. Confieso que me sentí desilusionado. Con todos los misterios sobre la historia y el universo que podían tratar de deslindar, sus preguntas fueron de lo más básico posible. ¿Con quién es que fulana iba a engañar a su marido? ¿Dónde el otro fue a buscar el dinero para comprar un Mercedes nuevo? ¿Cómo fulano había logrado conquistar su actual mujer cuando era tan feo? ¡Chismes! Personas como aquellas no podían ser las Brujas de la Noche. Me estaba preparando para irme, cuando oí la voz aguda y distante decir: - ¿Quieren saber quién está detrás de la puerta? Di media vuelta para huir, pero solo había bajado tres escalones cuando la puerta se abrió detrás de mí y algo me empujó. Caí por las escaleras y me estrellé contra la puerta inferior. Aturdido y dolorido, varias manos me cogieron y arrastraron hacia arriba. Después de unos minutos de recuperación, los mareos y la niebla delante de mis ojos se disiparon. Estaba, ahora, en un pequeño cuarto sin ventanas, iluminado por más de una docena de velas. Había allí una extraña mezcla entre lo antiguo y lo moderno. Tablet PCs, en la pantalla de los cuales se podían ver páginas con textos escritos en caracteres extraños, reposaban sobre una alfombra gasta y llena de marcas de quemado. En su centro, ardía un pequeño brasero, cuyas llamas se movían con el soplo del aire acondicionado. Sillas modernas, iguales a las usadas en el salón de té, se mezclaban con muebles que parecían salidos de anticuarios y contenían una infinidad de instrumentos ancestrales. Sentadas en la alfombra, las siete mujeres me rodeaban. Todas ellas ahora llevaban al cuello amuletos enormes con un aire antiguo y gastado, contrastando marcadamente con sus vestidos modernos y tacones altos. - ¿Quién eres tú? – me preguntó una de las brujas. - ¿Y porque nos estabas escuchando? - Estoy buscando las Brujas de la Noche. ¿Las conocen? - Y ¿quiénes son esas? – preguntó la bruja. - ¿Algunas provincianas que andan por ahí de noche montadas en escobas? Sus compañeras se rieron. - No nos mezclamos con esa gente – añadió una tercera bruja. – Sólo si necesario. - Ahora, tenemos que decidir qué hacer contigo. - Lo dejamos ir – dijo la primera bruja que habló. - ¿Y si lo cuenta a alguien? – preguntó la mujer que planteara la cuestión. - Mira su ropa – le respondió su compañera. - ¿Crees que alguien va a poner la palabra de un nadie como él por encima de la nuestra? Daría más problemas deshacernos de él. - Tienes razón – dijo otra bruja. – Vete de aquí. ¡Pero no vuelvas! Así lo hice. Aquellas no eran claramente las Brujas de la Noche, por lo que no tenían ningún interés para mí. Fui al baño de un café cerca del centro comercial para limpiar mi traje y mis heridas de la caída y me dirigí a mi reunión de la tarde. Al contrario de lo que había ocurrido en mis exploraciones anteriores, esta no suscitó ningún pensamiento o pregunta. Aquellas brujas eran inútiles para descifrar el misterio que yo perseguía. 12: Capítulo 12 - La Taberna de los Encantados
Capítulo 12 - La Taberna de los Encantados
Mis primeros intentos de encontrar las Brujas de la Noche habían sido infructuosos. Aún habían otras anotaciones en el diario que todavía podía explorar, pero, durante una hora de almuerzo, recordé otro lugar donde podría encontrar más información. La primera vez que me encontré con Henrique Cerqueira, él me comentó acerca de otro lugar donde se reunían las extrañas criaturas que habitaban debajo de nuestros pies en Braga. Su ubicación fue probablemente la única cosa buena que obtuve de haber conocido a ese hombre. Así, unos días más tarde después del trabajo, me dirigí a la tienda china, una de las más grandes de la ciudad, bajo la cual se encontraba el local. Aparqué el coche en el estacionamiento subterráneo y, de inmediato, empecé a buscar la rejilla de drenaje que me llevaría a los túneles de abajo. La encontré escondida detrás de una columna, como Henrique me había indicado. De hecho, no había forma de equivocarse. Era la única a través de la cual un hombre adulto podía pasar, por lo menos si no fuera muy gordo. Yo había ido preparado con una pata de cabra y, con ella, retiré la pesada reja de hierro con relativa facilidad. Después, bajé hacia el interior del túnel de drenaje. Arrastrándome, empecé a bajar por el estrecho e inclinado paso. Al principio, estaba cubierto con cemento, pero este rápidamente dio lugar a tierra y barro. Afortunadamente, me puse ropa informal antes de salir del trabajo. El túnel mantenía la misma dirección en toda su extensión y no tenía ninguna bifurcación, por lo que, con la ayuda de mi linterna, no fue difícil llegar al otro extremo. Cuando salí del pasadizo, me encontré en un nuevo túnel, mucho más grande que el anterior. Debía tener unos dos metros y medio de altura y otros tantos de ancho, por lo que podía caminar fácilmente a través de él. A diferencia de los pasillos alrededor del Bar de las Hadas, el suelo, el techo y las paredes eran de tierra, barro y piedra, con vigas de madera aquí y allá para reforzar los puntos más críticos. Apunté mi linterna hacia las dos direcciones que el túnel seguía, pero no pude ver ninguno de los extremos. Siguiendo las indicaciones de Henrique Cerqueira, avancé hacia el este. Durante casi diez minutos, no vi más que paredes y oscuridad, hasta que, por fin, avisté la puerta que buscaba. Esta era tosca, hecha de troncos de árboles unidos con clavos y cuerdas que la sujetaban a una viga haciendo el papel de bisagras. Cuidadosamente, la empujé lo suficiente como para pasar. Lo que encontré del otro lado no podía ser más diferente del Bar de las Hadas. Al igual que el túnel detrás de mí, éste se trataba de un espacio abierto en el subsuelo con refuerzos aquí y allí. El mobiliario era tan tosco como la puerta, y lo mismo se podía decir de la clientela. Criaturas deformes, sucias y con expresiones poco inteligentes bebían de jarras de barro no muy limpias. La mayor parte era más grande y musculosa que yo, aunque unas criaturas de piel verde apenas me llegaban a la cintura. Nunca había visto a ninguna de aquellas razas en el Bar de las Hadas. Henrique había llamado a aquel lugar Taberna de los Encantados, pero ahora era obvio que se trataba de un apodo jocoso, pues no había allí ningún encanto. Al contrario de lo que había sucedido en mis visitas al Bar de las Hadas, mi entrada no ha pasó desapercibida. Todos los ojos se posaron en mí. ¿Es que no estaban acostumbrados a humanos, o a extraños en general? Tratando de mostrar confianza, avancé hasta el balcón - ¿Qué quieres? - preguntó el tabernero, una enorme criatura de piel marrón con la cara deformada. - ¿Qué tiene? Él señaló hacia estantes desvencijados en la pared detrás de él, donde se encontraban varias botellas sucias con contenidos de color extraño. Elegí el que me pareció menos desagradable, y la criatura me lo sirvió en un jarro. Después beber el asqueroso brebaje con un encogimiento de hombros pasé al asunto que me había llevado allí: - ¿Alguien aquí ha oído hablar de las Brujas de la Noche?¿O sabe algo acerca de los trasgos que están provocando accidentes de coche? Nunca he aprendido a ser sutil. Apenas terminé la frase, una de las pequeñas criaturas verdes dejó la taberna por otra puerta distinta a aquella por donde yo tenía entrado. - Tío - dijo un cliente sentado en una mesa detrás de mí - si fuera tú, me iría de aquí. Me volví hacia él. Todos los ojos seguían posados en mí, pero ahora había odio en ellos. - ¿No me escuchaste? - insistió la criatura, levantándose. Era enorme, con más de dos metros de altura y el doble de mi ancho, y tenía cuatro musculosos brazos. Me levantó como si yo fuera nada y me tiró de vuelta al túnel por donde yo había entrado. - ¡Sal de aquí! - gritó él. No tuve coraje de hacer nada más. Empecé a alejarme. Poco después, oí la otra puerta de la taberna abrirse. Miré sobre mi hombro y vi a la criatura verde volviendo acompañada por otras mucho más grandes y musculosas. Empecé a correr en caso de que intentaran perseguirme. Sólo me calmé cuando volví al estacionamiento. Dudaba de que me fueran a seguir hasta la superficie. Aún así, entré en mi coche rápidamente y arranqué en dirección a mi casa. Ya tenía avanzado un par de cientos de metros, y dejado mi temor atrás, cuando una figura enorme apareció frente a mí en el medio de la carretera. Se trataba de la criatura que me había expulsado de la taberna. Tenía una mano extendida delante de él, pidiendo me que me detuviera. Confieso que mi primer instinto fue atropellarlo, pero no fui capaz de hacerlo. Frené y me detuve a medio metro de él. Él se acercó y golpeó el vidrio del lado del conductor. Con cautela, lo abrí. - Tío - dijo la criatura - disculpa aquello en la taberna, pero si no te hubiera sacado de allí no ibas a durar mucho. Mi sorpresa fue tal que quedé con la boca abierta. - Para el coche ahí y vamos a hablar. Creo que te puedo ayudar con tus preguntas. Curioso, pero con cuidado, así lo hice. Fuimos al jardín de un edificio cercano y nos sentamos en un banco donde él podía quedarse escondido en la mitad oscura y yo en la iluminada, donde me sentía más seguro. - Pues muy bien, ¿por dónde empiezo? Después de unos instantes de silencio, continuó: - Es así, los trasgos no están matando tu gentea propósito. A las Brujas de la Noche, que son quien los están dominando, no les importan los humanos para nada. Los accidentes son sólo una manera de destruir sus objetivos sin levantar grandes sospechas. Después de mis conversaciones con Alice, yo ya había llegado a esa conclusión. - ¿Quiénes son estas Brujas de la Noche?¿Que quieren? - Tío, eso ya yo no lo sé. Y mira que yo y el resto de la gente en la taberna trabajamos para ellas. Sólo las vi una vez, pero con las capuchas, y creo que son cinco. Ellas están atacando hadas y a otros de esas razas, al mismo tiempo que reclutan un ejército. Yo soy parte de él. Como lo van a usar y por qué, no tengo ni idea. Me sentí alarmado al oír que las Brujas de la Noche estaban a reuniendo un ejército. ¿Como pretenderían usarlo? - ¿Sabes donde las puedo encontrar? - le pregunté, sin gran esperanza en la respuesta. - Tío, no lo sé. Solo las vi una vez y fue en la Plaza. No le pregunté donde se encontraba esa Plaza, ya que era obvio que formaba parte de los túneles cerca de la Taberna de los Encantados. - Ahora me tengo que ir - dijo él, levantándose. - Ya te dije todo lo que sé. - ¡Espere! - le pedí. - ¿Porque me está ayudando? - Tío, no creo que sea justo que los tuyos sufran sin razón. Creo que, al menos, merecías una explicación. Dicho esto, la criatura entró en la oscuridad del atardecer invernal y, poco después, desapareció detrás de un edificio. Volví al coche y regresé a casa. Durante el recorrido, la conversación no me salió de la cabeza. Las Brujas de la Noche estaban tratando de debilitar a sus enemigos y preparándose para una guerra. Me pregunté si las desapariciones de los súbditos del Rey de los Islotes y de la ciudad de los muertos en Gerês, no tendrían alguna relación. Sin embargo, lo que más me aterró fue no conseguir descubrir su objetivo final. Sería algo grande, eso era claro, pero era un misterio incluso para sus soldados. Las posibilidades no me dejaron dormir ni esa ni las noches siguientes. Pero lo que descubriría al final superaba todo lo que había imaginado. 13: Capítulo 13 - Las Brujas del Mar
Capítulo 13 - Las Brujas del Mar
Después de todo lo que había descubierto gracias a mi visita a la Taberna de los Encantados, deseaba más que nunca encontrar las Brujas de la Noche. Así que, justo el fin de semana siguiente, decidí revisar otra de las entradas del diario que parecía estar relacionada con brujas. En la tarde del sábado, en cuanto mi mujer y mi hija fueron a una librería a la presentación de un libro, me dirigí a Barcelos. La entrada del diario describía varias desapariciones en una localidad de los alrededores de aquella ciudad y de un ojo marino en el Río Neiva, junto a una roca conocida como el "Penedo de la Moira". Supuestamente, en ciertas noches, mujeres salidas de debajo de las aguas arrastraban a cualquier hombre que encontrasen hacia el ojo marino, y nunca más era visto. Después de todo lo que había presenciado, no tenía dificultades en creer en moiras, sin embargo, como estas no eran contempladas en ninguna otra parte del diario, asumí que se trataban de brujas. Llegué al lugar al principio de la tarde. Había varias lagunas pequeñas, donde la gente solía nadar durante el Verano, sin embargo, siendo un frío día de Invierno, no se encontraba nadie allí. Busqué inmediatamente por aquella que tenía el supuesto ojo marino. Investigue todos los roquedos de la zona, buscando el "Penedo de la Moira", que mostraría la laguna correcta. Me llevó algún tiempo, pero acabé por encontrar uno en cuya parte superior había una cueva llena de agua, la supuesta "Huella de la Moira". Este se encontraba parcialmente dentro de una de las lagunas, lo que indicaba claramente que aquella era la que yo buscaba. Años antes, durante unas vacaciones en Grecia, había tomado un curso de buceo para poder visitar unas ruinas submarinas. Hasta había comprado el equipo completo, esperando usarlo después para investigar otros locales similares (lo que, por desgracia, nunca sucedió). Ese día lo llevé conmigo y, junto al coche, me lo puse. Cuidadosamente, entré en la laguna y, cuando el agua me llegó a la cintura, me tiré. El agua era cristalina, por lo que, incluso en las partes más profundas, podía ver el fondo claramente. Este estaba formado por guijarros y algo de arena. Por desgracia, después de una larga búsqueda, no encontré ninguna señal del ojo marino. Toda la laguna parecía tener un fondo bien definido. Sin embargo, una pequeña depresión en el punto más profundo me llamó la atención. No me parecía bien, pues no había una corriente fuerte el suficiente para causarla, y, a casi cuatro metros debajo de la superficie, era dudoso que pudiera haber sido creada por los bañistas. Me acerqué. Aparté algunos guijarros y, agitando la mano sobre ella, limpié la arena. Cuando se posó, reveló una de las cosas más extrañas que había visto. Debajo de la depresión, sólo había oscuridad, una oscuridad que ni la luz de mi linterna de buceo lograba penetrar. Sólo podía ser el ojo marino. Lentamente, penetré esa oscuridad con mi mano. Para mi sorpresa, la dejé de ver, pero podía moverla allí abajo. Pasado unos momentos, me di cuenta de que se trataba de un túnel. De repente, empecé a sentir el agua a mi alrededor moverse, al principio lentamente, pero acelerando rápidamente. Me di cuenta, entonces, de que se trataba de un torbellino centrado en el punto oscuro que acababa de descubrir. Instintivamente, traté de luchar contra él, sin embargo, al ver que este era más fuerte que yo, me deje llevar. Después de todo, estaba allí para averiguar lo que había del otro lado. Confieso que no fue una de mis decisiones más inteligentes. Poco después de entrar en el túnel, me golpeé la cabeza y perdí el conocimiento. Cuando desperté, estaba en un lugar oscuro, pero fuera del agua. Me dolía todo el cuerpo, y no necesitaba ver para saber que tenía varias heridas. Afortunadamente, no parecía tener nada roto. Barrí el suelo con las manos en busca de mi linterna de buceo, sin embargo, cuando la encontré, me di cuenta de que esta estaba completamente destruida. Por suerte, la pequeña que anda siempre conmigo y que había guardado en el bolsillo de mis pantalones cortos, debajo del traje de buceo, todavía funcionaba. Así que la encendí, confirmé mis sospechas. Mi traje estaba rasgado en algunos puntos, y yo sangraba de varios cortes. Después, dirigí la luz hacia la oscuridad a mi alrededor. Lo primero que descubrí fue un pequeño charco circular a mi lado, sin duda la salida del ojo marino. Después, vi las paredes. Hechas de enormes bloques de granito, se levantaban detrás y enfrente de mí, hasta desaparecer en la oscuridad. Eran tan altas, que mi pequeña linterna no podía iluminar el techo. Sin más nada que pudiera hacer, me puse de pie y comencé a explorar el lugar. Había avanzado sólo unos pocos pasos, cuando encontré lo que más temía, pero ya esperaba: un esqueleto humano. Sin duda pertenecía a alguien como yo, que había llegado allí a través del ojo marino, pero no había podido salir. Respiré profundo para intentar calmarme y me obligué a seguir adelante. Más y más esqueletos aparecieron, algunos envueltos en ropa y usando joyas tan antiguas que debían estar allí desde la edad media o la época castrense. Intenté animarme con la idea de que tal vez pudiera encontrar algo que mis antecesores no pudieron. Después de todo, entre los montones de huesos y andrajos no había una sola linterna. Aquí y allí, me encontré con estatuas y bajos relieves grabados en las paredes representando el que sólo podía describir como demonios. Tenían cuernos y hocicos afilados, dientes puntiagudos, aletas y algunos hasta alas. Sus representaciones variaban mucho en tamaño, pero si esta era su escala real o solamente libertad artística, no tenía manera de saber. Por fin, vi una tenue luz a lo lejos. Me acerqué con cuidado pues no sabía qué esperar, pero unos metros más adelante, me di cuenta de que se trataba del fin de la larga estructura donde me encontraba. Por momentos, me sentí aliviado, pensando que había encontrado la salida. Sin embargo, pronto descubrí que no era así. La estructura se encontraba de hecho abierta en esa dirección, pero en vez de una salida allí se erigía el propio océano. Me acerqué y descubrí que una barrera invisible, sin duda de origen mágico, impedía las aguas del Atlántico de entrar. Y a mí de salir. No que hiciera diferencia. Mismo que yo consiguiera superar la barrera, difícilmente llegaría a la superficie vivo. Desde allí podía verla, y se encontraba unos cien metros más arriba. Además, la probabilidad de ser encontrado en el océano cuando nadie me estaba buscando era mínima. Desesperado, golpeé la barrera invisible con los puños y, después, me dejé deslizar hasta el suelo. Durante largos minutos, así quedé, resignado a morir. Después, me acordé de mi familia y decidí ir ver lo que había en el otro extremo del edificio. No tenía muchas esperanzas, pero podía haber allí una salida. Estaba a punto de levantarme, cuando oí un golpe en la barrera invisible. Levanté la mirada y vi a una mujer joven, de unos veinte años. Esta no llevaba equipo de buceo, sólo unos pantalones vaqueros y una blusa que no parecían afectar a su flotabilidad. Retrocedí dos pasos, sin saber qué esperar. Luego, la mujer cruzó la barrera mágica y descendió hacia el interior del edificio. Para mi sorpresa, sus ropas parecían completamente secas. - No tenga miedo - dijo ella. - He venido a sacarlo de aquí. - ¿Quién es usted? ¿Es una de las Brujas de la Noche? Su rostro se retorció en sufrimiento al escuchar aquel nombre. - No - ella respondió por fin. - ¿Pero las conoce? ¿Sabe dónde las puedo encontrar? - No sé dónde encontrarlas, pero las conozco, sí. Por desgracia. La tristeza en su voz me dejó con curiosidad, pero no tuve coraje de preguntarle nada. Ella, sin embargo, se dio cuenta y continuó: - Mi ma dre y las otras Brujas del Mar murieron por causa de ellas. Ellas vinieron a hablar con nosotras para les ayudar a destruir una comunidad de criaturas marinas, a lo largo de Castelo do Neiva, nos prometiendo objetos mágicos y otras recompensas. Pero, una vez que hicimos lo que nos pidieron, nos atacaron. Yo sólo sobreviví porque mi madre insistió en que me quedara atrás. Las otras están todas muertas. Con mi curiosidad satisfecha, mis pensamientos se volvieron nuevamente hacia el lugar donde me encontraba, hacia como iba a salir de allí y, principalmente, hacia las osamentas que había encontrado. Aquella mujer podía no ser una Bruja de la Noche, pero todo indicaba que sus intenciones no eran benévolas. - ¿Qué sitio es este? - pregunté. - Un viejo templo construido por mis antepasadas, no se sabe bien cuando. Durante siglos, se ha usado un ojo marino e ilusiones para traer sacrificios humanos hasta aquí. Se creía que estos ayudaban a llamar la atención del Diablo y sus demonios y facilitaba el lanzamiento de hechizos y maldiciones. Mi abuela acabo con eso. Las desapariciones comenzaron a atraer demasiada atención. Ahora, dígame, ¿cuál es su interés en las Brujas de la Noche? Le dije todo sobre mi búsqueda y los "accidentes" que le dieron origen. - Si las quiere parar, puede contar con mi ayuda. Venga, voy a sacarlo de aquí. Me acerqué a ella. Ella me agarró y me tiró, a través de la barrera invisible, hacia el océano. Después de un momento de pánico, me di cuenta de que podía respirar bajo el agua. A través de un método de propulsión más allá de mi entendimiento, probablemente de origen mágico, rápidamente llegamos a una playa. Así que levanté la mirada, vi las torres de Ofir. Estábamos en Esposende. - Continúe buscando las Brujas de la Noche. Si necesita ayuda, llámeme por teléfono. - La bruja me dijo su número de teléfono móvil, que repetí en mi mente hasta memorizarlo. Después, ella se volvió hacia el mar y luego desapareció bajo las olas. Había encontrado otra bruja enemiga de las Brujas de la Noche. Sin embargo, en aquel momento, tenía cosas más urgentes en que pensar. Estaba solo a más de quince kilómetros de mi coche. ¿Cómo iba a explicar la situación a mi mujer sin revelar el peligroso y aterrador mundo paralelo al nuestro que yo había descubierto? ¿Y mis heridas? En todo esto pensaba mientras dejaba atrás la playa y me acercaba a la ciudad. 14: Capítulo 14 - La Demonóloga
Capítulo 14 - La Demonóloga
La inspiración para esta investigación surgió de forma bastante inesperada. En una noche de Halloween, mi hija me convenció a mí y a su madre a ir a un evento anual en el Palacio de los Duques, en Guimarães. Allí, una compañía había transformado el palacio en una casa embrujada, llena de monstruos, fantasmas y sustos. Fue el final del espectáculo, sin embargo, lo que más captó mi atención. Se trataba de la puesta en escena de un exorcismo supuestamente hecho a una duquesa que vivía allí. Cuando llegué a casa, investigué un poco y comprobé que, no sólo aquello se había basado en hechos históricos, sino que también se rumoraba que extraños sucesos continuaron ocurriendo en el palacio, incluso después del exorcismo. Mis encuentros anteriores con brujas habían revelado una clara relación entre ellas y demonios, así que no pude dejar de investigar, con la esperanza de encontrar por fin a las Brujas de la Noche. En una noche de semana, en noviembre, le dije a mi mujer que iba a trabajar hasta tarde y me dirigí a Guimarães y al Palacio de los Duques. Evidentemente, el palacio estaba cerrado y no había nadie cerca. Aparqué y empecé a buscar una manera de entrar. Como era de esperar, además de los guardias en su interior, el lugar se encontraba protegido por un sistema de alarma. Uno de mis compañeros del grupo de exploración de la ciudad de Braga, quien se llamaba a si mismo "el más grande de los exploradores urbanos", ya que gustaba de visitar no sólo edificios abandonados, pero también algunos en uso y hasta habitados, me había enseñado algunas maneras de evitar las alarmas. Sólo esperaba que mi parco conocimiento fuera suficiente para lograrlo. Sin embargo, acabé por no tener que usarlo. A la vuelta de la esquina a la parte trasera del palacio, protegidas de las miradas por árboles y vegetación, descubrí que alguien se me había adelantado. Una mujer, que no debía tener más de treinta años, había desactivado la alarma y se estiraba, ahora, hasta una pequeña ventana casi dos metros por encima del suelo. Al darme cuenta de su dificultad, me acerqué y le dije, con una sonrisa: - ¿Necesitas ayuda? Ella me miró con una mezcla de sorpresa y miedo. Era relativamente baja, con poco más de un metro y cincuenta, y magra. Llevaba gafas de metal negras, y tenía el pelo en una cola de caballo. Durante unos momentos, sus ojos miraron en todas las direcciones. Por fin, al darse cuenta de que yo no era un policía ni un guardia, decidió no huir y preguntó: - ¿Quién es usted? - Eso le pregunto yo. ¿Quién es usted? ¿Porque está intentando entrar en un monumento nacional? Deme una razón para no llamar ya a la policía. - Yo le podría dar una razón, pero después más nunca va a poder dormir tranquilo. Hay más aquí de lo que las personas normales pueden imaginar. - ¿Cómo demonios? Ella se quedó mirándome, sorprendida, durante unos instantes. Eso me dijo que ella sabía de lo que yo estaba hablando y que, probablemente, se encontraba allí por la misma razón que yo. Al cabo de unos instantes, ella preguntó: - Dígame lo que sabe. Le dije todo sobre el diario, mis exploraciones anteriores, las Brujas de la Noche y lo que me había llevado allí. - Un día, me gustaría ver ese diario - respondió ella, cuando terminé. - He oído hablar de estas criaturas a la que llama "Brujas de la Noche", pero suelo centrarme en demonios, y ellas no los usan, como las otras brujas. Por lo que dice, tal vez me debería empezar a interesar en ellas también. Es mi responsabilidad. - ¿Su responsabilidad? ¿Por qué? - Formo parte de una tradición milenaria que protege a las personas de los demonios y sus agentes. Mi maestro y yo éramos los responsables por el norte de Portugal. - Ella miró tristemente hacia el suelo. - Pero él murió y ahora estoy sola. - ¿No tiene ayuda de la Organización? - le pregunté, porque me pareció que tenían objetivos en común. - Esa Organización de la que habla, solamente apareció en el siglo pasado. Además, están más interesados en ocultar la verdad que en ayudar a las personas. No tienen nada que ver con nosotros. - Tras una breve pausa, continuó. - Si estamos aquí por la misma razón, tal vez me pudiera ayudar. Ya abrí la ventana y confirmé que he desarmado la alarma correctamente. Ahora tengo que empezar a llevar el equipo hacia adentro, y sola es más complicado. Acepté de inmediato, y ella me llevó a la frente del monumento y en dirección a la calle cercana. A medio camino, después de unas breves presentaciones, me acordé de preguntar: - ¿Cómo supiste de este demonio? ¿También viniste acá en Halloween? - No. Ni siquiera sabía del evento hasta que me habló de él. Tengo un pequeño clúster que utiliza técnicas de minería de datos para encontrar patrones en las noticias y en otras bases de datos a la que tengo acceso que puedan indicar la presencia de demonios. Descubrí que muchos de los que visitaron este palacio estuvieron, después, involucrados en delitos. Es un claro signo de influencia demoníaca. Seguimos caminando, hasta que ella se detuvo detrás de una Ford Transit blanca del final de los años 90. Ya había visto mejores días, ya que, en varios puntos, la pintura había dado lugar a la herrumbre. La cerradura de la puerta trasera ya no existía y había sido sustituida por un candado. La demonóloga corrió una de las puertas laterales, revelando un espacio de carga lleno con una extraña mezcla de lo antiguo y de lo moderno. Varios estantes de madera que bordeaban las paredes, que contenían libros claramente ancestrales, artículos religiosos de las más variadas religiones y objetos electrónicos con los componentes expuestos, claramente construidos o mezclados de forma improvisada. En el suelo, estaban colocados algunos objetos más grandes, como una alfombra con un mándala, un enorme menorá y lo que parecía ser uno o varios ordenadores conectados a una batería. La demonóloga me dio dos altos y delgados parlantes, mientras que ella tomó un monitor y una pequeña tableta que, si mis escasos conocimientos de electrónica no me engañan, había sido construido a partir de un raspberry pi. Así que volvimos a la parte trasera del palacio, la ayudé a subir por la ventana y entrar. Después, le pasé el resto del equipo y, por fin, entré en el palacio. Como ya esperaba dado el tamaño y la altura de la ventana, estábamos en el interior de una pequeña habitación. De momento, se encontraba vacía, pero, en el pasado, debió haber sido utilizada como una alacena, pues no había espacio para nada más. Con cautela, Susana, la demonóloga, puso el oído en la puerta, asegurándose de que no había guardias del otro lado. Una vez satisfecha, la abrió. La gran sala que encontramos detrás me era familiar. Fue allí que, durante el espectáculo de Halloween, se encontraba la condesa poseída en su cama, y donde un sacerdote había hecho el exorcismo. Una vez le conté esto, la demonóloga comenzó a inspeccionar cada centímetro de la división, usando la tableta y un instrumento que sacó de una de las bolsas que llevaba a la cintura. Fue un proceso largo, durante el cual me mantuve nerviosamente vigilante para no ser descubiertos. Al terminar, ella agito la cabeza y decidimos continuar. Gracias a mi última visita, yo sabía que la única otra puerta daba a un patio central, donde seríamos fácilmente vistos por los guardias, por lo que decidimos subir al piso superior. A través de unas escaleras estrechas con dos tramos, llegamos a un pasillo con algunas puertas del lado derecho y una habitación al fondo. Tras la primera puerta había una habitación llena de armaduras montadas, mientras que los siguientes albergaban exposiciones de otros artículos mediavalescos, como libros, muebles y figuras. La demonóloga inspeccionó cada uno de ellos, pero, una vez más, no encontró nada. Lo mismo no ocurrió, sin embargo, en la habitación al fondo del pasillo. Apenas entramos, los LED del instrumento electrónico de mi compañera se encendieron. - Así está mejor - dijo ella. Nos encontrábamos en un cuarto vacío, con una chimenea empotrada en una de las paredes. Sería, posiblemente, la verdadera habitación de la condesa. La demonóloga siguió el rastro del demonio hasta una segunda puerta. Siempre siguiendo las indicaciones del instrumento improvisado, cruzamos habitaciones, corredores, pasillos y hasta un enorme comedor. Por fin, cuando llegamos a la capilla del palacio, Susana dijo, señalando con la barbilla hacia los LED encendidos en la máquina en su mano y un gráfico en la pantalla de su tableta: - Está aquí. Vamos a instalar los parlantes. - ¿Los guardias no van a escucharlas cuando las conectemos? - pregunté. - Seguro que sí, pero no tenemos elección. Tenemos que expulsar a este demonio de aquí. Posicionamos los parlantes entre los bancos de la capilla, orientados hacia el altar. Debido a una adaptación de la demonóloga, estas eran alimentadas por baterías, por lo que con un pulsar en su tableta una cacofonía de voces y lenguas empezó a sonar. - Es una mezcla de varias oraciones cristianas, musulmanas, judías e hindúes usadas para expulsar demonios - explicó la demonóloga. Durante largos momentos allí nos quedamos, esperando que el demonio fuera expulsado antes de que uno de los guardias nos escuchara. A pesar de mi nerviosismo, no podía dejar de admirar la capilla. El espectáculo de Halloween no la había incluido, por lo que nunca la había visitado. Vigas de madera barnizadas sostenían el techo, y enormes vidrieras cubrían casi la totalidad de la pared detrás del pequeño altar. Sin embargo, lo que más me impresionó fueron los dos estrados laterales, ya que su aspecto marcadamente medieval me hacía viajar en el tiempo. De repente, estas comenzaron a temblar, así como el altar y los bancos a mi alrededor. Segundos después, del suelo, surgió una criatura casi de mi tamaño, con la piel roja, dos cuernos y una nariz y mentón afilados. Casi al mismo tiempo, la puerta detrás de nosotros se abrió, dando entrada a un guardia de seguridad con una linterna en la mano. La visión de la criatura, sin embargo, o la combinación de ésta con la cacofonía emitida por los parlantes fueron demasiado para él, y el hombre se desmayó encima de la última fila de bancos. A diferencia de mí, Susana no prestó ninguna atención al guardia y avanzó en dirección al demonio con la pantalla de la tableta hacia él. De un vistazo, vi varias imágenes pasando en ella: símbolos religiosos variados, fragmentos de textos sagrados, imágenes de santos y dioses. La criatura paró y comenzó a gritar. Poco a poco, la demonóloga se movió, tratando de poner la tableta entre el demonio y la puerta, al mismo tiempo que sacaba algo de la mochila que llevaba a la espalda. Sin embargo, antes de que lo consiguiera, la criatura emitió un temible rugido y se lanzó sobre los bancos casi hasta la puerta. Instintivamente, intenté impedirle el paso, pero él me tiró al suelo como si yo fuera nada y salió. - Él es más fuerte de lo que estaba esperando - dijo la demonóloga, ayudándome a levantar. - Vamos. Corrimos hacia fuera de la capilla y bajamos las escaleras hasta el claustro del palacio y, de allí, seguimos al demonio hasta el exterior. En el camino, pasamos a varios guardias, pero estos, atónitos con la visión del demonio o por nuestra presencia allí, ni siquiera reaccionaron. Perseguimos la criatura por la colina en cuya cima se alzaba el Castillo de Guimarães. Sin embargo, a medio camino, junto a una pequeña capilla allí construida, Susana me agarró por un brazo. - Espera. Este demonio es muy fuerte. Normalmente, no pueden escapar de esa manera. Voy a buscar unas cosas para hacer una emboscada y acorralarlo en esta capilla. Lleva mi tableta, va detrás de él y trata de empujarlo hacia aquí. Antes de que pudiera responder, ella colocó la tableta en mis manos y me volvió las espaldas. En la pantalla, aún pasaban todo tipo de imágenes religiosas. Respirando profundamente, empecé a correr por el camino de tierra que llevaba a la cima de la colina y a las ruinas del castillo, donde el demonio había entrado. Al ser la fortaleza más famosa de Portugal, yo ya la había visitado más de una vez, por lo que la conocía bien y podía concentrarme en encontrar a la criatura. La torre del homenaje, la cual había sido restaurada, era el único edificio que aún se encontraba en pie, pero estaba cerrada, por lo que no había muchos sitios en los que el demonio se podía ocultar. A menos, por supuesto, que tuviera algún truco que yo desconociera. Tratando de sostener mi linterna de bolsillo y la tableta delante de mí al mismo tiempo, empecé a buscar en todos los rincones, desde detrás de los escombros hasta lo que restaba de las chimeneas. Después de unos momentos, vi una sombra pasar a mi lado. Cuando apunté a luz hacia allí, sin embargo, no encontré nada. Podía haber sido sólo un gato, pero, por alguna razón, presentí que era algo más, por lo que lo perseguí. Finalmente, cuando llegué a una esquina sin salida, vi al demonio y extendí la tableta en su dirección. Como yo bloqueaba la única ruta de escape, un estrecho pasaje entre la muralla y la torre del homenaje, la criatura, intentó, desesperada, usar las garras para trepar por la muralla. Sin embargo, al ver que no lo lograba, cargó contra mí, gritando con una mezcla de dolor y odio. Una vez más, fui incapaz de detenerlo, y él pasó por mí, tirándome al suelo. Afortunadamente, me recuperé rápido y lo perseguí. Corriendo lo más rápido que pude, traté de mantenerme cerca de él y, con la tableta, conducirlo a donde Susana lo esperaba. A pesar de que él se desvió una o dos veces del camino más directo, logré llevarlo hasta la pequeña capilla. Junto a la puerta de esta, se encontraba la demonóloga, que sostenía otra tableta y, entretanto, había construido un paso delimitado con altavoces emitiendo la mezcla de cantos y oraciones y una pantalla enorme que conducía hacia el interior. Al darme cuenta de su intención, traté de conducir el demonio hacia la trampa. Este intentó escapar, pero, con la ayuda de la demonóloga y de su segunda tableta, conseguí llevarlo para el pasaje y para el interior de la capilla. Tan pronto la criatura pasó la puerta, Susana la selló con el enorme monitor donde pasaban imágenes similares a las de la tableta. Después, activó las columnas que había en el interior del edificio sagrado. El demonio empezó a gritar. En primer lugar, se tiró contra las paredes, como si quisiera derribarlas, después, se cargó en dirección a la puerta. Detrás de la pantalla, la demonóloga sacó de la mochila un curioso objeto que parecía ser una pistola de agua, como las usadas por los niños, pero pintada con tinta plateada y cubierta con símbolos sagrados. Así que el ser se quedó a alcance, ella disparó el arma. Varios chorros de líquidos volaron en la dirección del demonio. Cuando estos le acertaron, el demonio comenzó a gritar aún más violentamente. Susana, sin embargo, continuó disparando. Me di cuenta, entonces, que la criatura comenzaba a derretirse, como si hubiera sido bañada por un ácido. Poco a poco, desapareció, hasta que todo lo que quedaba de ella era un charco rojizo en el suelo, la mayor parte del cual se infiltro en las grietas entre las losas funerarias que cubrían el suelo de la capilla. - ¿Qué tienes en esa arma? - pregunté a Susana, sorprendido y curioso. - Agua bendita, aceite ungido, agua de ríos sagrados, agua del pozo de Zamzam, cosas de ese tipo - explicó ella. - Ahora es mejor salirnos de aquí antes de que los guardias del palacio recuperen y vengan detrás de nosotros. Así lo hicimos. La ayudé a llevar el material a la furgoneta y volví a mi coche, pero no antes de que ella me diera su contacto. Aquella investigación podía no haberme dado nueva información sobre las Brujas de la Noche, pero me había traído un nuevo aliado en mi misión de encontrarlas y detenerlas. 15: Capítulo 15 - El Brujo
Capítulo 15 - El Brujo
Después de varias investigaciones sin encontrar ninguna pista en cuanto al escondite y las intenciones de las Brujas de la Noche, decidí releer todas las entradas sobre brujas en el diario que me había presentado este mundo paralelo al nuestro. Al final decidí investigar una que ya hacia mucho me suscitaba curiosidad. Ésta hablaba de un brujo curandero y adivino que atendía a sus clientes en un anexo cerca de su casa, en la parroquia de Perre, en Viana do Castelo. Era una historia que yo conocía desde niño. Durante algunos años, incluso pasé todos los días por su "gabinete" de camino a la escuela. En la altura, ni yo ni mi familia teníamos mucha fe en sus capacidades, pero, después de todo lo que había visto recientemente y de leer esa entrada, pensé que debía reconsiderarlo. Un fin de semana, le dije a mi mujer que iba a Viana do Castelo visitar a mis abuelos. En realidad sí pasé por su casa, pero me quedé allí poco tiempo, y luego me dirigí a Perre. Cuando llegué a la casa del brujo, tuve una fuerte sensación de déjà vu. El anexo, del otro lado de la carretera de su casa, estaba igual, así como el campo a su lado. Aparqué detrás de los otros coches y me dirigí al anexo. Allí había personas reunidas en grupos de familiares o amigos, esperando su turno. Éstos parecían tener orígenes variados, ya que trajes de marca se mezclaban con overoles y ropa de campo. La fama del brujo había llegado a toda clase de gente. Me uní a ellos y esperé. Poco a poco, los grupos fueron entrando y saliendo. Todos, sin excepción, emergieron del anexo mucho más felices cuando habían entrado. Por fin, llegó mi turno. De fuera, el edificio parecía un almacén de utensilios agrícolas, sin embargo, así que pasé la puerta, sentí que había viajado en el tiempo al estudio de un místico del renacimiento. Una de las paredes estaba tapada por una estantería llena de libros, todos ellos con un aspecto bastante antiguo. En la pared opuesta, varios estantes contenían frascos con pociones de una gran diversidad de colores. Las restantes, por su lado, se encontraban casi totalmente cubiertas por tapices con símbolos místicos y extrañas representaciones del cuerpo humano. Alfombras esotéricas, un telescopio de latón y un planetario mecánico completaban la decoración. De atrás de un escritorio con un montón de libros y extraños instrumentos cuyo nombre desconocía, se sentaba el brujo. Combinando con lo resto de la sala, llevaba ropas largas y una diadema metálica. - Acércate - dijo él. Así lo hice. Por su indicación, me senté en la silla enfrente al escritorio. - Digame, entonces, qué o trae por aquí. Confieso que me había olvidado de crear una historia para probar el brujo. Felizmente, logo pensé en una historia que podía usar. - He venido aquí para poner a prueba sus capacidades de adivino, para mi blog sobre lo paranormal. - No era propiamente mentira. - Si pagar, como todo el mundo, puede probar lo que quiera. ¿Por dónde quiere empezar? Empezamos por lo básico. Sin demora, él fue capaz de decirme el nombre y la edad de mi hija y de mi mujer. Después, hizo un pequeño resumen de mi vida profesional. Por fin, elaboró una previsión en cuanto al recorrido académico de mi hija, que yo sólo podría confirmar años después. - Ahora me gustaría ver sus dotes de curandero. - Con una pequeña navaja que tenía conmigo, me hice un pequeño corte en el brazo. - Ese arañazo no es gran desafío - dijo él, saliendo de detrás del escritorio y acercándose. Pidiendo autorización, puso una mano sobre mi herida. Después, cerró los ojos y permaneció en silencio durante unos segundos. Cuando me soltó, la herida había desaparecido sin dejar rastro. Era obvio que aquel hombre era el que decía ser: un brujo. Tal vez supiera algo acerca de las Brujas de la Noche o, quién sabe, tal vez fuese uno de ellos. - Espero que diga buenas cosas de mí en su... blog. Él miró hacia mí con una expresión asustada durante un instante. Después, la furia reemplazó al miedo en su rostro y gritó: - ¡Vete de aquí! ¡Ahora! Su tono no dejaba espacio a discusión y así lo hice, preguntándome qué habría sucedido. ¿Será que sus poderes le habían permitido ver la naturaleza del blog que yo escribía en la altura? (Los más curiosos pueden encontrarlo en terceirarealidade.wordpress.com (solamente en portugués)) Por supuesto que dejé el anexo, pero no abandoné la investigación. Estaba determinado a averiguar si él me podría dar alguna pista sobre las Brujas de la Noche. Oculté el coche en una calle cercana y esperé el ocaso. Después, me escondí en las sombras y esperé a que el brujo dejara su consultorio y volviera a casa. Con la cantidad de clientes que tenía en ese día, esto solo ocurrió alrededor de las once de la noche. En cuanto él entró a su casa, yo corrí hacia el anexo. Usando unas herramientas que llevé conmigo y algo que había aprendido con el grupo de exploración urbana de la ciudad de Braga, abrí la cerradura. Apenas entré, cerré la puerta detrás de mí, encendí las luces y empecé a buscar indicios de una relación entre aquel brujo y las Brujas de la Noche. Busqué en las librerías, en los cajones del escritorio y detrás de los tapices. Hasta intenté encontrar compartimentos secretos. Sin embargo, pronto me dé cuenta de que no había nada allí. Los libros eran meramente decorativos, sin ninguna relación con lo que el brujo hacía allí. Y no había nada oculto. Decidido a llegar al fondo de la cuestión, me dirigí a la parte trasera de la casa del brujo y, comprobando que no hubiese nadie cerca, salté el muro hacia el patio trasero. A primera vista, la única luz provenía de una ventana en la planta superior. Me propuse a buscar una forma de subir y ver hacia al interior. Sin embargo, mientras buscaba, me di cuenta de una tenue luminosidad anaranjada que brillaba detrás de una de las ventanas del sótano. Me acerqué a ellas con cuidado y miré hacia el interior. Me encontré con una sala casi vacía, a excepción de un círculo lleno de símbolos místicos similares a los encontrados en los libros de ocultismo y un trípode de madera sobre el cual descansaba un libro claramente antiguo. Detrás de éste, el brujo, ahora envergando ropa común en vez de las ropas con que atendía a los clientes, parecía recitar lo que leía, aunque desde el exterior no lo podía escuchar. El sótano debía estar insonorizado. Estuve observando al hombre hojear y leer el libro por unos quince minutos. De repente, humo surgió en el centro del círculo dibujado en el piso. Poco a poco fue aumentando, tomando forma y ganando consistencia, hasta que una extraña criatura surgió ante mis ojos. Tenía una forma humanoide, con largos cabellos negros, aunque cuernos se aliñaban en el medio de su cabeza, y tenía orejas largas y puntiagudas, por no hablar de su piel roja viva. En una mano llevaba un cuervo y iba montado en un cocodrilo. Él y el brujo hablaron durante algunos minutos, pero, una vez más, no logré escuchar nada. Finalmente, la criatura comenzó a dibujar en el aire varios símbolos místicos, en la dirección del hombre. Cuando terminó, volvió a disolverse en una nube de humo negro, que desapareció tan repentinamente como había aparecido. Aquél ritual debía ser mediante el cual el brujo obtenía sus poderes, o al menos parte de ellos. El brujo cerró el libro y se preparó para salir del sótano. Sin embargo, yo quería hablar con él, por lo que decidí llamar su atención y mostrar que conocía su secreto golpeando la ventana. Él me miró con una mezcla de sorpresa y terror, pero pronto su expresión se tornó una de resignación al darse cuenta de que no había nada que pudiera hacer. A través de gestos, indiqué que quería hablar con él, y él me pidió que esperara. Menos de cinco minutos después, la puerta de la casa se abrió y el brujo caminó hacia mí. - Muy bien, sabes mi secreto - dijo él. - ¿Qué vas a hacer acerca de eso? - ¿Usted es una Bruja de la Noche? ¿O sabe algo sobre ellas? El hombre me miró realmente confuso. - ¿No ves que soy un hombre? - protestó, por fin. Decidí, entonces, contarle todo lo que había descubierto sobre las Brujas de la Noche. - Yo no sé nada acerca de eso. Yo sólo aprendí a invocar a determinados demonios para darme los poderes que necesito, nada más. No hago mal a nadie. Sólo hago bien. Y ni siquiera sé nada de esas hadas y criaturas extrañas de las que hablas. El miedo en su mirada mostraba que estaba diciendo la verdad. Además, a pesar de su relación con demonios, parecía realmente estar a ayudar a las personas, a pesar de que estaba ganando dinero con eso. Le dije que lo dejaría en paz, pero que me mantendría atento a cualquier cosa fuera de lo normal. Él me agradeció y me dejó salir del patio por la puerta. Una vez más, volví a casa sin descubrir nada sobre las Brujas de la Noche. Mi único consuelo era haber descubierto que la fama de aquel brujo de que yo oía hablar desde niño era justificada. 16: Capítulo 16 - Luces en el Cielo
Capítulo 16 - Luces en el Cielo
Como parte de la exploración del mundo paralelo al nuestro que el diario que encontré me reveló, suelo seguir los foros y blogs nacionales de paranormal y ufología, no vaya uno de ellos revelar algo que merezca mi atención. Fue una de esas lecturas que dio inicio esta investigación. En los foros de ufología, había una gran emoción acerca de unas extrañas luces que estaban apareciendo sobre el Monte del Pilar, en las afueras de la Póvoa de Lanhoso. Es claro que, sólo eso, no llegaría para despertar mi curiosidad, pues rumores de luces no identificadas en el cielo eran frecuentes. Lo que realmente hacia este caso especial eran las historias de hombres que cortaban la carretera de acceso a la cima del monte durante estas ocasiones. Pensé luego en la Organización, y, si la Organización estaba presente, era porque algo realmente pasaba. Dejando de lado la búsqueda por las Brujas de la Noche durante algún tiempo, un sábado por la noche, momento en el que los avistamientos solían ocurrir, me dirigí a la Póvoa de Lanhoso. Esa noche, mi mujer estaba en la casa de su madre, que estaba nuevamente enferma, y mi hija se había ido a pasar el fin de semana con una amiga, por lo que no tuve que inventar una excusa. Dejé el coche junto a la iglesia construida en la base del Monte del Pilar, al lado de la carretera que llevaba hasta la cima, para investigar el presunto bloqueo. De hecho, apenas pasé la primera curva me encontré con dos coches atravesados en el camino, bloqueando el paso. Detrás de ellos, cinco hombres vigilaban la carretera. Al contrario de lo que yo había asumido, estos no parecían ser miembros de la Organización. Estaban armados con bates de béisbol y, en vez de trajes o uniformes militares, llevaban ropa casual. Me acerqué a ellos para intentar entender lo que pasaba. Aún estaba a unos dos metros de los coches, cuando uno de los hombres gritó: - No puede pasar! - ¿Por qué? - pregunté, dando dos pasos adelante. - No necesitas saberlo. Regrésese. - ¿Con qué autoridad me niega el paso en una carretera pública? - le pregunté, intentando obligarlos a revelar quiénes eran. - ¿Nos vas a dar problemas? - respondió otro hombre, golpeando el bate de béisbol en una mano. Sus compañeros, levantaron sus armas. - Vete antes de que salgas herido. Así lo hice, pero no iba a dejar tan fácilmente aquella investigación. Conocía bien aquel monte, que ya había visitado varias veces, y sabía que existía un viejo camino medieval que también llevaba a la cima. Tan pronto como desaparecí del ángulo de visión de los hombres, por detrás de la curva, subí a través de la vegetación hasta el antiguo camino. Como esperaba, este no parecía vigilado. La subida no era fácil. Las piedras de la calzada, expuestas a los elementos y sin mantenimiento durante siglos, eran irregulares, y la hierba crecía entre ellas. En algunos puntos, la calzada hasta desaparecía por completo. Sin embargo, el último tramo era aún peor. El Monte del Pilar estaba coronado por una enorme roca, uno de las más grandes de Europa, sobre el que se alzaba el Castillo de Lanhoso y un pequeño santuario. La nueva carretera daba acceso a ella por la ladera oeste, menos empinada. El viejo camino medieval, sin embargo, conducía a la entrada este. Creo que alguna vez una escalera la conectaba con la carretera medieval, sin embargo, ahora, sólo algunos apoyos para las manos y los pies excavados en la roca desnuda ayudaban en la subida. A pesar de que la exploración urbana me había ayudado a ganar algo de experiencia en escalada, fue con bastante dificultad que llegué a la entrada este. Esta daba acceso a una pequeña terraza cubierta de árboles y con mesas de piedra situada unos metros debajo de la zona principal del santuario. Afortunadamente, no se encontraba nadie allí, por lo que pude parar un poco para recobrar energías después de la subida. En cuanto me sentí capaz subí, poco a poco, las escaleras que daban hacia el nivel superior y me asomé. Sobre la roca, a medio camino entre la pequeña iglesia y el castillo, estaba un grupo de cerca de veinte personas. Estas se encontraban reunidas alrededor de lo que parecía ser un sacerdote sosteniendo una gran cruz de madera con las dos manos. El hombre recitaba, a plenos pulmones, un canto en latín, ahogando todos los otros sonidos de la noche. Durante veinte minutos me quedé allí, escuchando y observando, pero nada notable sucedió. Empezaba a pensar que se trataba, simplemente, de una secta cualquiera, sin ninguna relación con las luces en el cielo. Sólo el bloqueo en la carretera y la relación establecida entre éste y las luces en los foros de ufología me mantuvieron allí. Un cuarto de hora después, me alegré de no haberme ido. El grupo comenzó a emocionarse y a apuntar hacia el cielo. Seguí sus miradas, y vi varios puntos de luz, arriba, muy por encima del monte. El sacerdote intensificó su canto, y las luces empezaron a acercarse. Poco después, parecían pequeños soles brillando sobre el santuario. Su intensidad era tal que, al principio, casi no podía mirar directamente hacia ellas. Sin embargo, poco a poco, comenzaron a perder fuerza, hasta que, finalmente, logré ver lo que eran. Se trataba, tal vez, de las criaturas más extrañas que había visto nunca. Algunas parecían tener forma humana, sin embargo, tenían seis alas blancas similares a las de las palomas, con las dos de arriba cubriendo sus caras, las de abajo cubriendo sus pies y piernas, y sólo usando las del medio para volar. Otras eran vagamente humanoides, sin embargo, tenían cuatro cabezas, una de hombre, una de águila, una de buey, y una de león, y cuatro alas cubiertas de ojos. No obstante lo extraños que eran estos seres, el tercer tipo de criatura aún lo era más. Estaban formados por varias ruedas concéntricas con los aros cubiertos de ojos. Cómo lograban volar, no sé decir. Cuando era adolescente, tenía un gran interés en la mitología y, aunque angelología cristiana no era una de mis favoritas, me di cuenta de que aquellos seres eran ángeles, en particular, de la primera esfera, los más cercanos a Dios. Despacio, los seres dieron vueltas sobre los hombres, mientras estos gritaban súplicas. Pasados unos minutos, los ángeles empezaron a alejarse. Poco a poco, sus luces se fueron haciendo más débiles y distantes, hasta que desaparecieron por completo. Con sonrisas en los labios, las personas comenzaron a dispersarse y a volver a sus coches. Lo que habían logrado con aquél ritual, no sé decir, pero pude saber que no eran solamente demonios lo que aquél tipo de sectas invocaban. Me quedé donde estaba, y esperé a que dejaran el santuario. Después, esperé un poco más para que desbloquearan la carretera y sólo entonces empecé a bajar del monte, esta vez por la ruta principal. Como siempre, muchas preguntas me pasaron por la cabeza en el camino de regreso a casa. ¿Cuál era el objetivo del ritual? ¿Por qué vendrían ángeles de las más altas órdenes a la Tierra? Si los ángeles eran reales, ¿será que Dios también lo era? Por suerte, mi mente aún estaba enfocada en encontrar las Brujas de la Noche y descubrir sus objetivos, de lo contrario, si hubiera tenido tiempo de pensar en las implicaciones de esa noche, mi mundo podía haber colapsado. 17: Capítulo 17 - Fuegos fatuos
Capítulo 17 - Fuegos fatuos
Al igual que la anterior, esta investigación comenzó en un foro en línea que hablaba del avistamiento de extrañas luces, esta vez en la Citania de Briteiros; sin embargo, también estaba asociada con las brujas y el diario que había encontrado, ya que una de sus entradas reunía varias historias de segunda mano que contaban que brujas poderosas habitaban ocultas entre las ruinas. Mi predecesor, tímido como era, nunca intentó confirmar estas historias, pero su existencia y el aparecimiento de las luces parecían más que una coincidencia y yo tenía que investigar. Una noche, después del trabajo, llamé a mi esposa para decirle que iba a trabajar hasta tarde y, después, me dirigí hacia la citania. No quedaba lejos de mi trabajo, pero parte de la carretera era muy exigua, con muchas curvas con poca visibilidad, por lo que requería una conducción cuidadosa. Como tal, me llevó más de media hora llegar allá. Aparqué en un pequeño espacio de tierra junto a la carretera, frente a la entrada de la citania. Aunque aún no era de noche, ya había empezado a anochecer, y las ruinas se encontraban cerradas. Decidí aprovechar el poco de luz que quedaba para buscar otra forma de entrar. Recorrí casi todo el perímetro de las ruinas adyacente a la carretera. Finalmente, un centenar de metros abajo de donde dejé el coche, encontré un espacio entre la red y el suelo lo suficientemente grande como para pasar. Arrastrándome de espaldas en el suelo y empujando la red hacia arriba, logré entrar. Estaba, ahora, junto a las ruinas de unos baños situados en el punto más bajo de la citania. Incluso con la creciente oscuridad y mi desesperación por descubrir los orígenes de las luces, no pude dejar de admirar la llamada Piedra Formosa de los baños, grabada con motivos celtas. Empecé a subir una ancestral calle, la misma que los habitantes de la edad del hierro usaban en su día-a-día, flanqueada por una conducta que llevaba agua a los baños. La subida no fue fácil, ya que la acera era irregular y bastante empinada, pero, por fin, llegué a la zona donde se concentraba la mayor parte de las ruinas de casas. Después de descansar un poco, decidí seguir subiendo hasta la cima de la acrópolis. Siendo el punto más alto de la citania, era el lugar ideal para quedar de vigía y ver las luces que allí fui a buscar. Subí por otro de los caminos originales. Este serpenteaba por entre las ruinas de los varios complejos familiares, en los cuales casas circulares construidas alrededor de un patio central se encontraban rodeadas por una pared más alta que yo. Pasé, también, junto a la muralla interior y su puerta norte. A pesar de que, en la oscuridad, no las podía ver, sabía, gracias a mi visita anterior, que había otras dos murallas además de aquella. Finalmente, llegué a la cima de la acrópolis. Además de dos casas reconstruidas, allí quedaban las ruinas de un gran edificio circular con bancos de piedra en la pared. Según las lecturas que hice antes de mi visita anterior, los arqueólogos pensaban que se trataba de la casa donde los gobernantes o los ancianos se reunían para discutir y resolver los problemas de la población. Desde allí, podía ver toda la citania, pero no vi ninguna señal de las luces que los rumores mencionaban. Sin embargo, aún era temprano, por lo que me apoyé en una de las casas reconstruidas y esperé. Sólo esperaba que aquella no fuera una de las pocas noches sin ocurrencias de ese mes. La primera señal de que algo iba a suceder, sin embargo, no fue la aparición de luces, sino de formas que se movían más abajo, en la oscuridad. Estas surgieron de un punto casi opuesto a aquel por donde yo había entrado, por lo que me pregunté cómo habían cruzado la red. Poco a poco, se acercaron a un pequeño patio situado entre los complejos familiares debajo. Fue entonces que, gracias a la luz de la luna y de las estrellas, me di cuenta de que se trataba de cinco mujeres vestidas de negro. La idea de que podían ser las Brujas de la Noche me pasó por la cabeza, pero pronto la descarté. Estas mujeres no tenían las caras cubiertas ni la envergadura de las criaturas que yo buscaba. Entonces, las luces que buscaba aparecieron. Surgieron, primero, como pequeñas esferas de llamas verdes en un pequeño bosque junto al exterior del perímetro de la citania. Sin embargo, rápidamente se acercaron, al mismo tiempo que aumentaban de tamaño e intensidad. Al verlas, las cinco mujeres buscaron inmediatamente refugio entre las ruinas. Esperaron que los fuegos fatuos se acercasen un poco más, y, entonces, comenzaron a recitar extraños y elaborados cantos. Para mi sorpresa, instantes después, un torrente de granizo se abatió sobre las llamas vivientes, a pesar de que el cielo estuviera limpio. En pocos segundos, ellas y el terreno alrededor estaban cubiertos por un montón de hielo. Hasta el momento, no había visto tal demostración de poder por parte de ninguna bruja, por lo que, por un momentos, me pregunté si aquellas cinco mujeres realmente no eran las Brujas de la Noche. Las atacantes esperaron un poco para asegurarse que tenían neutralizando su objetivo. El monte de hielo no se movió y, entonces, ellas salieron de sus escondites. - Lo logramos - dijo una de ellas. - Ahora somos las brujas más poderosas del norte de Portugal. - Parece que sí - respondió otra, con una sonrisa en los labios. - ¿Seguras? - preguntó una tercera mirando, desconfiada y amedrentada, hacia la pila de granizo. - Ellas ya han sobrevivido cosas peores. - Estoy segura - dijo la primera. - Esta vez encontramos su debilidad. En ese instante, el monte de hielo empezó a temblar. Unos segundos después, con una explosión, los fuegos fatuos emergieron del granizo. Las invasoras corrieron de vuelta a sus refugios y comenzaron un nuevo cántico. Sin embargo, esta vez, sus oponentes entraron en acción. Con una rapidez increíble, uno de ellos impactó contra una de las brujas, tirándola varios metros hacia atrás. Otro disparó un extraño relámpago verdoso que bordeó la cobertura y alcanzó a la atacante que estaba detrás. Después, los tres se unieron y comenzaron a moverse rápidamente en un círculo. Una lluvia de pequeñas esferas de llamas verdes cayó, entonces, sobre las tres invasoras aún en combate. Apenas tocaban sus ropas, las incendiaban. Extrañamente, las que fallaron y dieron en el suelo, se apagaron al instante sin siquiera quemar la vegetación. Las atacantes se tiraron al suelo para apagar las llamas. Cuando se volvieron a levantar, decidieron aceptar la derrota y, después de coger a sus dos amigas inconscientes (o tal vez muertas), huyeron hasta desaparecer en la oscuridad de donde habían surgido. Los fuegos fatuos permanecieron inmóviles durante unos minutos. Yo me quedé donde estaba, observándolos, esperando que, al irse, me llevasen a algo que indicara su origen. Después de todo, las mujeres que habían enfrentado eran claramente brujas. ¿Será que ellas tienen alguna relación con las Brujas de la Noche? La verdad pronto se reveló y me cogió completamente de sorpresa. Las llamas de los fuegos fatuos empezaron a crecer y a cambiar su forma. De repente, desaparecieron por completo, revelando tres personas: dos mujeres y un hombre. - Espero que este sea el último de estos ataques - dijo el hombre. - Luchar con estas brujas de segunda categoría se está tornando aburrido. - Es el precio de la fama - respondió una de las mujeres. - ¿Qué pretenden ellas con esto? - preguntó la otra mujer. - ¿Ocupar nuestro lugar? ¿Creen que si nos derrotan van a ganar nuestro poder? Claramente, aquellas personas eran brujas poderosas; sin embargo, no tenían el tamaño ni las vestimentas de las Brujas de la Noche, por lo que asumí que no eran ellas; además, estas últimas difícilmente podían ser llamadas famosas, pero tal vez estas tres sabían algo que me pudiera ayudar. Respiré profundo para reunir coraje antes de, una vez más, hablar con un grupo de brujas. Me levanté y llamé por ellas. Sin una palabra, se convirtieron de nuevo en fuegos fatuos y volaron hasta la acrópolis, donde me cercaron. Después, volvieron a su forma humana. - ¿Quién eres tú? - preguntó el hombre. - No me digas que eres algún brujo que también nos quiere enfrentar. - No, no - respondí de inmediato. Les conté, entonces, sobre mi búsqueda por las Brujas de la Noche y lo que me había llevado allí. - Sabes, nosotros también estamos muy interesados en las Brujas de la Noche. Nadie sabe quiénes son, qué quieren o de dónde vinieron. Esto las convierte en un peligro para nosotros. - ¿Saben dónde puedo encontrarlas? - Desgraciadamente, no - respondió la otra mujer. - Si lo supiéramos, ya habríamos hablado con ellas. Siempre intentamos convencer a todas las brujas y usuarios de la magia del Norte de unirse a nuestro Gran Conventículo. - Ven con nosotros - dijo la primera mujer. - Vamos a mostrarte la información que tenemos sobre las Brujas de la Noche. Tal vez, si combinamos nuestros conocimientos, podamos descubrir algo. - ¿Creen que deberíamos mostrarle nuestro escondite? - preguntó el hombre. - Él ya ha lidiado con brujas antes. Sabe que, si dice algo a alguien, podemos poner una maldición sobre él y todos los que ama - dijo la primera mujer. - Además, todo el mundo sabe que estamos aquí en la citania y que nuestro escondite no debe quedar lejos. Ellas me llevaron, entonces, hasta una de las casas castrenses reconstruidas. El hombre sacó una llave del bolsillo, que utilizó para abrir la puerta, y entramos. Dentro estaba oscuro, la única luz era la pálida luminiscencia de la luna y de las estrellas que entraba por la puerta, sin embargo, era suficiente para darme cuenta de que el lugar se encontraba vacío. Mientras me preguntaba por qué me habían llevado allí, una de las mujeres apartó un poco de la paja que cubría el suelo y levantó una pequeña losa de piedra. Para mi sorpresa, debajo de esta, se encontraba un pequeño teclado retro iluminado. La bruja introdujo un código numérico y el suelo empezó a temblar. - Retrocede un poco - dijo el hombre, tirándome hacia atrás suavemente por el hombro. Una parte del suelo bajó y se deslizó hacia un lado, revelando unas escaleras metálicas que bajaban verticalmente hasta un túnel de concreto. La mujer que abrió la trampilla descendió primero, seguida por el hombre. Yo entré en tercero, mientras que la última bruja se quedó atrás para cerrar la trampilla. El túnel estaba bien iluminado y era corto, desembocando menos de dos metros después en una sala mucho más amplia que la casa reconstruida en la superficie. Era un lugar extraño. Como el túnel, tenía paredes de cemento, dándole un aspecto de búnker. Mesas de trabajo con ordenadores y tabletas se mezclaban con bancas de trabajo donde reposaban morteros, cuchillos, hoces, botellas y vasijas con varios líquidos de diferentes colores. Manojos de hierbas colgaban del techo, así como patas de gallinas y bolsas tejidas llenas de huesos. En las paredes, se veían recortes de prensa y fotos de personas, algunas de las cuales reconocí como actores de la política nacional e internacional. Exactamente lo que aquellas brujas hacían allí, no sé decir, pero era obvio que eran más poderosas que las de cualquier otro conventículo que había encontrado antes. Una de las mujeres me llamó a uno de los ordenadores y comenzó a mostrarme videos donde figuraban las Brujas de la Noche. Confieso que quedé sorprendido, asustado incluso, con todos los lugares donde aquellas brujas tenían ojos. Vi imágenes de las Brujas de la Noche en las montañas del Gerês, en las calles de Porto, sobrevolando el río Lima, hasta en los túneles ocultos debajo de Braga. Incluso, me mostraron un video de mi encuentro con una de las Brujas de la Noche, cuando perseguí a uno de los trolls bajo su mando. Eran imágenes tomadas desde el exterior de la casa abandonada donde encontré la criatura, seguramente por un dron. Por desgracia, la máquina no fue suficientemente rápida para seguir la bruja encapuchada hasta su escondite. A pesar de que los vídeos mostraban varios sitios donde las Brujas de la Noche habían estado, incluso sumados al conocimiento que había obtenido durante mi búsqueda, no ayudaban a descortinar sus motivos o paradero; de hecho, crearon aún más preguntas. Sin nada más que hacer allí, me despedí de las brujas. Después de repetir sus amenazas de lo que me pasaría si revelara a alguien su escondite, me dejaron ir. En el regreso a casa, no pude dejar de pensar que estaba cada vez más confundido. Cuanto más sabía sobre las Brujas de la Noche, menos comprendía. ¿Alguna vez iba a encontrarlas y hacerlas responder por las muertes que habían causado? 18: Capítulo 18 - La Cabra de Tibães
Capítulo 18 - La Cabra de Tibães
Algunos dicen que las cosas sólo aparecen cuando no las estamos buscando. Aunque nunca creí mucho en ello, eso no significa que a veces no sea verdad. Todo comenzó cuando, en una tarde de invierno, leí en un periódico local que una cabra estaba aterrorizando a los habitantes de la comarca de Tibães. El caso era notablemente similar a las historias contadas sobre la cabra de Cabanelas, acontecida en los años treinta, mencionada frecuentemente en libros sobre leyendas del norte de Portugal. Narraba la noticia de que una cabra negra aparecía al anochecer sobre el cementerio de Tibães y que, maullando como un gato, hacía vuelos rasantes sobre todos los visitantes hasta echarlos de allí. Curioso con la reaparición de la leyenda, decidí tomar otro descanso en mi búsqueda por las Brujas de la Noche y un día, después del trabajo, me dirigí al cementerio. Aunque los días se estaban haciendo más largos, aún anochecía temprano, así que cuando llegué allí, el Sol estaba a punto de desaparecer detrás del horizonte. Cuando entré en el cementerio, me di cuenta de que no era el único que esperaba ver a la cabra. Aparte de dos personas que intentaban apresurarse a poner flores nuevas en una tumba, nadie prestaba atención a los difuntos. De hecho, casi todas las miradas estaban fijas en el cielo, así como celulares y cámaras. Me acerqué a una de las paredes y esperé. Poco a poco, empezó a oscurecer. Las dos personas que se ocupaban de la tumba dejaron el lugar casi corriendo. Atrás sólo me quedé yo y una veintena de espectadores. Los minutos pasaron y siguió oscureciendo, hasta que sobre nuestras cabezas, oímos un extraño maullido. En la cima del muro opuesto se encontraba una cabra. Para mi sorpresa tenía un aspecto bastante común: pelaje marrón y negro de diferentes tonos, dos pequeños cuernos en la parte superior de la cabeza y una chiva en la barbilla. Entonces, volvió a maullar y con un salto, dejó la pared. Pero, en vez de aterrizar en el suelo, empezó a correr en el aire. Se dispararon flashes por todas partes con los curiosos tratando de documentar aquel extraño fenómeno. Ese fue el momento en que la cabra realizó su primer vuelo rasante. Hombres y mujeres se tiraron al suelo tratando de evitar a la criatura, que volaba por encima de las cruces y lápidas a una velocidad increíble. Aunque al principio los otros siguieron observando la cabra, ésta realizó un vuelo rasante tras otro, hasta que todos comenzaron a arrastrarse hacia la salida. Yo, sin embargo, me escondí bajo un banco de piedra adosado a la pared de la capilla funeraria y esperé. Pocos minutos después, sólo yo me encontraba en el cementerio. Mientras tanto, los otros curiosos subían a sus autos y huían. Entonces la cabra se retiró, desapareciendo detrás de la pared norte. En ese momento, salí de mi escondite y la seguí. Subir la pared no fue fácil, pero apoyándome en la lápida de una tumba cercana (en ese momento no pensé en ello, emocionado como estaba, pero confieso que ahora me parece algo irrespetuoso), logré pasar al otro lado. El cementerio de Tibães fue construido junto al monasterio medieval de Tibães, uno de los monumentos más conocidos de la Comarca de Braga, por lo que ahora me encontraba en sus extensos jardines. Cuando toqué el suelo, vi a la cabra volando por encima de los cultivos, así que empecé inmediatamente a seguirla. La persecución no fue fácil, ya que el camino era de tierra batida y mientras tanto la noche había llegado en pleno y no me atrevía a encender la linterna que siempre llevaba conmigo para no delatar mi presencia. Poco después, la cabra me llevó al bosque que limitaba las tierras del monasterio al sur. Gracias a una de mis visitas anteriores, sabía exactamente a dónde iba: hacia el lago artificial creado en un claro cercano. Aunque conocía el sendero que llevaba allí, algo me dijo que no lo usara, por lo que decidí acercarme cubierto por la vegetación. Tan pronto como vi el lago, mi cautela se reveló justificada. Para mi sorpresa, junto a la pared decorada de la que emergía el agua que llenaba el lago, ardía una gran fogata, probablemente más alta que yo. Alrededor de ésta, había cinco figuras encapuchadas, todas iguales a la bruja de la noche que había visto en esa casa abandonada. ¡Por fin había encontrado a las Brujas de la Noche! Y mientras investigaba algo aparentemente sin ninguna relación con ellas. Era obvio que la cabra era creación suya, probablemente para alejar a la gente de la zona, pero me faltaba entender por qué. Respiré profundamente una y otra vez. Una vez más, me preparaba para enfrentar a un grupo de brujas. Sin embargo, éstas no eran brujas comunes ni simples candidatas a ser Brujas de la Noche. Éstas eran ellas. Ya habían matado a humanos antes, aunque de manera indirecta. Por otro lado, la idea de que me habían dejado ir ileso después de nuestro último encuentro me reconfortaba. Iba a salir de mi escondite y bajar al lago cuando oí un ruido detrás de mí. Me refugié inmediatamente entre un arbusto, el cual me ocultaba en todas las direcciones. Segundos después, pasó cerca de mí una criatura enorme, con más de tres metros de altura. A primera vista parecía humana, aunque en la oscuridad, no podía ver su cara. Sus piernas eran como troncos de árboles y su cuerpo extremadamente ancho, pero caminaba con la espalda doblada. Después de ese avistamiento, empecé a oír ruidos por todas partes. Bultos de todas las formas y tamaños empezaron a aparecer entre la vegetación, algunos mucho más grandes que el ogro original. No sé de dónde salieron, pero todos se dirigían al lago artificial. Cuando la primera de las criaturas llegó a la orilla, las brujas comenzaron a entonar un cántico y a agitar rítmicamente los brazos por encima de la cabeza. Durante un minuto, no pasó nada. Entonces, el agua del lago empezó a agitarse. Poco después, subió por encima de la orilla, pero no comenzó a correr hacia afuera. Era como si estuviera siendo contenida por una barrera invisible. Con cada instante que pasaba el agua se levantaba más y más, hasta que, para mi sorpresa, formó una enorme burbuja a diez metros sobre el lago. Éste estaba ahora vacío y con su lecho expuesto. Las criaturas comenzaron a descender por la superficie llena de barro hasta que desaparecieron bajo el borde. Durante la siguiente media hora, más y más criaturas emergieron de entre los árboles y entraron en el lago vacío. Mientras tanto, las Brujas de la Noche continuaron su canto, probablemente para mantener el agua flotando en el aire. Finalmente, cuando la última de las criaturas desapareció, las brujas se detuvieron. Con un estruendo, el agua cayó, llenando de nuevo el lago artificial. En ese momento, el fuego junto a las Brujas de la Noche se apagó y cuando mis ojos se acostumbraron de nuevo a la oscuridad, ellas habían desaparecido. Después de eso, me mantuve varios minutos en mi escondite, confuso, intentando entender lo que estaba pasando. Las Brujas de la Noche estaban reuniendo un ejército. Si todas las noches en que la cabra apareció hubiera ocurrido lo mismo que en esa noche, ya tendrían un gran número de soldados. ¿Pero cuál sería su propósito? ¿Fueron los ataques a las casas de las hadas con falsos accidentes automovilísticos (que me llevaron a investigar a las Brujas de la Noche) sólo un intento de debilitar al enemigo antes de la incursión definitiva? ¿Tendría todo aquello alguna relación con las misteriosas desapariciones de fantasmas en la ciudad de los muertos y de los súbditos del Rey de los Islotes? Finalmente, el frío me llevó a dejar mi escondite y, cruzando otra vez la pared del cementerio, volví al exterior y a mi auto. No había nadie cerca. La cabra tenía cumplido su propósito y había alejado a todos del monasterio y de la zona circundante. Después de lo que había acabado de ver, volví a casa preocupado, incluso asustado. Las Brujas de la Noche tenían un ejército. Aunque hasta ese momento todas las muertes humanas que habían provocado parecían haber sido daños colaterales, eso ahora podría cambiar. Incluso si no atacaran a humanos, su objetivo principal sería sin duda alguna las criaturas que vivían en ese mundo oculto del nuestro; yo ya había caminado entre ellas y conocido las suficientes como para que eso me afectara emocionalmente. Esa noche no pude dormir pensando en lo que iba a hacer con todo aquello. Si hubiera algo que pudiera hacer. 19: Capítulo 19 - El Primer Ataque
Capítulo 19 - El Primer Ataque
Como pueden imaginar, después de mi encuentro con las Brujas de la Noche en los jardines del Monasterio de Tibães y de ver el ejército que estaban reuniendo, quedé ansioso por discutirlo con alguien. Como no quería que mi familia y amigos fueran expuestos a la existencia de ese mundo paralelo al nuestro y a los peligros que pudieran derivarse de ello, la primera persona que se me ocurrió fue Alice. Después de todo, los de su raza parecían ser uno de los blancos de las Brujas de la Noche. A pesar de que era una época de mucho trabajo, al día siguiente salí apenas cumplí con mi horario y me dirigí al Bar de las Hadas. Lo que había descubierto me parecía demasiado importante para esperar. Para mi sorpresa, cuando llegué a la pastelería que servía de enlace entre el mundo en la superficie y el bar subterráneo, descubrí que estaba cerrada. Miré hacia adentro y no había señales de haber abierto ese día, entre otras cosas porque el correo estaba amontonado detrás de la puerta. Intenté llamar a la puerta, pero nadie respondió. La entrada principal al mundo que existía bajo Braga estaba cerrada. Después de lo que había visto la noche anterior, empecé a preocuparme. Intenté calmarme diciéndome a mí mismo que la pastelería podría estar cerrada por varias razones más mundanas. Por suerte, yo conocía otra entrada. Así no tenía que torturarme imaginándome lo que habría pasado. Entré en mi coche, estacionado junto a mi oficina; acto seguido me dirigí al monte del Bom Jesus. Al acercarme a mi destino, empecé a sentirme un poco tembloroso. La otra entrada estaba cerca de la Villa Marta, la casa de los Cerqueira. No sabía hasta qué punto Henrique Cerqueira sabía de mi participación en la fuga de los trasgos que usaba como esclavos en el viñedo de la familia, pero no quería ser visto. Por suerte, llegué al arbusto que ocultaba la segunda entrada sin encontrar a nadie. Me adentré en la vegetación y llegué a la pequeña cueva que daba acceso al mundo oculto debajo de Braga. Después de unos pocos metros, donde el pasaje comenzaba a quedar más ancho, esperaba encontrar un guardia como en mi última visita, pero no había nadie allí. Confieso que me pareció extraño, incluso alarmante, pero seguí adelante, aunque con más cuidado. ¿Habrían ya llegado las Brujas de la Noche y sus fuerzas? Me dirigí a la estación más cercana del metro que conectaba las diferentes partes de aquella ciudad subterránea. Cuando llegué, una vez más, no vi a nadie. Esperé. Durante más de media hora, quedé allí, en la plataforma, pero no vi ni rastro de otros pasajeros ni de la criatura que hacía de transporte. Empecé a pensar en caminar hasta el Bar de las Hadas, pero no conocía el camino a través de los túneles peatonales, así que seguí esperando. Pasados veinte minutos sin ver movimiento, decidí tomar el único camino que conocía, el túnel del tren vivo. Con la ayuda de la pequeña linterna que siempre tenía conmigo, pues el gran paso no tenía ninguna fuente de luz, me dirigí al noroeste. A medida que avanzaba, me mantuve atento a cualquier ruido, no fuera a pasar el tren y atropellarme. Durante más de una hora, durante la cual pasé por muchas otras estaciones, no vi ni oí nada importante. Mi temor de que las Brujas de la Noche y su ejército ya habían llegado allí aumentaba, pero no había señales de ello. Parecía que las criaturas que habitaban aquellos túneles simplemente habían desaparecido. Finalmente, la linterna iluminó algo que bloqueaba el túnel. Me acerqué con cuidado. Poco después, vi su color marrón rojizo, luego me di cuenta de que no era un derrumbe; sin embargo, no fue hasta que llegué al bloqueo que descubrí de qué se trataba: el corpo de la criatura que servía de "tren". Sus cientos de delgadas piernas estaban dobladas junto al cuerpo, su enorme y casi humana cara se encontraba congelada en una expresión de terror y dolor. A su alrededor yacían pedazos de madera y vidrio rotos, restos de las cabinas que llevaba a la espalda en lugar de carruajes. Ahora estaba seguro de que algo había pasado, seguramente el ataque de las Brujas de la Noche que yo temía. Había llegado demasiado tarde para avisar a los habitantes de aquellos túneles. Pero tal vez aún podría ayudar. De todos modos, no iba a volver atrás. La criatura ocupaba toda la anchura del túnel y más de la mitad de la altura, así que tuve que subir por su cuerpo para llegar al otro lado. Cuando mis pies tocaron el suelo, iluminé la nueva sección del túnel. El escenario era completamente diferente de lo que había visto hasta entonces. Cuerpos de criaturas de diferentes tamaños y formas cubrían el suelo, la mayoría de las cuales pertenecían a razas que yo ya había visto en el Bar de las Hadas. Algunos tenían marcas de quemaduras, mostrando que habían sido muertos por llamas o hechizos, pero la mayoría parecía haber sido abatida por armas contundentes. Ante ese panorama, consideré dejar los túneles, pero pensé una vez más que tal vez aún podría ayudar a alguien y seguí adelante. La escena se repitió a lo largo del túnel hasta que llegué a la estación siguiente. Entonces aparecieron los primeros cuerpos de ogros, duendes, ogrons y otras criaturas que yo sabía que estaban al servicio de las Brujas de la Noche, aunque eran mucho menos que los de los habitantes. Parecía que estos últimos habían quedado atrapados en el túnel debido al cuerpo del tren y fueron masacrados. Aquella era la estación más cercana al Bar de las Hadas, así que dejé la zanja donde el tren había circulado, subí a la plataforma y entré en los túneles peatonales. En los pasillos, no había muchos cuerpos, pero todas las casas, salas y túneles sin salida tenían el suelo cubierto de habitantes locales muertos. Finalmente llegué al Bar de las Hadas. La puerta estaba tirada en el suelo, así que lo que encontré dentro no fue una sorpresa. Había cuerpos por todas partes, junto con mesas, sillas y vasos rotos. El balcón había sido destrozado y con él, el conducto que canalizaba el agua que los clientes solían beber. Por lo tanto, ésta ahora goteaba del techo directamente al suelo, empapándolo. El bar no estaba inundado sólo porque el agua se drenaba por un agujero en la base de una de las paredes. Admirablemente, la puerta que daba acceso a la pastelería arriba y, a través de ella, al mundo en la superficie, estaba cerrada. A pesar de estar atrapados y ante una muerte segura, los clientes del bar no revelaron su existencia al mundo exterior. Busqué entre los cuerpos por alguien que yo conociera. Dos de las personas que me habían ayudado a liberar a los trasgos del viñedo de los Cerqueira estaban entre las víctimas, pero Alice, mi contacto principal y la persona de aquél mundo que yo conocía mejor, no. Tenía esperanza que ella se hubiera salvado, aunque lo más probable es que estuviera muerta en algún lugar de aquél subterráneo. Pensé en explorar un poco más y buscar sobrevivientes o hasta las Brujas de la Noche y sus soldados, pero rápidamente abandoné esa idea. Nada de lo que vi indicaba que hubiera sobrevivientes en aquellos túneles, y si los hubiera, estarían escondidos donde un simple visitante como yo nunca los encontraría. Por otro lado, las muertes parecían haber ocurrido algún tiempo antes y no he visto ni oído ninguna señal de que los asesinos aún estuvieran allí. Recorrí el camino de vuelta al exterior y a mi auto. Sólo esperaba que hubiera sobrevivientes para enterrar a los muertos. Cuando llegué a casa, tuve una gran discusión con mi esposa. Se me había olvidado avisarle que iba a llegar tarde para cenar y como en los túneles yo no tenía señal en mi móvil, ella no pudo contactarme. Tuve que inventar una excusa, ya que no quería exponerla al extraño mundo que estaba explorando. No quedó muy convencida, pero al menos se calmó. Después de cenar mi ya fría cena y ayudar a mi hija con los deberes, me fui a la cama. No dormí mucho anoche. No podía dejar de pensar en qué otros lugares las Brujas de la Noche atacarían y lo que yo podría hacer al respecto sin aumentar las sospechas de mi esposa. 20: Capítulo 20 - La Batalla de los Islotes
Capítulo 20 - La Batalla de los Islotes
Después de pasar una noche en vela preguntándome quién iba a avisar ahora sobre los ataques de las Brujas de la Noche y de su ejército, decidí ir a hablar con el Rey de los Islotes. En nuestra última y única conversación, me dijo que sus súbditos estaban desapareciendo, lo que, ahora sospecho, fue un intento de las Brujas de la Noche de debilitarlos antes del ataque final. Además, siempre podía decirle a mi esposa que iba a visitar a mis abuelos en Viana do Castelo, sin aumentar aún más sus sospechas. Al día siguiente de mi descubrimiento de la macabra escena en los túneles debajo de Braga, le dije a mi esposa que iba a cenar a casa de mis abuelos y, después del trabajo, me dirigí a Viana. En realidad, no mentí, porque de hecho visité a mis abuelos, y mi abuela me obligó a quedarme a cenar. Poco después, sin embargo, dejé su casa y contacté a un viejo amigo para que me prestara su barco una vez más. Nos encontramos junto al río, en el lugar de siempre, y después de una breve conversación sobre lo que había de nuevo en nuestras vidas (y yo inventar una respuesta a la pregunta “¿por qué necesitas el barco tantas veces por la noche?”), subí al bote y empecé a remar hacia el Camalhão, el más grande de los islotes del río Lima y el lugar donde se situaba el trono del Rey de los Islotes. Estaba a medio camino cuando, en la poco iluminada y deshabitada orilla norte del río, vi un enorme bulto. Paré. Miré con más atención y me di cuenta que era una criatura humanoide, probablemente uno de los gigantes al servicio de las Brujas de la Noche. Gracias a su prodigioso tamaño, él cruzó el río a vado, el agua poco por encima de sus rodillas, y llegó al Camalhão en meros segundos. Volví a remar. Tenía que advertir a los habitantes de los islotes. Entonces vi más bultos de diferentes tamaños en la orilla. Los más grandes entraron al agua, tirando de cuerdas atadas en el otro extremo a lo que parecían ser balsas, donde seguían los más pequeños. Al mismo tiempo, empecé a oír ruidos en el Camalhão. Los habitantes estaban atentos y habían detectado al enemigo en cuanto apareció. El primer gigante fue el blanco de una verdadera lluvia de diminutos proyectiles, mientras los juncos alrededor de sus pies se movían, probablemente agitados por pequeñas criaturas de los islotes atacando cuerpo a cuerpo. Sin embargo, el atacante no caía, y sus compañeros rápidamente llegaron al Camalhão. La batalla había empezado. Ya no había nadie a quien avisar. Pensé en unirme a los habitantes de los islotes y luchar, pero ¿qué podía hacer? No tenía armas, y aunque las tuviera, no sabría cómo luchar contra aquellos enemigos. Eché el ancla y me quedé solamente mirando. Aunque no podía ver las diminutas criaturas de los islotes, veía sus proyectiles, los movimientos de los juncos y la reacción del enemigo. Parecían estar luchando bien. Vi a varios de los monstruos más pequeños al servicio de las Brujas de la Noche caer, y al primer gigante en llegar al Camalhão ser obligado a arrodillarse, aunque él siguió luchando. Sin embargo, a pesar de todo aquello esfuerzo, los invasores seguían avanzando. No podía ver las bajas que provocaban, pero tenía que asumir que eran significativas. Aunque lenta, su victoria parecía segura, hasta que los juncos a su alrededor comenzaron a moverse. En cuestión de segundos, crecieron y se enrollaron formando cuerdas y redes que detuvieron a los invasores. Poco después, una forma con unos cuatro metros de altura apareció en el Camalhão, probablemente salida de uno de los muchos regueros que atravesaban el islote. Armado con una enorme clava, atacó al gigante arrodillado, aplastándole la cabeza. Solo podía tratarse del Rey de los Islotes. Con el enemigo paralizado y su monarca a su lado, los habitantes de los islotes redoblaron sus esfuerzos, y muchos de los invasores cayeron. Mas seguían llegando venidos de la orilla del río, pero apenas ponían los pies en el Camalhão, eran inmediatamente presos por los juncos. La victoria de los habitantes de los islotes empezaba a parecer no solo una posibilidad, sino casi una certeza. Entonces algo pasó volando sobre mí. Miré al cielo y vi cinco figuras encapuchadas abatiéndose sobre el Camalhão. El viento traía sus voces hacia mí, cantando los cánticos que invocaban sus hechizos. El primero hizo que los juncos en el área de la batalla y su alrededor se pudrieran y se deshicieran, liberando a los soldados de las Brujas de la Noche, mientras los siguientes hicieron caer un verdadero torrente de bolas de fuego sobre el Rey de los Islotes. Este usó sus propios hechizos para defenderse, erigiendo barreras invisibles para bloquear los ataques del enemigo. Sin embargo, atacado de varias direcciones, no pudo aguantar mucho tiempo. Algunos minutos más tarde, lo vi caer. Después de eso, las criaturas atacantes rápidamente se extendieron por todo el Camalhão. Pequeños barcos, cargando grupos de las diminutas criaturas que habitaban allí, comenzaron a dejar el islote, tratando de escapar hacia uno de los otros. Sin embargo, no eran muchos, y difícilmente podrían armar una resistencia si las Brujas de la Noche decidieran conquistar el resto de su reino. A todos los efectos, la batalla había terminado. Remé de vuelta a la orilla. En algunos puntos de esta, así como en el puente que cruzaba el río y pasaba sobre el Camalhão, vi a algunas personas intentando entender lo que estaba pasando en la isla. Dudo que hubieran entendido exactamente lo que estaban viendo, y aunque lo hicieran, no eran suficientes para revelar ese mundo oculto del nuestro. Aún así, Almeida y el resto de la Organización no quedarían satisfechos. En el viaje a casa, no podía evitar pensar que las Brujas de la Noche habían logrado otra victoria. Cualquiera que fuera su objetivo, estaban más cerca de alcanzarlo. Y yo, una vez más, había llegado demasiado tarde para avisar a sus víctimas. 21: Capítulo 21 - La Guerra de los Muertos
Capítulo 21 - La Guerra de los Muertos
Después de una noche en claro pensando en lo que iba a hacer ahora acerca de los ataques de las Brujas de la Noche, decidí advertir a los espíritus de los muertos en el Gerês. De hecho, no sabía dónde encontrar a ninguno de sus otros enemigos. Sabía que los muertos no se reunían en su ciudad hasta después de la medianoche, pero aún así quería llegar temprano. No quería que mi advertencia llegara tarde una vez más. Por eso, aunque tenía mucho trabajo, me tomé la tarde libre sin decirle a mi esposa y me dirigí al Gerês. Dejé el coche en un espacio de tierra junto a la carretera, sobre la misma aldea en ruinas que en mi visita anterior. Bajé al pueblo y desde allí me dirigí a la única entrada que conocía de la ciudad de los muertos. Esta, a pesar de la promesa hecha por el fantasma llamado de El Presidente en mi última visita, todavía estaba en el mismo lugar. Pero antes de entrar, llamé a mi esposa para decirle que iba a trabajar hasta tarde. No quería tener otra discusión con ella. Finalmente, bajé por el agujero en el suelo hasta el túnel que llevaba a la ciudad propiamente dicha. Aún faltaba mucho para la medianoche, así que, como esperaba, no había ningún guardia. Con la ayuda de la pequeña linterna que siempre tenía conmigo, navegué por los pasadizos hasta llegar al ancho y profundo pozo donde se encontraba la ciudad. Que aún no estuviera ningún espíritu allí, no me sorprendió, pero confieso que fue con un poco de asombro que me di cuenta de que los etéreos edificios que había visto en mi última visita tampoco. Me senté en una roca, junto a la pared, y esperé. Mi reloj claramente estaba atrasado, porque unos tres minutos antes de la medianoche, los edificios empezaron a aparecer en los salientes a lo largo de la pared del pozo. Desde casas circulares castreñas hasta torres de apartamentos de varios pisos, había edificios de todo tipo y época. Lo tomé como una señal de que los espíritus de los muertos estaban dejando sus tumbas y formando las procesiones que cada noche se dirigían hacia allí, así que me levanté. Los primeros fantasmas llegaron diez minutos después. Como la vez pasada, mi presencia no pasó desapercibida. Todos los que pasaban me miraban fijamente. Sin embargo, ninguno me dirigió la palabra, solo siguieron adelante, flotando hacia sus casas etéreas. Entonces apareció uno que yo conocía, aquel llamado El Presidente. En cuanto me vio, se acercó y dijo: - ¿No te dije que no volvieras? Le expliqué por qué estaba allí y le conté sobre los ataques previos de las Brujas de la Noche. No parecía muy sorprendido. - Su ataque ya está aquí. Algunos de los nuestros vieron a su ejército viniendo hacia aquí. Solo vinimos por nuestras armas. Miré de nuevo hacia el pozo y vi que varios fantasmas ya regresaban de sus casas con armas blancas etéreas. Como los edificios, estas venían de todas las épocas históricas de la humanidad. Vi espadas, martillos de guerra y mazas, clavas de madera y hachas con cabeza de piedra, facas de caza e incluso nudilleras. El Presidente me dejó y fue a buscar sus armas, mientras yo seguí la columna de fantasmas ya armados hacia el exterior. Tuve problemas para subir por la entrada, pero al final llegué al valle que estaba arriba. La noche ya había llegado, sin embargo, el cielo estaba limpio, y la luna y las estrellas radiaban suficiente luz para que yo pudiera ver lo que me rodeaba. Los fantasmas se alineaban no muy lejos de la entrada, formando bloques similares a los utilizados por los ejércitos de la antigüedad y de la Edad Media. Al principio, no vi a sus oponentes, pero una línea oscura rápidamente apareció en el horizonte. Poco a poco, se acercó, hasta que pude ver algunos puntos oscuros volando sobre ella, probablemente las Brujas de la Noche. Tardé media hora en ver claramente a los soldados enemigos. Para mi sorpresa, todos eran de la misma raza de criaturas, una que yo nunca había visto antes. Se apoyaban en cuatro patas, pero había inteligencia en sus ojos. Tenían el cuerpo cubierto de pelo y una larga cola que se agitaba detrás y encima de ellos. Sin embargo, su hocico era la característica que más se destacaba. Largo y cónico, se parecía al de un oso hormiguero, pero era más largo y terminaba en una boca mucho más ancha. El ejército siguió avanzando, pero las Brujas de la Noche se quedaron atrás. Me preguntaba qué podrían hacer esas criaturas a los fantasmas intangibles a mi lado, especialmente sin la ayuda de los hechizos de sus maestras. Al final, los dos ejércitos se encontraron cara a cara. Los espíritus se alineaban en bloques bien formados. Sus enemigos, por su parte, se asemejaban menos a un ejército y más a una manada dispuesta a caer sobre sus presas en cuanto sus maestras dieran la orden. - Busca un refugio – me dijo El Presidente, acercándose. - Quiero ayudar – protesté. - Mira a tu alrededor. ¿Crees que un solo hombre hará alguna diferencia? Escóndete. Si nos derrotan, al menos alguien tendrá memoria de lo que pasó. No discutí con él. De hecho, entre aquellos cientos de fantasmas, mi ayuda difícilmente se haría sentir. Si me mantuviera alejado y sobreviviera, al menos podría seguir luchando contra las Brujas de la Noche (aunque en aquel momento no estaba seguro de cómo). Me alejé unos cientos de metros de los dos ejércitos y me escondí detrás de uno de los muchos peñones de la región. Poco después, sin previo aviso, las criaturas cargaron contra los fantasmas. Estos, sin saber exactamente de lo que eran capaces sus enemigos, decidieron esperar. Solo unos pocos exploradores voluntarios avanzaron hacia las criaturas. Segundos después, las dos fuerzas se encontraron. Fue entonces cuando los nuevos soldados de las Brujas de la Noche revelaron su terrible habilidad. Alrededor de un metro antes de que los fantasmas los tuvieran al alcance de sus armas, ellos abrieron sus bocas. De inmediato, con una fuerza irresistible, los espíritus fueron succionados hacia el estómago de sus oponentes. Así se explicaban las desapariciones de las que los muertos me habían hablado durante mi primera visita. La reacción que esa visión provocó en el ejército de los muertos fue inmediatamente visible. Los fantasmas, seres que pensaban que nunca más necesitarían temer a nada, entraron en pánico. Algunos intentaron escapar, mientras otros bajaron los brazos y simplemente esperaron. Incluso El Presidente parecía no saber qué hacer. Después de solamente algunos segundos, los bloques organizados del ejército de los muertos ya no existían. Cuando las criaturas de las Brujas de la Noche llegaron a la mayor concentración de fantasmas, ya no parecían estar librando una batalla, sino cazando presas impotentes. Vi a espíritus ser succionados por docenas. Sus estómagos eran aparentemente imposibles de llenar. Los muertos intentaban huir desesperadamente, algunos de vuelta a sus tumbas, otros de vuelta a la ciudad subterránea, pero ninguno llegó a su objetivo. Las criaturas de las Brujas de la Noche eran demasiado rápidas. Poco a poco, los fantasmas desaparecieron del campo de batalla. Los pocos que quedaban intentaron desesperadamente enfrentar al enemigo, pero fueron succionados mucho antes de poder usar sus armas. Finalmente, las Brujas de la Noche se acercaron, sobrevolando su victorioso ejército. De los muertos ya no había ni rastro. Era como si nunca hubieran estado allí. Me quedé en mi escondite. No sabía lo que las Brujas de la Noche podrían hacerme si me encontraran. Afortunadamente, no permanecieron allí por mucho tiempo. Con una rapidez sorprendente, reorganizaron su ejército y desaparecieron en la misma dirección por la que habían venido. El valle estaba ahora completamente vacío. No había cuerpos ni sangre. Hasta la hierba parecía casi intacta. Si ese fuera mi primer contacto con el mundo oculto paralelo al nuestro, podría haber pensado que todo aquello se había tratado de un sueño o de una alucinación. Sin embargo, sabía muy bien que no era así. Y las Brujas de la Noche habían ganado otra victoria. Aún no estaba más cerca de descubrir su objetivo que cuando empecé a investigarlas, pero a juzgar por los métodos que usaban, solo podía ser algo nefasto. Ya no había razón para estar allí, así que volví al auto y me dirigí hacia mi casa. Llegué casi a las cuatro de la mañana. Mi esposa y mi hija ya estaban durmiendo. Me acosté, pero no pude dormir. Esa victoria había eliminado a los últimos enemigos de las Brujas de la Noche que conocía, o al menos que sabía dónde encontrar. ¿Qué iba a hacer ahora en mi intento de detenerlas y hacerlas responder por las muertes que ya habían causado? 22: Capítulo 22 - El Gran Conventículo
Capítulo 22 - El Gran Conventículo
En los días después de la derrota de los fantasmas del Gerês por las Brujas de la Noche, todo el mundo me decía que me encontraban distraído y cansado. Yo estaba de acuerdo con ellos. Desde esa noche, casi no lograba dormir, y estaba constantemente pensando en lo que podía hacer respecto a las Brujas de la Noche. Contacté a todas las personas que me pasaron por la mente con la esperanza que alguien pudiera decirme qué hacer ahora, pero no tuve suerte. La Bruja del Mar - que había conocido en Esposende - me llamó por fin, unos días después, para hablarme de un Gran Conventículo que iba a ocurrir en la noche del Sábado siguiente, y que había sido convocado para discutir las Brujas de la Noche. Inmediatamente decidí que estaría allí porque lo que sabía y había visto podría ser útil. Así que le dije a mi esposa que iba con el grupo de exploración urbana a visitar una fábrica en ruinas en Guimarães. No era totalmente mentira, porque el Gran Conventículo iba a ser, de hecho, en Guimarães, pero en lo alto del Monte de la Penha, cerca del santuario católico allí construido. Cuando llegó el momento, me subí al auto y me dirigí hacia Guimarães. Por la autopista, tardé 20 minutos en llegar a la ciudad. Subir a la cima de la colina, sin embargo, tomó un poco más de tiempo. Finalmente llegué a la zona del santuario. Era invierno, así que a esa hora de la noche, las tiendas, los cafés e incluso el hotel estaban cerrados. Estacioné en el aparcamiento principal, que estaba completamente vacío, y salí del auto para buscar el lugar del conventículo. Entonces recordé por qué me encantaba aquél lugar desde mi primera visita. Era como un parque de diversiones para adultos. Una muralla falsa separaba el aparcamiento de la ladera. A la derecha de ella, un pequeño descenso llevaba a unas tabernas típicas construidas más abajo, mientras a la izquierda se erigía un montón de rocas sobre el que había sido construida una pequeña capilla. Sin embargo, la verdadera atracción estaba debajo de ella. Pasadizos creados por la superposición de las rocas llevaban a cuevas y nichos subterráneos que habían sido aprovechados para construir capillas y tabernas. Era un lugar que parecía salido de una historia de fantasía. El conventículo, sin embargo, no iba a ocurrir en esa dirección, sino en la opuesta. Crucé la carretera, pasé por el relativamente reciente santuario y entré en la red de senderos que se dirigían al sur. Parte de ellos pasaba por túneles y pequeñas cuevas entre y bajo rocas, hasta que finalmente emergieron en un espacioso claro. En el centro de éste ardía una enorme hoguera, en torno a la cual se reunían varios grupos de personas, en su mayoría mujeres. Entre ellas, pude reconocer a algunas como las brujas que había encontrado en Montalegre y en Porto; además, para mi sorpresa, las que habían atacado la Citania de Briteiros e incluso el brujo y curandero de mi tierra natal. Las líderes del Gran Conventículo, las brujas que conocí primero como fuegos fatuos, estaban - como era de esperar - en el centro, junto a la hoguera. Busqué a la Bruja del Mar, mi aliada que me había llamado allí, y la encontré sola, junto al borde del claro. Cuando me acerqué, ella dijo: - ¡Viniste! - Claro. Los enemigos de las Brujas de la Noche están cayendo como moscas. Tenía que venir a averiguar si alguien puede combatirlas. - Las Brujas de Briteiros parecen tener alguna idea - dijo ella, apuntando hacia las líderes del conventículo. - Sólo tenemos que esperar hasta que estemos todas aquí. Sin nada más que decir,, esperamos, en silencio. Pero éste no duró mucho. Una mano venida de atrás me agarró el hombro. - ¿Tú también estás aquí? - dijo una voz. Me di la vuelta y encontré a Susana, la demonóloga del norte de Portugal. La joven sostenía una de sus tabletas caseras. Le presenté a la Bruja del Mar y le expliqué por qué estaba allí. - Y tú, ¿qué haces aquí? - le pregunté. - Me gusta mantenerme informada sobre brujas. Ellas suelen invocar demonios. Además, este Gran Conventículo es sobre las Brujas de la Noche y por lo que he oído, necesito empezar a vigilarlas. Algunos sospechan que son demonios disfrazados. Aunque la hipótesis no me convenció, la verdad es que en ese momento era tan válida como cualquier otra. La naturaleza de las Brujas de la Noche seguía siendo un misterio. No tuvimos tiempo de decir nada más, ya que las Brujas de Briteiros pidieron la atención de todos. Así que todos nos juntamos a su alrededor, una de las Brujas de Briteiros dijo: - Gracias por venir. Me gusta saber que las Brujas de la Noche no nos preocupan sólo a nosotras. Otra de las Brujas de Briteiros, el hombre, continuó: - No sé si todas lo saben, pero las Brujas de la Noche han atacado a varias comunidades de criaturas mágicas. No sabemos quién será el siguiente. Podrá ser cualquiera de nosotras. - Tenemos que juntarnos y hacer algo acerca de las Brujas de la Noche - dijo la Bruja de Briteiros que aún no había hablado. - Son una amenaza para todas. A pesar de que había un montón de brujas allí con razones para no gustar e incluso odiar a las Brujas de la Noche, tuve la sensación de que aquel gran conventículo había sido convocado porque las Brujas de Briteiros se sentían amenazadas. - ¿Qué sugieres que hagamos? - preguntó una bruja que yo no conocía. - Primero, tenemos que reunir nuestras habilidades de adivinación para encontrarlas - dijo la primera Bruja de Briteiros. Sabía dónde podían empezar a buscar, pero dudé en decírselo. Me costaba confiar en aquellas brujas. Tal vez porque crecí en un país católico, tenía miedo de aquellos que lidiaban con magia y demonios. Por otro lado, las Brujas de la Noche y sus monstruos ya habían matado personas. Tenían un ejército a su servicio. Además me habían hecho parcialmente responsable de algunas de las muertes que causaron al usar los trasgos que yo había liberado del viñedo de los Cerqueira para hacer su trabajo sucio. Teniendo todo en cuenta, no podía dejar de pensar que las brujas de aquel conventículo eran un mal menor. Avancé hacia la hoguera y me preparé para anunciar lo que sabía. De repente, el suelo empezó a temblar. Poco después, oí árboles rompiéndose y el trueno de enormes pasos. Las brujas empezaron a mirar alrededor, pero yo no. Ya había pasado por aquello antes, en Tibães. Sabía lo que se acercaba. De los árboles alrededor del claro emergió una gran variedad de criaturas: gigantes, ogros, trasgos, duendes, entre otras cuyo nombre no conocía. En el momento siguiente, figuras encapuchadas y con largas vestiduras negras aparecieron en el cielo, por encima de nuestras cabezas. Las Brujas de la Noche habían llegado. Completamente rodeadas, las brujas del gran conventículo se prepararon para luchar. Las Brujas de Briteiros tomaron su forma de fuegos fatuos y tomaron vuelo, mientras que las restantes iniciaron sus diferentes métodos de lanzar hechizos. Yo, la demonóloga y la Bruja del Mar estábamos muy cerca de la línea de los árboles, así que los monstruos estaban casi encima de nosotros. Nos dimos la vuelta para enfrentarlos. Susana se quedó mirándolos, como si estuviera preguntándose si tendría algún arma efectiva contra esas criaturas; mientras tanto, la Bruja del Mar imitó a sus compañeras y empezó a lanzar un hechizo. Por mi parte, tomé un ramo caído y me preparé para defenderme. Esta vez iba a enfrentar a los soldados de las Brujas de la Noche. Un ogro y varios trasgos se dirigieron hacia nosotros. Esperé hasta que el primero quedara al alcance de mi arma improvisada y le di un golpe. Éste, sin embargo, agarró la otra punta de la rama y me la arrancó de la mano. Aterrorizado, me preparé para ser aplastado por el enorme mazo que llevaba la criatura. Ésta, sin embargo, me tiró al suelo con una mano y siguió adelante. Luego le hizo lo mismo a la demonóloga. Los duendes, que venían justo detrás, nos ignoraron y, junto con el ogro, se dirigieron hacia la Bruja del Mar. Pero antes de que la alcanzaran, ella terminó el hechizo. Agua cubrió el suelo bajo las criaturas y rápidamente se infiltró, formando un charco de barro que enterró el ogro casi hasta las rodillas y los duendes hasta el pecho, inmovilizándolos. Susana y yo nos levantamos y nos preparamos para volver junto a la Bruja del Mar. Fue entonces que nos dimos cuenta que una de las Brujas de la Noche se dirigía hacia ella. Afortunadamente, mi aliada aún tuvo tiempo de lanzar un hechizo. De inmediato, un chorro de agua salió disparado de sus manos contra la criatura atacante. Sin embargo, ésta siguió adelante, cortando el agua casi sin desacelerar. Justo antes de llegar a la Bruja del Mar, enormes garras, de más de 30 centímetros de largo, crecieron de sus manos. Susana y yo aún intentamos pasar alrededor del charco de lodo y de las criaturas atrapadas en él, y ayudar a mi aliada, pero no llegamos a tiempo. Al acertar un golpe brutal, la Bruja de la Noche lastimó la cabeza de la Bruja del Mar, con sus garras cortando carne, hueso y, fatalmente, llegando al cerebro debajo. Aterrorizados con aquella sanguinolenta visión, Susana y yo paramos, convencidos de que seríamos las próximas víctimas. Sin embargo, la criatura se alejó y voló hacia otra bruja sin prestarnos atención. Aproveché esa pausa para mirar a mi alrededor y ver cómo iba la lucha. El brujo de mi tierra natal estaba postrado en el suelo, muerto, así como algunas de las brujas de Montalegre, de Porto y muchas otras que yo no conocía. Mientras tanto, otras habían logrado invocar a algunos diablillos y, junto con ellos, luchaban con alguno que otro éxito contra los soldados enemigos. Sin embargo, cada vez que una Bruja de la Noche atacaba a los enemigos en el suelo, nada podía detenerla y evitar muertes. Afortunadamente, tres de las Brujas de la Noche estaban ocupadas en el aire, enfrentándose a los fuegos fatuos. Éstos les lanzaban constantemente pequeñas esferas de fuego que, aunque no les parecían causar heridas, claramente les molestaban e impedían de lanzar hechizos. Poco a poco, la lucha se extendió más allá del claro del Gran Conventículo. Después de un tiempo, diablillos se enfrentaban a trasgos y duendes en pasadizos construidos bajo rocas, y las brujas lanzaban hechizos desde lo alto de puentes de cemento que imitaban formas naturales. Sin embargo, aunque era la batalla contra las Brujas de la Noche más equilibrada que había visto, sus fuerzas estaban progresivamente ganando terreno. Susana y yo matamos a las criaturas atrapadas en el barro de la Bruja del Mar con pequeños cuchillos, pero no habíamos ido allí preparados para combatir, y poco más nos atrevíamos a hacer que atacar enemigos heridos y moribundos. Finalmente, las brujas del Gran Conventículo sufrieron un golpe fatal. Con la situación en tierra controlada a su favor, las Brujas de la Noche se concentraron en las brujas de Briteiros. Superadas en número, éstas no pudieron mantener a sus adversarias ocupadas. Hechizos empezaron a golpearlas desde todas las direcciones. Relámpagos, esferas de energía, bolas de hielo y muchos otros proyectiles mágicos les acertaban. Uno por uno, los fuegos fatuos volvieron a sus formas humanas y cayeron al suelo, muertos antes de alcanzarlo. Sin el torrente constante de hechizos de las brujas de Briteiros, las Brujas de la Noche pudieron dedicar toda su atención a las brujas que luchaban contra sus soldados. Si éstas últimas ya estaban perdiendo la batalla, su derrota entonces pasó a inevitable. Susana y yo seguimos ayudando como podíamos, pero de nada sirvió. En pocos minutos, las pocas brujas sobrevivientes huían lo más rápido que podían por donde les era posible, mientras sus diablillos yacían en el suelo, muertos. Para nuestra sorpresa (y alivio), las Brujas de la Noche no nos prestaron ninguna atención; sus soldados sólo interactuaban con nosotros cuando eran obligados, y sólo para sacarnos del camino. Sin embargo, la razón para ello era un misterio que tendría que quedar para más tarde. No queríamos arriesgar demasiado, así que volvimos juntos al estacionamiento donde dejé el coche. Tan pronto los sonidos de lucha y persecución quedaron atrás, comenté: - Otra victoria para las Brujas de la Noche. - ¿Cuál será su objetivo? - preguntó retóricamente la demonóloga. No sabía qué decirle, así que no dije nada. - Estaré atenta a sus actividades. Algo está pasando, y no es nada de bueno - dijo, dirigiéndose a su vieja Ford Transit. Me subí a mi coche y me dirigí hacia Braga. Durante todo el camino, me regañé por mi incapacidad en ayudar a detener a las Brujas de la Noche o descubrir lo que querían. Sin embargo, una cosa quedó clara esa noche: estaban tratando de evitar involucrarnos a Susana y a mí en su lucha. ¿Por qué? Era otro misterio que resolver. Aunque no sabía cómo iba a lograrlo. No tenía más pistas que seguir, especialmente ahora que había perdido otro aliado. 23: Capítulo 23 - La Organización y las Brujas de la Noche
Capítulo 23 - La Organización y las Brujas de la Noche
En los días después del Gran Conventículo no logré dormir mucho pensando qué más podía hacer en cuanto a las Brujas de la Noche. No sabía dónde atacarían a continuación, porque todos los enemigos de ellas que conocía ya habían sido derrotados. Buscaba constantemente en los periódicos señales de sus actividades, pero nunca encontré nada. Alguien debía estar limpiando muy bien los lugares de sus ataques. Entonces recordé: ¡la Organización! Seguramente son ellos los que están ocultando las actividades de las Brujas de la Noche. Y si lo están, seguramente también estarán frustrados por la naturaleza bastante visible de éstas. No tenía contacto directo con la Organización, pero sabía que monitoreaban mi blog de entonces (terceirarealidade.wordpress.com), pues ocasionalmente me enviaban artículos que querían que publicara o enmiendas a otros escritos de mi autoría a través de mensajes sin remitente. Enseguida, escribí un artículo sobre las Brujas de la Noche, esperando que la frustración de la Organización con ellas los llevara a contactarme directamente. En el día siguiente, mi plan dio sus frutos. Al final del día, cuando salí del trabajo, Almeida me estaba esperando junto a mi auto. - Así que también está investigando a las Brujas de la Noche - dijo apenas me acerqué, yendo al grano. Iba a empezar a decirle lo que sabía, pero él me interrumpió: - Aquí no. Luego me llevó a un auto negro con ventanas ahumadas aparcado cerca. - Ahora podemos hablar. Durante más de una hora, le conté todo lo que había descubierto sobre las Brujas de la Noche. Entretanto, tuve que llamar a mi esposa para decirle que llegaría tarde a casa. Almeida se interesó en todo lo que yo dije, haciendo una u otra pregunta para aclarar algunos puntos. - Me pregunto qué habrá en el fondo de ese lago en Tibães - dijo cuando terminé. - Los soldados de las Brujas de la Noche deben haber ido a algún lado. No sabía qué responder, así que me encogí de hombros. - Espero que no esté ocupado esta noche. Vamos a drenar el lago. El tono de Almeida mostraba que era más una orden que una invitación, así que mientras él requisaba el equipo y la mano de obra para drenar el lago, llamé a mi esposa para decirle que iba a llegar aún más tarde de lo que pensaba. No se puso muy contenta porque yo ya estaba llegando tarde a casa muy a menudo, sin embargo, lo aceptó. Tan pronto como Almeida terminó sus llamadas, ordenó al conductor del coche que nos llevara al Monasterio de Tibães. Como era de esperar, llegamos mucho antes del equipo de drenaje, y Almeida aprovechó ese tiempo para escuchar de nuevo lo que yo sabía sobre las Brujas de la Noche, en caso de que se le hubiera pasado algo la primera vez. No salimos del coche hasta que llegaron los demás hombres de la Organización. A diferencia de mi anterior visita, no tuvimos que saltar ningún muro para entrar en los campos del monasterio. La Organización había contactado con alguien para abrirnos la puerta. Almeida y yo rápidamente recorrimos los caminos bajo los viñedos y llegamos al lago. No estaba muy diferente de cuando lo vi la última vez. Sólo faltaban las figuras encapuchadas de las Brujas de la Noche junto a la piedra de donde salía el agua que lo llenaba. Mientras sus compañeros preparaban el equipo para drenar el lago, algunos de los hombres de la Organización revisaron el bosque buscando señales de las criaturas convocadas por las Brujas de la Noche. A pesar de haber transcurrido algún tiempo, aún se veían rastros de huellas y ramas rotas, confirmando mi historia. Poco a poco, el lecho del lago quedó expuesto. Al principio, no parecía haber ningún lugar al que el ejército de las Brujas de la Noche pudiera haber ido, pero pronto vimos un túnel abierto bajo la orilla este. Sin embargo, no pudimos investigarlo de inmediato, ya que la bomba aún tardó una hora en drenar suficiente agua para abrir camino hasta él. Después de ponernos unas botas altas, yo, Almeida y algunos hombres más entramos en el barro del lago. El avance fue difícil, ya que con cada paso quedábamos atascados hasta la mitad de las espinillas, pero al final llegamos a la boca del túnel. Apuntamos las linternas hacia el interior. El suelo, el techo y las paredes eran de tierra. Más adelante, junto al borde del área iluminada por las linternas, el túnel curvaba, por lo que entramos curiosos con lo que se encontraría más allá. Los hombres de la organización armados con rifles automáticos siguieron en el frente, con Almeida y yo justo detrás. Desde una conexión a los túneles bajo la ciudad de Braga, a una caverna que el ejército de las Brujas de la Noche usaría como cuartel, muchas posibilidades me pasaron por la cabeza en cuanto a lo que se encontraría después de aquella curva. Sin embargo, encontramos lo único que yo no esperaba: nada. Tres docenas de metros después de la curva, el túnel simplemente terminaba. Frustración apareció de inmediato en la cara de Almeida. Incrédulo, seguí hasta el final del túnel. Tal vez habría señales de un derrumbe y de que éste ocultaba el resto del pasaje. Pero antes de yo llegar a la pared de tierra, ésta desapareció. Aturdido, apunté la linterna hacia atrás y me di cuenta que Almeida y sus hombres también ya no estaban allí. Sólo cuando una brisa fría me llevó a apuntar la linterna y a mirar más lejos, me di cuenta de lo que había pasado. Nada ni nadie había desaparecido. Yo era el que ya no estaba en el túnel, sino en un enorme claro rodeado de árboles lejanos. Aquí y allá, podía ver la enorme y oscura forma de montañas cubriendo las estrellas. Momentos después, Almeida surgió detrás de mí. Al principio parecía tan confundido como yo, pero pronto se dio cuenta de lo que había pasado. - Teletransportación - dijo, sorprendido. Las Brujas de la Noche son aún más poderosas de lo que pensaba. De inmediato investigamos el lugar. Encontramos restos de fogatas y refugios improvisados. Ese era el campamento del ejército de las Brujas de la Noche, o al menos lo había sido. - ¿Cómo regresamos? - pregunté. - Intentemos volver por el mismo camino. Pero primero déjame marcar las coordenadas de este lugar en mi teléfono. Cuando él terminó, intentamos volver al mismo lugar donde aparecimos en aquel claro. Como Almeida predijo, en un abrir y cerrar de ojos, nos encontramos de nuevo en el túnel. Ya no teníamos nada que hacer allí, y la investigación detallada del campamento de las Brujas de la Noche tendría que esperar por la luz del día para realizarse correctamente, por lo que Almeida me llevó de vuelta a la ciudad y a mi auto. Cuando abrí la puerta para salir, me dijo: - Quedaremos en contacto contigo. Tu experiencia y conocimiento sobre las Brujas de la Noche aún podrán sernos útiles. En cuanto subí a mi auto, el de la Organización se fue. Por primera vez en algún tiempo, volví satisfecho a casa después de una investigación. Aún no conocía las intenciones de las Brujas de la Noche, así como tampoco su paradero ni el de sus soldados, pero habíamos encontrado un campamento suyo y eso sin duda llevaría a nuevos descubrimientos. Sólo esperaba que Almeida estuviera siendo sincero cuando dijo que se mantendría en contacto. 24: Capítulo 24 - La Primera Bruja
Capítulo 24 - La Primera Bruja
Al día siguiente, Almeida cumplió su promesa de mantenerse en contacto. Cuando salí del trabajo para almorzar, él estaba de nuevo esperándome junto a mi auto. - Te necesitamos otra vez. Me condujo a un coche que nos esperaba. En cuanto entramos, empezó a explicar lo que había pasado: - Encontramos más portales en el campamento de las Brujas de la Noche. Muchos más. Y quiero que nos acompañes cuando los exploremos. El coche nos llevó a las afueras de Braga, donde nos esperaba un helicóptero que nos transportó al campamento que habíamos descubierto la noche anterior situado entre los bosques del Gerês. Este fue el primero de muchos viajes similares que hice en las semanas subsecuentes. Usando su influencia, la Organización encontró una forma de darme una baja temporal del trabajo para poder explorar los nuevos portales con sus agentes. Muchos de ellos llevaban a lugares inconsecuentes donde no encontramos nada, así que aquí voy a describir sólo las expediciones más importantes. La primera de ellas ocurrió cinco días después de nuestro descubrimiento del campamento. Como tantas veces antes, Almeida y yo entramos en un portal acompañados por una docena de hombres armados con rifles automáticos. Una fracción de segundo después, nos encontrábamos en un pasillo. Yeso caía del techo y de las paredes. Detrás de nosotros, se abría una vieja puerta destrozada y, al frente, una ventana rota protegida desde el exterior por una rejilla metálica. Varias puertas se alineaban de ambos lados, todas en mal estado. De inmediato el lugar me pareció familiar, y me acerqué a la ventana para mirar hacia afuera. En el acto confirmé mis sospechas: estábamos en Vila do Conde, más exactamente en el abandonado y vandalizado Convento de Santa Clara. Años antes lo había visitado con el grupo de exploración urbana de Braga. Mientras Almeida y yo esperábamos, los otros hombres de la Organización revisaron lo que había detrás de cada puerta de aquél pasillo. No encontraron nada, por lo que ampliaron la búsqueda a los pasillos que salían de éste, pero el resultado fue el mismo: ni rastro de las Brujas de la Noche o de las criaturas bajo su mando. Eso cambió cuando subimos al segundo piso. Al salir de la escalera, nos topamos con un grupo de cinco goblins más adelante en el pasillo. Los hombres de Almeida les apuntaron sus armas, pero las criaturas huyeron desapareciendo por la esquina justo detrás de ellos. Con los soldados en el frente, los perseguimos. Cuando doblamos la esquina, sin embargo, ya no los vimos. En su lugar, nos encontramos a una criatura humanoide con más de dos metros de altura, piel blanca cubierta sólo por un taparrabo y totalmente calva. A diferencia de sus compañeros, no huyó al vernos. De hecho, se lanzó hacia nosotros. Los hombres de Almeida empezaron a disparar. La criatura, sin embargo, ni siquiera desaceleró. En el último momento, yo, Almeida y algunos de los soldados nos desviamos, saltando a la sección del pasillo antes de la esquina, pero los otros no tuvieron tanta suerte. La masa y el impulso de la criatura los empujaron a través de una pared. El ser se levantó de entre los escombros rápidamente, como si nada, y se fue contra nosotros. Los soldados de la Organización dispararon y se retiraron conmigo y Almeida, pero todos éramos conscientes de que no podíamos escapar. Milagrosamente, o al menos eso me pareció, el suelo podrido cedió bajo el peso de la criatura, y ella cayó al piso inferior. Corrimos al hoyo para ver si había quedado fuera de combate, pero ya no la vimos. Seguramente se había levantado. Al menos nos libraríamos de ella por un tiempo. De inmediato acudimos en ayuda de los soldados que habían sufrido la embestida. Dos estaban muertos y los otros tenían múltiples fracturas. Almeida hizo una llamada para que alguien los recogiera, pero no interrumpió la expedición. Una vez más, los hombres armados revisaron todas las habitaciones de ese piso, mientras Almeida y yo esperamos. Oímos algunos disparos, pero antes que pudiésemos llegar a su origen, aparecieron dos soldados que nos dijeron que eran sólo unos goblins. No se encontró ninguna otra criatura en ese piso. Sin embargo, los soldados encontraron una pequeña puerta parcialmente escondida detrás de una estantería rota. Detrás de ella, había unas estrechas escaleras que subían hasta la oscuridad. Almeida sonrió. Ignorando la escalera que llevaba hasta el piso siguiente, decidió subir por la escalera oculta. Una vez más, los hombres armados siguieron adelante. Subimos durante varios minutos. Pronto se hizo evidente que aquellas escaleras evitaban los dos pisos superiores del convento y llevaban directamente al ático. Finalmente llegamos a una puerta estrecha. Luz emergía de la grieta debajo de ella, indicando que alguien o algo se encontraba detrás. Sin perder tiempo, los hombres de Almeida la derribaron, y luego entramos en el extenso ático, que no tenía ninguna división. Bajo las tejas y las vigas de madera, se extendían innumerables cajas, arcas y muebles antiguos. Entre éstas, sólo encontramos una criatura. Una de las figuras encapuchadas se sentaba detrás de un escritorio cubierto de libros, frascos de tinta, papel y plumas. Los soldados la rodearon, apuntando sus armas hacia ella, pero Almeida y yo nos quedamos inmovilizados. Era la primera vez que encontrábamos una de las Brujas de la Noche. Llevaba tanto tiempo buscándolas que incluso dudé de mis ojos. - Acérquese - dijo la criatura tranquilamente con una vez profunda y seca hacia Almeida, identificando correctamente el líder de nuestro grupo. - Necesito hablar con usted. Con cuidado Almeida se acercó a ella, dejando su escritorio entre los dos. Yo lo seguí. - ¿Por qué interfieren en nuestros asuntos? - dijo la criatura. - No tienen nada que ver con los de vuestra raza. - ¿Y las muertes en Braga en los accidentes causados por vuestros trasgos?! - grité. - Daños colaterales. Iba a responder, pero Almeida levantó una mano indicándome que no dijera nada. - Hago parte de una Organización que tiene como misión ocultar vuestro mundo de los humanos comunes - le explicó a la Bruja de la Noche. - Algunas de vuestras acciones son muy visibles y nos han causado problemas. Me pregunto si... - Eso no nos interesa. Hacemos lo que tenemos que hacer para alcanzar nuestro objetivo. - Nosotros también - respondió Almeida. Siguió un largo e incómodo momento de silencio. - Piense en lo que le dije - dijo la Bruja de la Noche, por fin. - Si siguen interfiriendo en nuestros asuntos, habrá consecuencias. Antes que Almeida pudiera responder, la Bruja de la Noche hizo un gesto discreto con la mano y en el instante siguiente, estábamos de nuevo en el pasillo donde habíamos empezado nuestra exploración, junto a la puerta hacia el exterior y al portal mágico. Almeida ordenó inmediatamente a sus hombres que volvieran a revisar todo el convento, especialmente el ático, pero ya no encontraron a la Bruja de la Noche ni a ninguna de sus criaturas. El lugar estaba, una vez más, totalmente abandonado. Sin nada más que hacer allí, atravesamos el portal de vuelta al campamento. Desde allí, un helicóptero me llevó a Braga. De camino a casa, mis sentimientos estaban divididos entre satisfacción y miedo. ¡Por fin habíamos encontrado a una de las Brujas de la Noche! Sin embargo, sus motivos y objetivos seguían siendo un misterio. De hecho, todo el secreto que la Bruja de la Noche mantuvo sobre el tema y su clara determinación en lograr lo que querían me asustaron aún más, aunque nos dio todas las garantías de que no tenía ninguna relación con los humanos. A pesar de todo, fue un logro importante, y estaba convencido de que los misterios de las Brujas de la Noche eventualmente se revelarían. Después de todo, dudaba que las palabras de la Bruja de la Noche fueran suficientes para hacer que Almeida y la Organización se detuviesen. Desafortunadamente, tenía razón. 25: Capítulo 25 - La Segunda Bruja
Capítulo 25 - La Segunda Bruja
Como esperaba, el intento de la Bruja de la Noche que encontramos en el Convento de Santa Clara de disuadir a la Organización de interferir en sus asuntos, no tuvo ningún efecto. Al día siguiente, Almeida me llamó para investigar otro portal. En el otro lado de los portales que atravesamos en los días siguientes, no encontramos nada relevante. ¿Por qué las Brujas de la Noche habían creado aquellas travesías? No teníamos forma de saberlo. Tal vez estaban relacionados con ataques abortados o sólo eran para observación y reconocimiento. Sólo uno se mostró remotamente interesante, ya que llevaba hasta un punto cerca de la orilla del río Lima, en las afueras de Viana do Castelo. Seguramente fuera de allí que habían lanzado el ataque al reino del Rey de los Islotes; pero, en aquél momento, no nos ayudaba mucho. Finalmente, uno de los portales nos llevó a un lugar de oscuridad absoluta. Encendimos las linternas y luego nos dimos cuenta que nos encontrábamos en un túnel. Las paredes, el techo y el suelo estaban formados por bloques y losas de granito. Estábamos demasiado profundo para que funcionaran los GPS y, sin una abertura por la que mirar, no teníamos forma de saber en qué parte del país (o quizás del mundo) nos encontrábamos. El túnel se extendía en dos direcciones, por lo que Almeida eligió una al azar y comenzamos nuestra exploración. Sabiendo de nuestro encuentro con goblins y criaturas aún peores, y de la muerte de sus compañeros en Vila do Conde, los soldados de la Organización ataron sus linternas a sus armas y avanzaron con éstas en ristre. Habíamos caminado poco más de cien de metros cuando nos encontramos con los primeros habitantes de aquél túnel. No se trataban de trasgos, goblins o cualquier otra criatura que hubiésemos encontrado antes. Después de aquella misión, los llamamos trogloditas, porque eran vagamente parecidos a humanos, pero tenían cabezas chatas sin ojos y piel extremadamente pálida. Aparentemente, detectaron nuestra presencia antes de que los viéramos, porque avanzaban con armas de madera y sílex en nuestra dirección. Así que se acercaron, nos arrojaron lanzas y piedras afiladas, sin embargo, estas armas primitivas nada podían hacer contra los cascos y el otro equipo de protección que empezamos a usar después de la expedición a Vila do Conde. No obstante, las armas automáticas de los soldados de la Organización, no tenían ningún problema en matar a los trogloditas. Un par de ráfagas los derribó a todos. Pasamos por encima de sus cuerpos y continuamos nuestra exploración. El túnel cambió de dirección poco después. También empezó a descender, aunque con una inclinación muy sutil. Avanzamos durante más de quince minutos, siempre en línea recta, antes de ver el final del túnel. Éste parecía desembocar en una caverna natural, pero no fue hasta que llegamos allí que nos dimos cuenta de la verdadera dimensión de ésta. El techo se elevaba unos veinte metros sobre nuestras cabezas, muy por encima de lo del túnel, y las paredes se encontraban centenas de metros hacia los lados y adelante de nosotros. Había estalactitas y estalagmitas en varios lugares, y entre ellas serpenteaban caminos de tierra comprimida por cientos de pies. Aunque, al principio, no vimos ninguno, era obvio que los trogloditas frecuentaban aquél lugar en gran número. Los soldados de la Organización formaron un perímetro alrededor de mí y de Almeida, y, con cuidado, empezamos a explorar la caverna. No tardamos en encontrar a los primeros trogloditas. Un grupo de seis se reunía detrás de una estalagmita, hablando. Su lengua parecía extraña y primitiva a nuestros oídos, pero por la forma como hablaban, parecían tener una conversación trivial. De repente, se callaron. Al principio, no entendimos por qué, pero cuando empezaron a alejarse de nosotros, nos dimos cuenta que nos habían detectado. Como no tenían ojos, era difícil saber cuándo se habían dado cuenta de nuestra presencia. Los soldados de la Organización y yo miramos hacia Almeida esperando que nos dijera cómo reaccionar. Sin embargo, la decisión no fue suya. Piedras afiladas comenzaron a caer sobre los soldados en la retaguardia. Éstos respondieron con disparos de sus automáticas, mientras sus compañeros derribaron a los trogloditas que habíamos visto primero. Sólo entonces, con nuestros oponentes más inmediatos derrotados, nos dimos cuenta realmente de la situación en la que nos encontrábamos. A nuestro alrededor, se reunía una masa de trogloditas que se extendía hasta donde llegaba la luz de nuestras linternas. Y todos nos atacaron. Los soldados de la Organización empezaron a disparar, pero ni sus armas automáticas podían detener a todos los atacantes. Finalmente, las criaturas llegaron a los soldados y nos atacaron cuerpo a cuerpo. A pesar de la sustancial defensa del equipo protector de los hombres de Almeida, la enorme cantidad de ataques de los trogloditas hacía casi imposible que algunos no encontraran una junta o enmienda más vulnerable. Estábamos a punto de ser aplastados, cuando un grito detuvo a las criaturas. Tan pronto se alejaron, empezamos a mirar alrededor en busca de nuestro salvador. En la pared de la caverna, a unos diez metros del suelo, encontramos una cueva más pequeña. Destacada por la luz que emergía del interior, vimos la forma encapuchada de una Bruja de la Noche. Ella hizo un gesto para que nos acercáramos. La multitud de trogloditas nos abrió un paso, y nosotros, de forma lenta y mirando constantemente alrededor, lo atravesamos hasta llegar a la pared. - Suban - dijo La Bruja de la noche. - Quiero hablar con vosotros. Entonces, ella desapareció hacia dentro de la cueva. Uno por uno, subimos usando los varios apoyos excavados en la pared. Como era de esperar, los soldados fueron delante y detrás de Almeida y yo. Cuando llegamos a la cima, la criatura nos esperaba sentada detrás de un escritorio cubierto de libros e instrumentos que no reconocí. Las paredes estaban cubiertas de estanterías, y había baúles cerrados en varios puntos. Las similitudes con nuestro anterior encuentro con una Bruja de la Noche eran obvias. De hecho, no podíamos estar seguros de que esa no fuera la misma criatura. Como antes, los soldados rodearon y apuntaron sus armas a la Bruja de la Noche. Sólo entonces Almeida y yo nos acercamos. La criatura, que no se había movido o mostrado la más mínima reacción desde nuestra llegada a la cueva, esperó hasta que nos encontráramos junto al escritorio y luego dijo: - Ya les dijeron que no tenemos ningún interés en vuestra estúpida raza. ¿Por qué siguen interfiriendo en nuestros asuntos? - Ya les dijeron que vuestras acciones arriesgan revelar al público un mundo que no está preparado para conocer - respondió Almeida. - No nos interesa que todos los hombres sepan de nuestra existencia, pero no podemos comprometer nuestros objetivos por eso. Son demasiado importantes. - Entonces seguiremos interfiriendo en vuestros asuntos y lucharemos si necesario - dijo Almeida. - No necesitamos más enemigos, pero no crean que no vamos a responder. Hable con sus superiores, dígales lo que discutimos e intentemos evitar contratiempos y derramamiento de sangre innecesarios. - No creo que hablar con mis superiores vaya a hacer alguna diferencia. La Bruja de la Noche permaneció en silencio durante unos minutos. Finalmente, dijo: - En ese caso, no vale la pena posponer vuestro fin. La criatura comenzó a mover sus manos para lanzar un hechizo. Los hombres de Almeida, entendiendo lo que ella estaba haciendo, no dudaron y abrieron fuego. Las balas, sin embargo, no parecieron tener ningún efecto en la Bruja de la Noche más que retrasar sus gestos. Después de lo que había visto en las batallas contra las Brujas de la Noche, su invulnerabilidad a las balas no me sorprendió. Almeida, si quedó sorprendido, no lo demostró, y rápidamente gritó: - ¡Corran! Cuando llegamos a la salida de la cueva, dije: - Salten sobre los trogloditas. Así lo hicimos. Afortunadamente, las criaturas ciegas no tuvieron tiempo de preparar sus armas, y sus cuerpos, junto con nuestras armaduras, fueron suficientes para aliviar nuestra sustancial caída. Doloridos, nos levantamos y nos dirigimos al túnel por el que habíamos entrado. Al principio, los trogloditas no intentaron detenernos ni perseguirnos, pero la Bruja de la Noche pronto apareció en la entrada de su cueva y gritó algo en un idioma que yo no entendía. Tuvimos que abrir camino a la fuerza a través de los últimos trogloditas de la multitud, y el resto nos persiguió, incluso hacia el interior del túnel. Con los soldados de la Organización disparando constantemente hacia atrás, contra la horda que nos perseguía, corrimos hacia el portal que nos había transportado allí. Afortunadamente, éste no tenía ninguna bifurcación, así que no había riesgo de perdernos durante la confusión de la fuga. Finalmente, llegamos a los cuerpos de los primeros trogloditas que habíamos encontrado, indicando que estábamos a punto de llegar al portal. La horda aún nos perseguía, a pesar de las docenas de criaturas que los soldados habían matado durante nuestra huida. A medida que nos acercábamos al lugar de nuestra llegada, nos quedábamos más y más aliviados. Sin embargo, ese alivio se transformó gradualmente en desesperación mientras recorríamos el túnel sin que un portal nos llevara de nuevo al campamento. Finalmente, llegamos a una esquina, mostrando que habíamos recorrido todo el túnel. De alguna manera, la Bruja de la Noche había cerrado el portal, encerrándonos allí. - ¡Sigan corriendo! - gritó Almeida, con un toque de miedo en la voz. - Nos estamos quedando sin municiones - dijo uno de los soldados, insertando su último cargador en el arma. Seguimos avanzando con la esperanza de encontrar una salida, pero después de la esquina, sólo había otro túnel oscuro; luego uno y otro más... Los soldados empezaron a racionar las balas, disparando balas solitarias en lugar de ráfagas, permitiendo que los trogloditas se acercaran cada vez más. Y no había señales de que su persecución se debilitara. La situación estaba desesperada cuando vi lo que parecía ser un pequeño rayo de luz saliendo de la pared. Apunté la linterna hacia allí, revelando lo que parecía ser un arco sellado con piedras de granito y viejo cemento, muy diferente de los bloques de piedra que formaban el túnel. La luz parecía salir de un pequeño orificio entre ellas. - Puede que sea una salida - dijo Almeida al darse cuenta de lo que yo había descubierto. - Derriben la pared bajo el arco - ordenó enseguida a sus hombres. Sus soldados ejecutaron rápidamente su orden. Los que tenían menos municiones usaron la culata de sus rifles para derribar la pared, mientras los otros disparaban contra los trogloditas para mantenerlos a distancia. - ¡Rápido! - gritó Almeida. La primera piedra finalmente cayó hacia exterior, seguida rápidamente por las demás. Una vez que se abrió un agujero lo suficientemente grande para pasar, emergemos, uno por uno, en un parque público. Los transeúntes se detuvieron a ver qué pasaba. Seguro que nadie esperaba ver gente saliendo de un arco sellado Dios sabe cuándo. - ¡Salgan de aquí! ¡Corran! - gritó Almeida a los civiles, mientras sus soldados se alineaban frente a la abertura y se preparaban para recibir a los trogloditas. La advertencia no funcionó. De hecho, los gritos de Almeida sólo atrajeron más curiosos. Afortunadamente, segundos pasaron y se convirtieron en minutos sin que hubiera señales de nuestros perseguidores. Al cabo de quince minutos, Almeida ordenó a sus hombres que comprobaran lo que les había pasado a los trogloditas. Con cuidado, uno de los soldados metió su linterna y arma, seguidas por su cabeza, en el agujero que habíamos usado para escapar del túnel. Después de mirar en todas direcciones, se giró hacia nosotros y dijo: - No veo a nadie. - ¿Le temieron la luz del Sol? - comentó Almeida. - Parecían ciegos, pero tal vez el Sol les afecte de otra manera - respondí yo. Después de determinar dónde nos encontrábamos con la ayuda del GPS, Almeida pidió refuerzos por teléfono. Yo no necesité instrumentos electrónicos para saber dónde estábamos. El muro, los cañones, las calles estrechas y antiguas, el puente de acero sobre el río, todos esos elementos no dejaban duda: estábamos en Valença, más precisamente en la parte vieja de la ciudad. Una hora después, llegó un helicóptero, seguido a la brevedad por varios camiones llenos de soldados. Bajo las órdenes de Almeida, ellos aislaron la entrada al túnel y comenzaron a explorarlo cazando a la Bruja de la Noche y sus trogloditas. El helicóptero me llevó a Braga, así que no me quedé a ver qué pasó después, pero Almeida más tarde me dijo que sus hombres no encontraron ni a la Bruja de la Noche ni a ningún troglodita. Incluso los cuerpos de las criaturas que habíamos matado habían desaparecido. Sin embargo, los hombres de la Organización encontraron un complejo de túneles que parecía entenderse por todo el norte de Portugal y Galicia y quizás más allá. Según Almeida, explorarlo llevaría años. Una vez más, las Brujas de la Noche dijeron y mostraron que no querían involucrarnos en sus asuntos. Después de echarnos de sus túneles, la Bruja de la Noche desapareció junto con las criaturas bajo su mando y cualquier señal de su presencia allí. Todo para ocultarnos sus objetivos. Por supuesto, ese esfuerzo sólo aumentó mi curiosidad y la determinación de la Organización en descubrir lo que estaba pasando. Aunque aún no teníamos grandes pistas, esperaba que todo se revelaría pronto. Si hubiera sabido lo que sé hoy, habría aprovechado la oportunidad para dejarlo. 26: Capítulo 26 - La Tercera Bruja
Capítulo 26 - La Tercera Bruja
A pesar de los intentos de las Brujas de la Noche de alejarnos de sus asuntos, la Organización y yo seguimos explorando los portales que partían del campamento abandonado en el Gerês. Después de algunas expediciones infructuosas, encontramos otro lugar de interés. En cuanto cruzamos el portal, nos encontramos en un camino pavimentado. Inmediatamente me di cuenta de dónde estábamos: en el mirador en la cima del Monte de Madalena, con su inconfundible panorama sobre el río Lima y el pueblo de Ponte de Lima. De niño, había ido allí muchas veces con mis padres a comer al restaurante. Éste, sin embargo, para mi disgusto, había sido abandonado y destrozado. Todas sus ventanas estaban rotas, y sus puertas derribadas. Bajo la arcada en su cara norte se amontonaban sillas y mesas de plástico cubiertas de hojas y barro. Grafiti cubría la mayoría de sus paredes, tanto exteriores como interiores. Decidimos empezar a explorar el restaurante por lo que parecía el lugar más probable para una de las Brujas de la Noche esconderse. Entramos por la planta baja a través de una de las enormes ventanas rotas que formaban una de las paredes del antiguo bar del restaurante. Los espejos detrás del mostrador estaban rotos, y restos de botellas estaban echados por el suelo, junto con sillas y mesitas rotas. No había nada de interés para nosotros allí, así que atravesamos la puerta detrás del mostrador, que rápidamente descubrimos que llevaba a lo que parecía haber sido la cocina. Llegamos justo a tiempo de ver desaparecer una pequeña sombra en el hueco del ascensor de comida. De que se trataba exactamente, no logramos ver, y cuando los soldados de Almeida miraron por el hueco del ascensor, no vieron nada, pero una cosa estaba clara: era una de las criaturas de las Brujas de la Noche. Había platos rotos, ollas y sartenes esparcidos por el suelo. Después de una rápida búsqueda para ver si encontrábamos algo que nos interesara, subimos por las escaleras de servicio. En el piso de arriba, encontramos un pequeño cuarto, incluso más pequeño que la cocina, donde los camareros debían haber preparado los platos antes de llevarlos al comedor. Cuando llegamos, aún vimos la puerta cerrarse, así que fuimos inmediatamente en persecución. Pero apenas salimos de la habitación, nos congelamos. Frente a nosotros, esparcidos por el comedor, entre sillas y mesas rotas, había más de un centenar de criaturas, cada una comiendo carne cruda de animales autóctonos a aquellas colinas: liebres, ardillas, pájaros, zorros e incluso murciélagos. Entre los seres, había trasgos y goblins, así como dos similares a los que nos persiguieron en el Convento de Santa Clara. Sin embargo, la mayoría eran pequeñas criaturas humanoides, de menos de un metro de altura, con el cuerpo cubierto de pelo negro. Tenían un hocico que mezclaba las características de un perro con las de un gato, lo que llevó la Organización a bautizarlos (sin gran imaginación, hay que admitirlo) de guerros. Así que las criaturas se dieron cuenta de nuestra presencia, dejaron sus grotescas comidas y se volvieron hacia nosotros. Almeida me arrastró hacia atrás, y sus hombres, no corriendo riesgos, abrieron fuego inmediatamente. Las automáticas de los soldados derribaron a varios seres, pero éstos cargaron contra nosotros y eran demasiados para que las balas los detuvieran a todos. Regresamos al cuarto de servicio, esperando que la puerta creara un punto estrecho que permitiera a los soldados enfrentar menos criaturas a la vez. Al principio, el plan funcionó, con goblins, trasgos y guerros siendo abatidos apenas entraban en la habitación. Sin embargo, cuando una de las criaturas más grandes (que yo bauticé como ogrones, en honor de unos monstruos de la serie televisiva Doctor Who) entró, la situación cambió. A pesar del torrente de balas que le acertaba, la criatura siguió avanzando hacia nosotros, casi sin desacelerar. No cayó hasta que llegó a menos de un metro de nosotros y uno de los soldados de Almeida soltó una ráfaga contra sus ojos. Aunque el ogron fue derrotado, el tiempo que se tardó en derribarlo fue suficiente para que muchas otras criaturas entraran en la habitación. Estas eran demasiadas y estaban demasiado cerca para que pudiéramos derribarlas a todas antes de que llegaran a nosotros. Por lo tanto, Almeida ordenó una retirada hacia la otra puerta, y con los soldados disparando constantemente para, al menos, ganar algo de tiempo;, así lo hicimos. Apenas habíamos dado algunos pasos cuando esta segunda puerta se abrió, dando paso a más criaturas, encabezadas por otro ogron. Con la ruta de escape más obvia cortada, Almeida ordenó a sus hombres que formaran un semicírculo alrededor de la ventana más cercana. Uno de ellos usó la culata de su arma para romper lo que quedaba del cristal y del armazón. Luego le pidió a un camarada que sostuviera uno de los extremos de su rifle y lo usó para bajarse hasta un punto del que fuera seguro saltar al suelo. Mientras algunos de los soldados disparaban para retrasar a las criaturas que se acercaban, otros dos lograron salir y bajar. Sin embargo, era obvio que no íbamos a poder salir todos por allí antes de que los esbirros de las Brujas de la Noche nos alcanzaran. - ¡Sal de aquí! -me dijo Almeida. - ¡Rápido! Sin dudarlo, salí por la ventana y, agarrándome de la barandilla para poder bajar lo máximo posible, me dejé caer. Los soldados que descendieron antes de mí me cogieron. En seguida, ellos corrieron hacia el otro lado del edificio para atacar por la retaguardia a las criaturas que amenazaban sus compañeros. Yo estaba desarmado, así que me dirigí al frente del restaurante, donde tenía una ruta directa de escape hacia el portal, y esperé. Durante varios minutos, oí disparos y gritos venidos del interior. Luego, volvió el silencio. La lucha había terminado. Y yo sólo podía esperar a ver quién había ganado. Pasado algún tiempo, vi algo moverse en las sombras más allá de la puerta de la cocina. Cuando este bulto emergió, suspiré de alivio. Era uno de los soldados de la Organización. Varios de sus compañeros aparecieron justo detrás, junto con Almeida. - Ya limpiamos el interior - dijo éste cuando se acercó. - Pero parece que no hay ninguna Bruja de la Noche aquí. - Aún hay un lugar donde no buscamos. Llevé a Almeida y a sus hombres a la pequeña capilla construida justo debajo del restaurante. Del mirador no era muy visible, porque los árboles cubrían su parte trasera. Yo sólo sabía de su existencia porque ya había estado presente en dos matrimonios realizados en ella, cuando el restaurante estaba en su apogeo. El camino más directo, que implicaba bajar unas escaleras y cruzar un sendero, estaba impasable debido al crecimiento de la vegetación, así que tuvimos que usar el acceso principal. Volvimos casi al lugar donde el portal nos dejara y entramos en un camino pavimentado que pasaba directamente por debajo del mirador y nos llevó a la pequeña capilla. A diferencia del restaurante, ésta no estaba destrozada. De hecho, bastaría una pintura para dejarla como nueva. Subimos por la escalera hasta su pequeño adro e intentamos mirar hacia el interior a través de las dos pequeñas ventanas delanteras, pero sólo vimos oscuridad. Algo del otro lado bloqueaba la visión. - Derriben la puerta - ordenó Almeida. Pateando, los hombres de Almeida no tardaron en abrir la puerta. Como el exterior, el interior parecía intacto. Bancos de madera aún se alineaban a ambos lados de un estrecho pasillo que llevaba al altar. Detrás de éste, una cruz con una imagen de cristo colgaba de la pared. El único elemento extraño era una mesa de madera colocada a la derecha del altar, a la que se sentaba la figura encapuchada de una Bruja de la Noche. - Veo que no habéis aprendido a escuchar lo que os dijimos - dijo la criatura con una voz profunda y seca. - Tal vez yo pueda enseñaros. Almeida aún intentó responder, pero la Bruja de la Noche empezó a lanzar un hechizo y lo ignoró. - ¡Atrás! ¡Salgan de aquí! - gritó Almeida. Algunos de sus hombres se habían adelantado y ya se encontraban medio camino hacia la puerta. Aún así, nadie logró escapar. El hechizo de aquella Bruja de la Noche tardó mucho menos en lanzarse que el de su camarada que encontramos en los túneles bajo Valença. Una ráfaga de viento sopló del altar y cerró la puerta. Los primeros soldados de la Organización que la alcanzaron intentaron abrirla, pero no pudieron. Iban a empezar a intentar destruirla con sus armas, cuando una segunda ráfaga, mucho más poderosa que la primera, llegó hasta nosotros y nos tiró contra la pared como si fuéramos harapos. Los bancos y parte de las decoraciones nos acertaron en seguida. De no haber sido por nuestro equipo de protección, habríamos muerto o, al menos, quedado gravemente heridos. El viento siguió soplando y aplastándonos contra la pared. Era tan fuerte que nos impedía de caer. Yo cada vez tenía más dificultad para respirar. Finalmente, cuando sentí que estaba a punto de perder el conocimiento, el viento se detuvo y caímos al suelo, entre todas las piezas de muebles que habían sido lanzadas contra nosotros. Como era de esperar, la Bruja de la Noche ya había desaparecido. Almeida pidió refuerzos y revisó cada centímetro de la capilla, del restaurante y del monte circundante. Una vez más, todas las señales de que la Bruja de la Noche y sus criaturas habían estado allí habían desaparecido. Y aún no teníamos pistas sobre sus objetivos. 27: Capítulo 27 - La Cuarta Bruja
Capítulo 27 - La Cuarta Bruja
A nuestra expedición a Ponte de Lima, se siguieron, como siempre, algunas otras donde pocas señales encontramos de las Brujas de la Noche. Sin embargo, eventualmente, un portal nos llevó a otra de las criaturas. A diferencia de los anteriores, que nos dejaron algo lejos de los lugares donde las Brujas de la Noche y sus esbirros se concentraban, éste nos llevó directamente a un campamento. Éste se parecía a aquel de donde partimos, en el Gerês, con varios refugios improvisados construidos bajo una arboleda, pero era sustancialmente más pequeño. Además, no estaba abandonado. Goblins, trasgos, ogrones, ogros e incluso gigantes estaban esparcidos por todas partes. Por un momento, aparté la mirada del campamento, tratando de averiguar dónde nos encontrábamos. Entre los árboles, rápidamente vi dos estructuras familiares: el Puente y la Iglesia de São Gonçalo. Estábamos en Amarante, más exactamente en lo más grande de los dos islotes en el centro del río Támega. Como era de esperar, había algunas personas en la orilla y en el viejo Puente de São Gonçalo, y uno u otro coche pasaba por el puente nuevo, que cruzaba el río por encima del islote, pero nadie parecía extrañar la presencia de las criaturas de las Brujas de la Noche. Algo debía ocultar los ocupantes del islote de los habitantes de la ciudad. Desafortunadamente, a nosotros nada nos ocultaba de los monstruos. Antes de que pudiéramos encontrar cobertura, un goblin nos vio y dio la alarma. La atención de todas las criaturas se volvió hacia nosotros, y algunas empezaron a acercarse con las armas preparadas. Los soldados de Almeida levantaron sus rifles automáticos para defenderse. A pesar de que después de cada encuentro con las Brujas de la Noche, nuestro contingente de soldados siempre ha sido incrementado, dudaba de que fueran suficientes para derrotar a la horda delante de nosotros. Las criaturas comenzaban a ganar velocidad cuando un chillido detrás de ellas las detuvo. Rápidamente, se dividieron y abrieron camino hasta una enorme tienda de campaña, el único refugio del campamento que no había sido improvisado con materiales locales. Ante éste, se encontraba la figura encapuchada de una Bruja de la Noche. En silencio, con sus largas ropas negras arrastrándose por el suelo, ella se acercó flotando. Cuando cruzó las líneas de sus criaturas, se detuvo. Por un momento, se quedó allí, inmóvil y silenciosa como una estatua. La mirábamos sin saber qué hacer. Almeida abrió la boca varias veces. Si para dar órdenes o hablar con la Bruja de la Noche, no puedo decirlo, pero al final no dijo nada. Por fin, la Bruja de la Noche emitió un chillido penetrante, y las criaturas detrás de ella cargaron contra nosotros. La indecisión de Almeida desapareció de inmediato. - ¡Retirada! - gritó. Corremos hacia el portal, situado a sólo un par de metros detrás de nosotros. Sin embargo, cuando llegamos allí, no fuimos transportados de vuelta al Gerês. Como su camarada (¿o sería la misma criatura?) en Valencia, la Bruja de la Noche había hecho desaparecer el portal. Al principio, nos quedamos atónitos, sin saber bien qué hacer, pero luego los soldados empezaron a disparar a los atacantes. Como yo había predicho, incluso con todos los rifles automáticos y la pistola de Almeida disparando, la horda siguió acercándose, entre otras cosas porque incluía varios monstruos grandes que sólo podían ser abatidos por una gran cantidad de balas. Almeida miró alrededor, buscando una forma de sacarnos de aquella situación. A regañadientes, finalmente eligió la única solución posible. - Retírense a la ciudad - gritó. Con los soldados disparando constantemente, retrocedimos hasta el agua. El caudal del río estaba bajo, por lo que no sería difícil cruzar el vado hasta la orilla junto al mercado de la ciudad. Curiosamente (o quizá no), así que salimos del islote, dejamos de ver y escuchar a nuestros perseguidores. Se trataba, sin duda, de los efectos del hechizo que ocultaba su presencia de los habitantes de Amarante. Cuando llegamos a la ciudad, simplemente esperamos. Teníamos alguna esperanza de que las criaturas de la Bruja de la Noche no nos siguieran hacia fuera de su campamento, pero ellos entraron en el agua sin ni siquiera desacelerar. Los soldados de la Organización inmediatamente volvieron a abrir fuego. El ruido de los disparos empezó a atraer la atención de los transeúntes. Afortunadamente, era el medio de la tarde de un día de semana, por lo que las calles estaban casi vacías. Sin embargo, como era de esperar, los pocos que vieron a los monstruos que nos perseguían, después de un momento de incredulidad, huyeron en pánico. Seguramente pronto llamarían a familiares y amigos o incluso a la prensa. La situación podría convertirse en la peor pesadilla de la Organización. Pero, en aquel momento, teníamos mayores preocupaciones. Incluso con el agua desacelerando el avance de nuestros atacantes, las balas no podían derribar los suficientes como para evitar que se acercaran más y más. - Retírense al centro histórico - ordenó Almeida. Así lo hicimos. Incluso para mí, un lego en tácticas, el plan de Almeida era obvio. Él esperaba que las calles estrechas y las constantes subidas del centro de Amarante ayudaran a compensar la sustancial ventaja numérica de las criaturas. Con los soldados disparando constantemente, retrocedimos hacia el estrecho pasaje que separaba la Iglesia del Puente de São Gonçalo. Fue unos diez metros más allá de éste, en el medio de la plaza llamada Praça da República, donde los hombres de Almeida formaron una línea de tiro. Inmediatamente, empezaron a disparar a las criaturas que intentaban cruzar el pasaje, contando con éste para dejar pasar sólo algunos enemigos a la vez y así ayudar a compensar nuestra desventaja. Al principio, la táctica funcionó. Goblins, trasgos e incluso ogrones atravesaban el pasaje y eran derribados inmediatamente por la lluvia de balas de los soldados, ni siquiera teniendo oportunidad de acercarse. Sin embargo, cuando llegaron los primeros gigantes y ogros, la situación cambió. Estas criaturas eran lo suficientemente grandes como para cruzar la cornisa del puente, que delimitaba uno de los lados del pasaje, y obligaron a los soldados a dividir sus disparos. Uno de los gigantes incluso arrancó una de las piedras del puente y la lanzó contra nosotros, matando a tres de los hombres de Almeida. Éste, después de estas bajas y al ver que el enemigo estaba cada vez más cerca, ordenó una nueva retirada. Esta vez, entramos en la estrecha calle que llevaba a la cima del centro histórico y, con los soldados disparando continuamente, subimos a la pequeña plaza frente a la Iglesia do Senhor dos Aflitos. Desde allí, los hombres de Almeida podían disparar a todas las criaturas que habían invadido la Praça da República, incluso los gigantes, desde una posición elevada. Las criaturas, por supuesto, nos siguieron, pero como el paso entre el convento y el puente, la calle estrecha limitaba el número de enemigos que podían llegar a la plaza al mismo tiempo. Y ahora no había un atajo obvio para los monstruos más grandes. Durante los minutos siguientes, los soldados derribaron varias criaturas sin que ninguno de sus ataques se acercara a nosotros. Hasta uno de los gigantes cayó. Sin embargo, nuestro enemigo pronto se dio cuenta de que tenía que cambiar su enfoque, y las criaturas comenzaron a entrar en las otras calles adyacentes a la Praça da República en busca de otra forma de llegar a nosotros. Yo conocía aquella ciudad lo bastante como para saber que, aunque tardarían algún tiempo, eventualmente encontrarían el camino que llevaba a nuestra retaguardia. Estaba a punto de informar de eso a Almeida, cuando éste gritó: - ¡Retirada! Supongo que llegó a la misma conclusión que yo. Subimos la calle que llevaba desde la plaza donde nos encontrábamos hasta el antiguo Monasterio de Santa Clara, con los soldados, una vez más, disparando constantemente hacia atrás. Cuando llegamos al siguiente cruce, ya vimos a lo lejos la fuerza enviada para rodearnos. Parte de lo que una vez fue el monasterio, había sido transformado siglos después en una casa residencial, que ahora servía como Biblioteca Municipal. La bibliotecaria, al vernos correr a través de los vidrios que formaban las paredes de la planta baja, se levantó de su escritorio, pero al ver a las criaturas que nos perseguían, se escondió debajo del mismo. Afortunadamente, no parecía haber nadie más en el edificio para ver lo que el público no debía saber que existía. Pasamos por el estrecho pasillo entre la biblioteca y las ruinas de una capilla que, antaño, había pertenecido al monasterio y subimos a la cima de unos muros revelados por una excavación arqueológica reciente, buscando un punto elevado que nos trajera alguna ventaja táctica. Los hombres de Almeida siguieron disparando a las criaturas, intentando evitar que subieran a nuestras posiciones. Los gigantes y los ogros más grandes eran los únicos que podían alcanzarnos sin tener que trepar, y causaron algunas bajas. Aun así, no eran muchos, y el fuego concentrado de los soldados, especialmente cuando era apuntado a sus cabezas, lograba derribarlos. Uno u otro proyectil lanzado por las criaturas más pequeñas logró alcanzar un punto débil del equipo protector que yo y los hombres de la Organización llevábamos, pero poca influencia tuvieron en el combate. Finalmente, por primera vez desde nuestra llegada a Amarante, la situación parecía estar bajo control. Mi único temor era que los soldados se quedaran sin municiones. Después de todo, habían estado disparando casi continuamente durante más de quince minutos. Afortunadamente, el ataque de los monstruos comenzó a debilitarse antes de que eso ocurriera. Nuevas criaturas dejaron de unirse al ataque, y el resto se retiró. Con cuidado, temiendo una posible emboscada, descendemos de vuelta al río. Aparte de algunos cuerpos, muchos menos de los que los soldados habían derribado, no vimos ninguna señal del enemigo. Así que cruzamos hasta el islote donde estaba el campamento. Las criaturas que, cuando llegamos, lo llenaban habían desaparecido por completo. Sólo los refugios abandonados mostraban que todo aquello no había sido solamente una ilusión. Almeida quitó su teléfono del bolsillo y llamó a un helicóptero para recogerme y refuerzos para ayudar a ocultar lo que había pasado en Amarante. Estoy seguro que, en condiciones normales, ésta ya no sería una tarea envidiable, pero después de todas las personas que habían visto a las criaturas ese día, se convertiría en hercúlea. Subí al helicóptero que me llevaría de vuelta a Braga y despegamos a tiempo para ver los camiones con refuerzos llegar al Puente de São Gonçalo. Desafortunadamente, no estábamos más cerca de descubrir los objetivos de las Brujas de la Noche, y el campamento en el Gerês se estaba quedando sin portales para explorar. 28: Capítulo 28 - La Quinta Bruja
Capítulo 28 - La Quinta Bruja

Durante nuestras expediciones a través de los portales en el campamento abandonado de Gerês, ya habíamos encontrado la guarida de cuatro de las Brujas de la Noche. No que eso nos hubiera ayudado a detenerlas o incluso a entender cuáles eran sus objetivos. Lo único que sabíamos era que no querían involucrarnos ni que nosotros nos involucráramos.

Sin embargo, nos faltaba encontrar a la quinta bruja, por lo que aún había posibilidades de obtener respuestas, a pesar de que estábamos quedando sin portales en el campamento abandonado.

Finalmente, tuvimos suerte, si uno puede usar esa palabra para describir lo que sucedió a continuación.

Como habíamos hecho tantas veces antes, atravesamos uno de los portales y, en un instante, nos encontramos en un lugar completamente diferente. Estábamos entre las ruinas de lo que parecía haber sido un castillo, en lo alto de una pequeña meseta. Una muralla baja, que claramente se había reducido con el paso de los años, rodeaba el amplio espacio, que estaba lleno de lo que quedaba de los cimientos de edificios hace mucho tiempo desaparecidos. Reconocí de inmediato que aquel era el castillo de Castro Laboreiro, pues ya lo había visitado varias veces.

Como siempre, inmediatamente comenzamos a investigar el lugar, buscando cualquier indicio de las Brujas de la Noche o sus siervos.

Habían pasado menos de cinco minutos cuando, de repente, oímos un estruendo distante, semejante a un trueno. Sin embargo, el cielo estaba despejado, por lo que de inmediato descartamos la posibilidad de que fuera una tormenta.

El grito de uno de los soldados que nos acompañaba nos alertó de un punto en el cielo que se acercaba. Este rápidamente se convirtió en cinco figuras de negro encapuchadas.

A una orden de Almeida, los soldados les apuntaron los fusiles. No hizo ninguna diferencia. Antes de que estuvieran al alcance de las armas, cada Bruja de la Noche lanzó una bola de llamas a gran velocidad contra nosotros. Apenas tuvimos tiempo de agacharnos detrás de las murallas y muros en ruinas antes de que llegaran a la cima de la meseta.

Explosiones estallaron a nuestro alrededor, esparciendo llamas y arrojando tierra y piedras en todas direcciones. Algunos soldados cayeron, consumidos por el fuego o golpeados por metralla. Y el bombardeo continuó, con las Brujas de la Noche lanzando un torrente abrumador de hechizos explosivos, sin dar a los soldados la oportunidad de responder. Solo había una cosa que Almeida podía hacer:

? ¡Retirada! ? gritó.

Haciendo todo lo posible para evitar las explosiones a nuestro alrededor, Almeida, yo y los soldados sobrevivientes corrimos hacia el portal, esperando que este todavía estuviera allí. Tal era la intensidad del bombardeo, que no tuvimos oportunidad de ayudar a los heridos, y quien lo intentó fue inmediatamente derribado.

Con gran alivio, logré llegar al portal ileso e instantáneamente me encontré en el campamento abandonado, lejos de lo que claramente había sido una trampa de las Brujas de la Noche. Almeida surgió poco después, cojeando, probablemente golpeado por metralla.

De los quince soldados que nos habían acompañado, solo dos regresaron. Desafortunadamente, no cruzaron el portal solos. Tras ellos surgieron, una a una, las Brujas de la Noche.

Estas se elevaron inmediatamente por encima de los hombres de la Organización que guardaban y estudiaban el campamento abandonado y empezaron a lanzar sus bolas de llamas. Los soldados respondieron con sus escopetas automáticas, pero las criaturas volaban demasiado alto y rápido para que lograsen acertarles.

Los hombres y el equipo fueron envueltos y destruidos por explosiones de llamas.

Sin poder hacer nada, me refugié detrás del árbol con el tronco más ancho que encontré y esperé desesperadamente que no me acertaran.

Aunque pareció más tiempo, mi reloj mostró que el ataque no duró ni diez minutos. Cuando terminó, toda la infraestructura ?tiendas de campaña, computadoras, vehículos, etc.? de la Organización había sido destruida, y más de dos tercios de sus efectivos yacían muertos.

Almeida había sobrevivido, aunque con un brazo severamente quemado. Solo yo y dos personas más tuvimos la suerte de escapar ilesos.

Las Brujas de la Noche habían desaparecido por el portal, y nadie se había atrevido a perseguirlas. Era obvio que aquel ataque había sido una respuesta a nuestra intromisión en sus asuntos.

Almeida, a pesar de sus heridas, comenzó de inmediato a restablecer el orden. Llamó a helicópteros para evacuar a los heridos y luego a otro para llevarme de regreso a Braga.

Pasé el viaje pensando en lo que aquel ataque significaba para la investigación de la Organización sobre las Brujas de la Noche. Almeida no se pronunció al respecto y, dada la situación, no le pregunté. También dudo que tuviera una respuesta que darme en aquel momento. Solo el tiempo la traería.